El escenario de la política chilena ha experimentado un cataclismo en la última elección y los procesos relacionados. Actores y alianzas paradigmáticas hoy sufren de una convulsión severa. Sin embargo, es ilusorio buscar las claves en las elecciones. Hay que observar más lejos, en el estallido social y en el rechazo visceral a la vieja política.
Visiblemente incómodo por el escenario y la situación y teniendo que recurrir a la ayuda de la presidenta del Senado, Yasna Provoste, por fin Sebastián Piñera logra quitar el seguro que fija la Piocha de O’Higgins a la banda presidencial que conservará como recuerdo. La segunda. Con el símbolo del poder en sus manos, la máxima autoridad del Senado, esta vez ayudada por su edecán, la fija sin inconvenientes en la nueva banda presidencial. La autoridad electa reacciona con un espontáneo abrazo que ella devuelve junto a lo que parecen unas sinceras palabras de felicitación. El Congreso pleno se inunda de sonora algarabía, mientras los y las parlamentarias de derecha que han asistido, respiran con cierto alivio al sentir que ya termina este trago amargo que la formalidad republicana les ha obligado a vivir. Mientras tanto y desde la sala, los nuevos cargos electos y las personas asistentes observan la testera, donde Daniel Jadue, nuevo presidente de Chile, se vuelve para saludarles, mientras tratan de adivinar si lo hará con el puño izquierdo en alto o agitando su mano a la vieja usanza.
¿Puede haber en Chile un presidente comunista?
Probablemente no pocos analistas enfrentados a esta interrogante pudieran responder que no sin demasiada dilación. No es necesario que ello esté motivado por una aversión especial. Simplemente se trata de lo que siempre hemos creído, universo en el cual, una probabilidad como esa simplemente no encuentra lugar. Con ese fin se alude a una cierta idiosincrasia de quienes habitan este país, que real o imaginaria nos ve muy alejados de los extremos y reacios a los cambios drásticos.
Como parte del argumentario está lo mucho que puede haber calado la guerra fría en el sentido común de las personas, esa que avivó el fantasma de un comunismo malévolo que perseguía arrastrar a nuestros vástagos para ser convertidos en esclavos en la URSS. Cuando no, previa cocción de los más tiernos, encontrar como destino el ser devorados en eternos festines bolcheviques. El último medio siglo dio nuevos aires al discurso anticomunista a partir de las estrategias implementadas para enfrentar a la dictadura en Chile y el papel que en ellas le cabía a la violencia política. En ese contexto, no puede haber un presidente comunista porque arrastra el estigma de haber practicado directa o indirectamente una violencia que resultaría per se ilegítima.
Otro gran tópico recurrente que imposibilitaría que la ciudadanía llevara a algún miembro de ese partido a la máxima magistratura se asocia a la debacle sufrida por la URSS y los demás países de su órbita. Esto con independencia que ese país se encuentre a catorce mil kilómetros de distancia. En ese entendido, el comunismo es sinónimo de fracaso y las pruebas al canto son recurrentemente Cuba, Venezuela, Corea del Norte, etc. Son décadas asociando un fracaso en la gestión con las fuentes ideológicas del PC, como es el marxismo y todavía el leninismo.
Los tópicos señalados se han usado recurrentemente como la manera de no entrar en la discusión programática o en el diagnóstico respecto a la situación del país. Han sido una herramienta de extraordinaria eficacia que ha permitido cerrar la puerta a la discusión de contenidos, para la cual sería exigible un inmaculado currículo democrático, el cual tendrían, en general, el resto de los actores.
La eficacia de la campaña del terror
Sin embargo, pareciera que la campaña anticomunista de ayer y de hoy estuviera experimentando una cierta obsolescencia. Es claro que la mayoría de la gente encuentra que es un chiste extraño eso de que los comunistas se comen las guaguas. Con muchos hay que entrar en explicaciones para hablar de la URSS y no son pocos los que se aburren antes de llegar al final.
Otro tanto ocurre cuando hay que volver sobre la historia de la dictadura. Para lo único que a las nuevas generaciones les puede ser de interés es para referir que ahí se inició esto que conocemos como Neoliberalismo, y para refrescar la memoria respecto de aquellas personas víctimas del terror del Estado o caídos en la resistencia; que esa ciudadanía que ha vivido de cerca la violencia del Estado en el último año y medio se escandalice mucho al pensar en fórmulas de autodefensa.
Esto no significa que los comunistas no puedan hacer esfuerzos, a veces denodados, por enlodar su imagen. Sin embargo, no escapan al comportamiento medio de los distintos actores del sistema político. De hecho, la pésima opinión que la ciudadanía tiene respecto a la política y los partidos políticos está lejos de ser responsabilidad del PC, salvo en la justa proporción que le corresponde.
El partido comunista tardó muchos años en volver a ocupar un espacio de decisión política y antes de obtener cupos parlamentarios, obtuvo sillones municipales. En 2008 Daniel Jadue obtuvo el 16,5% de las preferencias, y en camino ascendente de aprobación ha llegado en esta última elección al 64,1%. Junto a ello, es claro que la opinión pública ha valorado positivamente su gestión, más allá incluso del estricto término municipal. Independiente de un análisis en particular del caso, es evidente que los principales elementos de la campaña del terror cada vez encuentran más dificultoso hallar un asidero. Todo lo anterior nos devuelve a la pregunta inicial, y la respuesta ahora es sí, un comunista puede ser presidente de Chile. Porque la sociedad es cada vez menos tributaria de los lugares comunes del pasado. Puede escoger para guiar su destino al político más sagaz y más probo. Pero también, no obstante, a un corrupto de clamorosa torpeza. Pero ya no importa si es comunista o no. Por más que pese a los actores del sistema, la sociedad los ha puesto en el mismo saco, que no es precisamente el de las cosas preferidas.
Venciendo las resistencias, los comunistas ingresaron al Parlamento en las elecciones de 2009. En las siguientes, siendo parte de la Nueva Mayoría, duplicaron su presencia. El camino ascendente desarrollado muestra que los discursos tradicionales destinados a bloquearles el paso, es claro que han perdido mucho de la eficacia de “los buenos viejos tiempos”.
¿Hacia dónde fluyen las aguas?
La rebelión de 2019 evidenció una realidad social y política hace años que venía mostrando ciertas incongruencias. A medida que la participación se deprimía y la valoración de la política y sus actores descendía, surgía evidencia respecto a que la sociedad no estaba en estado de letargo, sino que había otras cosas que le preocupaban y cuando deseaba manifestarlas, sí recurría a formas políticas de intervención. Sea el medioambiente, las iniquidades de género, la desigualdad o la exclusión. Todas ellas gatillaban movilizaciones inéditas y participación. Pero en nuevas claves, desconocidas y difíciles de percibir para los viejos analistas.
En medio de este cuadro de difícil comprensión, también para la clase política, se produce el estallido de O19, que se venía gestando desde hacía meses con el conflicto del Instituto Nacional y otros centros educativos. Una de sus principales características fue el rechazo de la política y los partidos, emergiendo desordenadamente distintas formas de organización para hacerse presente en la movilización. La sociedad reivindicaba elementos largamente presentes en el debate político: las AFPs, los problemas de la educación, la salud de los chilenos y chilenas, la distribución de los ingresos, etc.; sin embargo, cierra las puertas a los agentes que las habían mantenido en la palestra hasta ese momento. Mientras la sociedad manifestaba su rechazo frente al tipo de país que se había construido, la política tradicional yacía agonizante.
Incluso, los conciliábulos de medianoche que permitieron arribar a un escenario como el de hoy, con una Convención Constituyente, destinada a terminar con el régimen del 80, alimentaron el rechazo a la imagen de la política. En ese sentido, el que el PC no participara, sea porque no fue invitado o porque no quiso estar, no parece perjudicarle. Ello confirma que, a ojos de la ciudadanía, mantenerse alejado de las estructuras tradicionales, favorece.
Lo anterior es el contexto de las últimas elecciones. Más allá de los cálculos precisos de cuántos concejales, alcaldes, convencionales o gobernadores se obtuvieron, se pueden rescatar tres cosas. La primera es que existe una fuerza incontrastable que empuja por cambios de gran envergadura. La segunda es que el mundo independiente y de izquierda, contra todo pronóstico obtuvo un resultado extraordinario en la CC. La Lista del Pueblo es un actor que llegó para quedarse. Finalmente, el PC se ha revestido de una imagen vencedora. Esto se puede discutir con la calculadora en mano, pero la opinión pública ya le reconoce posibilidades reales, lo que no es menor mirando la historia de las últimas décadas.
La encrucijada del PS
Independiente de los derroteros próximos del proceso político, es claro que al PS le faltó audacia y decisión para cerrar un ciclo y abrir uno nuevo, más acorde con los vientos que soplan, con una candidata que no acaba de prender porque básicamente responde a un movimiento exógeno, a un(a) factotum. Si Escalona estuvo detrás del ascenso de Michel Bachelet, esta última impuso a Paula Narváez por sobre la dirigencia socialista que afilaba sus cuchillos para definir quién aspiraría a la presidencia de la nación. Sin embargo, ya pasaron los tiempos de los factótums, llámense Camilo Escalona o Michel Bachelet. Ahí radica la principal dificultad para arraigar su candidatura y hacerla crecer, a pesar de no ser vista como parte de las viejas estructuras.
En ese panorama el PS se vio enfrentado a rehacerse y tratar de encontrar un nuevo domicilio político electoral. Una opción era sumergirse en la izquierda y tratar desde ahí de impulsar la candidatura de Paula Narváez para intentar imponerse en las primarias, y arrastrar tras de sí al conjunto de la izquierda en las presidenciales de noviembre, en un contexto de debilidad extrema de la derecha y agonía de la DC. Ello suponía cerrar la larga etapa de la “alianza histórica” que fundó la Concertación, a quien el común de la gente de izquierda asocia con una forma de hacer política que bien vale dejar en el pasado.
La opción alternativa era intentar rescatar del marasmo a la vieja alianza, pero operada de la DC. El intento de llevar al PPD al pacto de primarias tenía que ser rechazado y ello no tiene que ver con un temor al caudal de votos que pudiera arrastrar, sino con lo que supone el panteón de figuras que está detrás. Se trata de la primera línea del partido del orden, los que no necesitan elecciones para hacer valer su peso y hacerse del poder. Son los que aparecen el día después de las elecciones, ofreciendo gobernabilidad a cambio del control programático. Es la historia de Velasco y Pérez Yoma en Bachelet I, y de Rodrigo Valdés y Burgos en Bachelet II.
Los hitos que marcarán el camino
El corto plazo, de aquí a fin de año, está poblado de hitos que paulatinamente develarán las tendencias que se imponen en la sociedad chilena. Cada uno de los sectores de la actual oposición estará pendiente de su resolución, en tanto serán determinantes de los pasos siguientes.
El primero de ellos es la segunda vuelta de la elección de gobernadores, si bien hay seis regiones en que se enfrentarán el FA y el PS con otros aspirantes y estará el triunfo de unos y otros dependientes de los apoyos cruzados. La madre de todas las batallas es ciertamente Santiago. ¿La militancia y, más aún, el pueblo socialista seguirá los lineamientos partidarios y votará por Claudio Orrego, o apostarán por una renovación? Probablemente, y como ninguna otra confrontación, el resultado marcará los derroteros por los cuales discurre el sentir popular en el presente. En este caso, existen indicios que favorecen las probabilidades de Karina Oliva por sobre Claudio Orrego. Lo contrario, iría contra la tendencia observada. De ocurrir esto último, ¿cómo debiera leerlo el PS?
El segundo hito, algunas semanas después, es la primaria FA/PC. Como es natural, el fracaso de la primaria de un polo de izquierda que integrara al PS se endilga al PC y a su candidato, al que se acusa de desbarrancar el proyecto unitario. La apuesta en este caso es que cargue con el costo político del hecho y sea superado por Gabriel Boric en la primaria. Pero ello dista de ser claro. A pesar de la ofensiva desatada con tal efecto, el candidato comunista no parece verse muy afectado. La razón probablemente sea la táctica utilizada para descargar el golpe. Articular un discurso desde la pureza y la honestidad para atacar la traición y el sectarismo, es generalmente una buena opción si logra instalarse en la opinión pública el carácter contrapuesto de los contendientes. Sin embargo, el PS y los ex Concertación ya cuentan con una imagen bastante consolidada frente a esa opinión pública y no es la mejor. En ese escenario, es menos creíble que el diablo vendiendo cruces. Finalmente, una elección primaria es una prueba de fuerza orgánica en que la capacidad de llevar a los adherentes hasta las urnas es lo que determina el resultado. Boric, sin la ayuda de RD, no habría logrado reunir las firmas necesarias para inscribirse como candidato y es improbable que pueda competir con un PC crecido y que vislumbra tocar el cielo.
El tercer hito es la elección presidencial. La única forma en que este acontecimiento tenga algún grado de emoción, es que el PS logre pronto conseguir alguna encuesta que muestre que su candidata definitivamente despega y se hace competitiva. El problema es que aun cuando lo consiga, llegará a la elección en representación del ancien regime. Esto prefigura un escenario en que la mayor probabilidad sea que Daniel Jadue pase a segunda vuelta frente al candidato de la derecha, probablemente Joaquín Lavín. Ciertamente es el peor de los mundos para el PS, que habría perdido la oportunidad de forjar una coalición para ser gobierno y acordar una lista parlamentaria.
El escenario de las elecciones en el contexto de un proceso constituyente se ha reordenado drásticamente y el nuevo cuadro producido es susceptible de las interpretaciones más variadas. Pero, indudablemente, según se materialicen los hitos señalados, las certezas serán mayores. Es cierto que en política nada es del todo claro y proyectar las tendencias encierra dificultades obvias. Pero con todo, Daniel Jadue tiene todos los números para convertirse en el próximo presidente de Chile, en el contexto de una izquierda profundamente reformada. Para alcanzar esa meta, más que mirar hacia la vieja izquierda (PS, PPD), el PC debiera poner atención en la que emerge. Si logra evitar un conflicto con la Lista del Pueblo en el escenario convencional, sus metas estarán al alcance de la mano. Esta orgánica ha llegado tarde a estas elecciones, pero indudablemente, si logra validarse en el proceso constituyente, será un actor protagónico en la política chilena del futuro inmediato.