Por Luis Breull
“Sobredosis de tv / No creo poder resistir / Y un aire demasiado tenso / Si al menos estuvieras aquí…”.
Un mes de cuarentena por pandemia y la vida cambia. Al menos para que cobre un nuevo sentido esta vieja letra de Gustavo Cerati del álbum debut de Soda Stereo en 1984: Sobredosis de TV.
Y gracias a la pandemia -que lleva un mes de estragos y amenazas de muerte por doquier- el negocio se les ha hecho algo menos rudo y más visto.
Encierro obligado y toque de queda son ingredientes ideales para fabricar estrés y angustia a manos llenas. Más si como compañía de fondo está esa derruida y paupérrima industria televisiva abierta, que cual empleado de funeraria se instala a la salida de los hospitales a esperar que caigan clientes con rigor mortis. Y gracias a la pandemia -que lleva un mes de estragos y amenazas de muerte por doquier- el negocio se les ha hecho algo menos rudo y más visto.
Un poco de academia y ortodoxia
Al repasar la historia de la TV en Chile y en el resto del mundo es común constatar que se trata de un medio de orientación popular, preferido por los sectores bajos o menos letrados y que a los más cultos les genera rechazo, les atrae poco –salvo para verse a sí mismos- y les da pudor reconocer que a ratos la consumen igual (aunque sea para criticarla). No se trata de una conducta negadora, sino que a mayores recursos de capital económico, social y cultural, se amplía la gama de alternativas disponibles para invertir el tiempo libre y entretenerse, en códigos más complejos, que requieren mayor educación, conocimiento y habilidades cognitivas o stock culturales.
En este contexto, el concepto “telebasura” emerge como un calificativo de denuesto, cuyo desprecio se asienta precisamente en los lenguajes y prácticas más comunes a la esencia del quehacer televisivo generalista y sus programas, formatos y géneros.
En este contexto, el concepto “telebasura” emerge como un calificativo de denuesto, cuyo desprecio se asienta precisamente en los lenguajes y prácticas más comunes a la esencia del quehacer televisivo generalista y sus programas, formatos y géneros. Algo no exento a lo que presenciamos en medio de esta TV de pandemia y catástrofe:
- Facilismo en el empleo del lenguaje para relatar, dejando de lado toda temática o modo narrativo que pueda frenar la comprensión del mensaje,
- Exaltación compulsiva y simplista de un chauvinismo populachero que se asienta en la rápida cercanía al perfil de telespectador que los ejecutivos creen sigue viendo TV (dueñas de casa de clases medias y bajas, tercera edad en general y grupos pobres),
- Permanente búsqueda de impacto emocional rápido que retenga e incremente la atención de las audiencias, sea a costa de violencia, miedo morbo o de la explotación impúdica de la intimidad de terceros,
- Autocomplacencia acrítica respecto de las ofertas programáticas de la TV y autoflagelación en torno al costo de sostener esta industria,
- Consideración del otro o del sujeto social solo un insumo narrativo en la construcción dramática de la realidad mediatizada,
- Aversión ante todo contenido que implique capacidades de abstracción por sobre la media de la ciudadanía (misma lógica que aplica a las campañas de comunicación política electoral).
En síntesis, asentar relatos miserables dentro de un entorno de alto riesgo, pérdida de relevancia –que no es lo mismo que baja en su consumo-, decrecimiento neto y comparado de su inversión publicitaria, y búsqueda permanente de abaratamiento del costo en producción/compra de contenidos y en la administración de pantalla.
Esto modela entonces la máxima de la “telebasura” que radica en un concepto instalado como referente simbólico industrial, con alta replicabilidad de contenidos -consagrados en un circuito de hibridación múltiple de géneros y formatos-, de carácter metatelevisivo (realidad a la que solo se accede o participa desde la TV que habla de sí misma y sus personajes), con baja tolerancia al riesgo y la innovación, y que condensa su oferta en formatos de entretención masiva e infoespectáculo periodístico de modo indistinto.
¿Qué hemos hecho para merecer esto?
El primer trimestre de la industria televisiva 2020 se cerró con una gran paradoja: aumentaron los índices de consumo televisivo cerca de un 18% –correlacionados con el encierro y cuarentena ciudadana- al mismo tiempo que disminuyeron las alternativas de géneros y programas ofrecidos, junto con la inversión publicitaria. Todo, en medio de una pauperización y reciclaje de ofertas ya vistas, de acortamiento de los horarios de transmisión en la pantalla abierta y de la instalación de un permanente loop informativo indistinto entre matinales y noticieros.
El primer trimestre de la industria televisiva 2020 se cerró con una gran paradoja: aumentaron los índices de consumo televisivo cerca de un 18%
De aquí deviene otra característica de la TV pandémica: la recirculación de invitados repetidos entre un canal y otro -jugando a las “sillas calientes”-, como sucede con los alcaldes Joaquín Lavín y Rodolfo Carter, la ciber extensión de los paneles de expertos y políticos presentes mediante videochats, el rito de las conferencias de las autoridades de salud para actualizar las estadísticas de avance de los contagios y las medidas de contención. El comentario y debate de estos reportes y la incertidumbre de lo que nos espera.
la recirculación de invitados repetidos entre un canal y otro -jugando a las “sillas calientes”-, como sucede con los alcaldes Joaquín Lavín y Rodolfo Carter
Tantas horas de transmisión agotan rápidamente la novedad de las noticias, los reportajes, los entrevistados y las medidas de prevención que se deben tomar. Todo un enjambre de relatos cuya constante circularidad o tratamiento sinfín reafirman la idea de una TV que acompaña desde la necesidad de estar allí, no despegándose de su presa –el público-, al cual se adhiere como si se tratara de un rottweiler que una vez hecha la mordida, no la suelta.
Tantas horas de transmisión agotan rápidamente la novedad de las noticias
Esta misma compulsión termina en la emergencia de contenidos miserables como en Bienvenidos de Canal 13, donde se entrevistó en vivo desde Punta Arenas y en pleno estado de shock emocional a Karen Vidal, que estaba en cuarentena y decía temer por la eventual muerte de su esposo, enfermo de Covid-19. En pantalla se podía leer en un enorme generador de caracteres la frase “Estoy destruida por el miedo a que mi marido muera”, mientras se exhibía a la mujer a ratos sollozando y en otros casi gritando guturalmente y gesticulando con sus manos.
En pantalla se podía leer en un enorme generador de caracteres la frase “Estoy destruida por el miedo a que mi marido muera”, mientras se exhibía a la mujer a ratos sollozando y en otros casi gritando guturalmente y gesticulando con sus manos.
Otro ejemplo de un periodismo morboso e inútil pero atractivo en la generación de angustia y pánico lo dio TVN al entrevistar al rector de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Ignacio Sánchez, bajo el tema de qué protocolos éticos se deben tener cuando llegue el momento de escoger forzosamente a quién salvar o a quién dejar morir, si los insumos médicos de urgencia y respiradores no dan abasto para tantos enfermos críticos.
Adórnese lo anterior con el permanente conteo de muertos en los países del primer mundo en el hemisferio Norte y esta vez más cerca en el vecindario regional, las imágenes de cadáveres abandonados en las calles de Guayaquil (Ecuador) o de víctimas del coronavirus que deben ser depositados en ataúdes de cartón ante la escasez de los de madera.
Pandemia mediática sin antídotos
Sea desde esta TV atemorizante en su propio agobio, desde el auge de las plataformas de streaming de cine y series, desde las nuevas prácticas de tomar café o unas copas en reuniones por videochat, o desde las toneladas de memes circulantes a diario por las redes sociales, la pandemia mediatizó la vida cotidiana desde el encierro.
Una realidad donde Cerati nos recuerda con agudeza el impacto de esta sobredosis: “Acuéstate, levántate / No puedo seguir así, oh, no / Apágalo, enciéndelo / No puedo seguir así, oh, no…”.
En síntesis, un nuevo mundo donde se pusieron en auge las clases y talleres online de todo tipo, la viralización de recetas de cocina y de cuanto dato o manualidad permita pasar las horas. Una realidad donde Cerati nos recuerda con agudeza el impacto de esta sobredosis: “Acuéstate, levántate / No puedo seguir así, oh, no / Apágalo, enciéndelo / No puedo seguir así, oh, no…”.