Es la segunda vez que Juan Guaidó fracasa en sus intentos de desestabilizar al gobierno en ejercicio en Venezuela para asumir el poder real. Antes fue en la frontera con Colombia, cuando se puso al frente de la caravana con ayuda humanitaria, acompañado por los presidentes de Chile y Colombia, apostando a que las FF.AA. permitirían el ingreso de la generosa ayuda enviada desde diversos países que reconocen al actual Presidente “encargado” pensando que ello contribuiría a desestabilizar a Maduro. Nada de aquello sucedió y las FF.AA. se alinearon con el chavismo.
Sin duda un revés importante que Guadió se ha esforzado en suplir con un intenso y por momentos extenuante proceso de movilización continua, que cotidianamente enfrenta a la oposición no tan sólo con las huestes chavistas y sus temidos “colectivos”, que reprimen a los manifestantes. También deben enfrentar la represión policial de las FF.AA. y la Guardia Nacional.
Guaidó parece pensar que esas masivas movilizaciones le permitirán llegar, en algún momento, al Palacio de Gobierno y asumir en propiedad al poder. Y que tan sólo es una cuestión de tiempo, adecuadas presiones internacionales y ofertas de amnistía, para que las FF.AA. abandonen a Maduro y se plieguen al gobierno “constitucional” que busca representar.
A ello apunta la llamada “operación libertad”, que busca combinar la movilización social con el recurrente llamado a las FF.AA. a quitar su respaldo al chavismo y reconocer su gobierno. La movilización convocada para el pasado 1 de mayo por Guaidó, que en sus palabras sería la mayor y más importante movilización opositora en contra del gobierno de Maduro, apuntaba a lo mismo
Pero algo pasó entre medio. Según el Departamento de Estado norteamericano, se habían sostenido conversaciones reservadas con el actual ministro de Defensa de Maduro, Vladimir Padrino y altas autoridades de su gobierno, para que Maduro abandonara el poder, llegando a afirmar que estaba dispuesto un avión que lo trasladaría a Cuba y que tan sólo las presiones de Rusia lo habrían mantenido en el país.
Con toda probabilidad esas afirmaciones no pasan de ser una maniobra de inteligencia (en que los norteamericanos son expertos) para sembrar la desconfianza y desmoralización al interior del chavismo, pero que existieron acciones encubiertas de los norteamericanos para lograr el quiebre de las FF.AA. venezolanas y propiciar un alzamiento militar, es más que evidente. Y que la operación no logró un impacto relevante sino muy “mediocre”, como lo describiera el propio Padrino, lo es igualmente. Más de algún general comprometido se arrepintió a última hora y la “insurrección” prontamente sofocada, se focalizó en una base aérea, sin mayor significación, por más que aparecieran soldados con la pañoleta azul, que identificaba a los disidentes
Aparentemente Juan Guaidó, presa de la ansiedad y sus deseos, pensó que el pronunciamiento tendría la envergadura suficiente para cumplir sus objetivos de llegar al palacio presidencial y asumir el poder real. Por eso tomó la decisión de amnistiar a su líder político, Leopoldo López, que cumplía un largo arresto domiciliario, para que se sumara a la gesta libertadora.
En pocas horas la asonada mostraba su fracaso y Leopoldo López buscaba refugio primero en la embajada chilena, bastante abarrotada, para luego dirigirse a la de España, en tanto que algunos efectivos insurrectos buscaban refugio en la embajada de Brasil. El intento de golpe de Estado había fracasado, mientras que Guaidó, porfiadamente insistía en mantener la convocatoria a la movilización del 1 de mayo, asumiendo, como efectivamente ocurrió, que tendría una menor convocatoria e impacto.
En cualquier país del mundo, sea o no democrático, un abortado golpe de Estado implica severas sanciones para sus responsables, civiles y militares, como las que ha anunciado un exultante Nicolás Maduro. Sin embargo, además de detener y procesar a los militares involucrados en la asonada, el gobierno de Maduro debería detener al principal responsable político que, sin duda alguna, es Guaidó. La figura que cuenta con el sólido respaldo del gobierno norteamericano (además de los Jefes de Estado que lo han reconocido como Presidente encargado, que respaldaron la asonada). Es decir cruzar la línea roja fijada por EE.UU. para intervenir militarmente en Venezuela.
Luego de los sucesivos fracasos de la oposición en sus esfuerzos por desestabilizar al gobierno de Maduro, las opciones se estrechan al límite. Por más que muchos gobiernos y organismos internacionales insistan en la necesidad de un diálogo y una salida política a la crisis. Un proceso para el que no están disponibles ni el gobierno de Maduro ni las fuerzas de la oposición. Como tampoco lo está el Departamento de Estado norteamericano y los propios países que integran el Grupo de Lima, que se niegan a reconocer al gobierno de Maduro como un interlocutor válido.
Es más que evidente que la movilización social, que ha costado infinidad de víctimas y prisión o exilio para muchos de sus protagonistas, ha desnudado sus límites y riesgos de agotarse. Es necesario recordar que la oposición venezolana ha protagonizado masivas manifestaciones a lo largo de los últimos cinco años, sin más resultados que endurecer la represión y al autoritarismo.
Tal como lo han reiterado fuentes del gobierno norteamericano (el Secretario de Estado Pompeo, el asesor de seguridad nacional y el propio encargado del gobierno para Venezuela), tan sólo esperan una señal del Presidente encargado para intervenir militarmente. O que Maduro cometa su último error, encarcelando y procesando a Guaidó.
Nicolás Maduro ha sorteado, una vez más, un serio desafío para su gobierno pero no ha superado, ni mucho menos, la profunda crisis política, económica, social y humanitaria que vive el país. Es un gobierno aislado y acosado por Estados Unidos, que no tan sólo amenaza con mayores y más duras sanciones sino que exige la salida de terceros países de Venezuela, mientras un amplio número de países que demandan elecciones libres al más breve plazo.
Luego de esta fracasada asonada, la situación de Venezuela parece encontrarse en un punto de bloqueo. Maduro busca aferrarse al poder, con el apoyo de sus FF.AA. y la oposición no descansará hasta lograr su salida. Desgraciadamente las alternativas no son muchas ni muy buenas. No tan sólo para Venezuela.
La cruzada de Trump en contra de Cuba, Venezuela y Nicaragua
El gobierno de Donald Trump parece decidido a asfixiar económicamente a Venezuela, Cuba y Nicaragua, la famosa “troika tiránica”, en contra de la cual ha emprendido una verdadera cruzada buscando su quiebre y desmoronamiento, hasta ahora sin resultados concretos.
A las duras medidas para restringir los viajes a la Isla , así como el envío de remesas, el gobierno norteamericano ha desbloqueado la enmienda contenida en la ley Helms- Burton, permitiendo a los tribunales de justicia norteamericanos aceptar demandas de los dueños de propiedades confiscadas en Cuba luego de la revolución. Una medida que no puede menos que afectar las inversiones extranjeras en la Isla.
Nadie creyó que entraría en vigencia el polémico artículo legal que permite los litigios y la imposición de sanciones a empresas que “trafiquen” con bienes expropiados durante la revolución. Sobre todo luego del acuerdo alcanzado entre el gobierno norteamericano y la Unión Europea para mantenerlo en suspenso.
Pero Donald Trump ha resuelto dar luz verde a la enmienda que no tan sólo afecta a empresas con inversiones en propiedades confiscadas, sino en contra de todos aquellos que se beneficien o realicen operaciones comerciales que impliquen a propiedades objetos de reclamación, no sólo bienes inmuebles, tierras, edificios, hoteles, sino también patentes y marcas, lo cual amplia el espectro de intereses amenazados por la medida, a lo cual debe añadirse la prohibición de mantener relaciones comerciales con empresas vinculadas a las FF.AA. de Cuba, que, como es sabido, manejan un importante complejo industrial en la Isla.
Cuba ya vivió un largo “período especial” a la caída de la Unión Soviética, que implicó agudas restricciones económicas y serías dificultades en el abastecimiento. La generosa ayuda del petróleo venezolano, así como la reanudación de relaciones diplomáticas con EE.UU. durante la administración Obama (el primer mandatario norteamericano en visitar la Isla luego de la revolución), hicieron pensar a los cubanos que los peores tiempos habían pasado y que los aires reformistas insinuados por Raúl Castro habían venido para quedarse, Al menos en el terreno económico.
Sin embargo, el triunfo de Donald Trump y su agresiva política hacia Cuba, unida a la profunda crisis en que hoy se encuentra sumida Venezuela, han llevado a Raúl Castro a alertar al pueblo cubano que se avecinan nuevas dificultades y restricciones económicas, como las que ya se están sintiendo en la Isla.
Es muy dudoso, sin embargo, que todas estas medidas económicas, diplomáticas y políticas implementadas por el gobierno de Trump, puedan conducir a una crisis terminal de la revolución cubana. Como tampoco ha sucedido en Venezuela, pese a las duras y crecientes sanciones asumidas por la administración norteamericana en contra del régimen de Maduro.
Por su parte, el gobierno de Daniel Ortega, luego de fracasar los intentos de diálogo con la oposición, mantiene su rechazo a convocar a elecciones presidenciales anticipadas y busca mantenerse en el poder, desafiando las presiones políticas y diplomáticas en contra de su gobierno.
El riesgoso uso de la fuerza
El gobierno de Donald Trump ha tenido un éxito diplomático logrando aislar al régimen chavistas. El auto proclamado Presidente encargado, Juan Guaidó ha sido reconocido por más de 50 países, incluidos la mayoría de los latinoamericanos y buena parte de los europeos. Y sin embargo el gobierno de Maduro continúa ejerciendo el poder real en Venezuela, manteniendo la lealtad de las FF.AA.
Siempre queda el recurso de la fuerza, que el gobierno norteamericano se ha negado a descartar. Pero ni el propio Trump puede intervenir simultáneamente Cuba, Venezuela y Nicaragua. Quizás la administración norteamericana podría decidirse a intervenir militarmente en Venezuela. Sobre todo si recibe una señal clara de Guaidó y el claro apoyo de algunos de sus aliados en la región (entre ellos Colombia y Brasil, pese a que los Cancilleres latinoamericanos han rechazado una intervención extranjera) apostando al posible efecto dominó que tendría para sus aliados la caída de Maduro.
Ganas y recursos no le faltan. Pero Trump se apresta a enfrentar una reñida contienda electoral por su reelección. Y una intervención militar no está exenta de enormes riesgos políticos y diplomáticos que bien pueden pesar en la próxima campaña.
Con todo, Trump sigue adelante con su cruzada en contra de estos tres países, incrementando sus medidas de presión todo lo que puede. Y aún puede mucho más, tal como lo ha reiterado Elliott Abrams, encargado especial para Venezuela.
Una cruzada que ha contado con el respaldo implícito y por momentos explícito del llamado grupo de Lima que, a diferencia del llamado grupo de contacto, que integra México y Uruguay junto a países de la Unión Europea, insiste en desconocer al régimen chavista como un interlocutor válido en un eventual diálogo o negociación.
John Bolton, el asesor de Seguridad Nacional del Presidente Trump, fue el encargado de anunciar las nuevas medidas y sanciones en contra de Cuba y sus aliados, en un acto de la Asociación de Veteranos de Bahía Cochinos, en el Estado de Florida, ante miles de exiliados cubanos, venezolanos y nicaragüenses.
Sin lugar a dudas es un nuevo paso en los esfuerzos por asfixiar económicamente a estos tres países y lograr el derrumbe de sus regímenes. Incluso al precio de afectar los intereses de inversionistas de países aliados, como los europeos, que ya han anunciado que reaccionarán en dicha eventualidad, sin descartar una guerra comercial.
En este sombrío escenario no sería superfluo preguntarse cuál es la posición de los países que integran el incipiente esfuerzo por crear PROSUR, como un Foro permanente entre los países del Cono Sur, incluido el propio gobierno chileno, que ha asumido la presidencia pro tempore. Sobre todo asumiendo los dichos del Presidente Piñera en China, que los países adoptan el régimen que estimen conveniente.