¿Y qué pasa si gana el Apruebo?

por La Nueva Mirada

En las últimas semanas los dirigentes del Rechazo, aferrados a las encuestas, acentúan su campaña dándose por ganadores, sólo oscilando en el margen para su profética victoria. Mientras desde el Apruebo algunos pisan el palito y debaten opciones para la continuidad del proceso constituyente.  

Igual que en las elecciones, los plebiscitos no se ganan con encuestas sino con votos válidamente emitidos. Y no sería la primera vez que las encuestas se equivocan. Sucedió en el plebiscito de 1988, cuando se pronosticaba el seguro triunfo del Sí a la prolongación de la dictadura. En la elección de Patricio Aylwin, en la de Ricardo Lagos y en el continuo errático más reciente cuando Sebastián Siches dejó fuera de carrera a Joaquín Lavín, para luego ser derrotado por José Antonio Kast, en tanto que Gabriel Boric se impuso a Daniel Jadue y ganó con contundencia en segunda vuelta para ser elegido presidente de Chile.

El resultado del plebiscito es incierto. Nadie puede pronosticar cuantas personas concurrirán a sufragar con voto obligatorio. Todo indica que la participación superará a la del plebiscito de entrada, pero las estimaciones varían entre los ocho millones y medio y doce millones de votantes. Y eso puede marcar una enorme diferencia a la hora de los resultados. A mayor participación se incrementan las posibilidades que gane el Apruebo.

Incidirá la real concurrencia de jóvenes menores de 30 años, venciendo el escepticismo o apatía, y la de sectores populares, con una participación habitualmente inferior a la de votantes en comunas de sectores altos y medios altos. De la misma manera, es relevante la participación electoral de las regiones. En la Metropolitana, donde se concentra más del 40 % de la votación total, el Apruebo puede sacar ventajas. Algo diferente al norte y sur. ¿Cuánto incidirá el voto obligatorio?

Lo que parece evidente es que el proceso constituyente ha concitado el interés de la inmensa mayoría del país. Más de 10 millones de chilenos han manifestado su decisión de concurrir a votar y se han preocupado de verificar su lugar de votación, y no es despreciable la difusión masiva de la propuesta constitucional que molesta a voceros del Rechazo. Con todas sus deficiencias, la franja televisiva alcanza récords de audiencias, mientras en el despliegue territorial el Apruebo evidencia ventajas de convocatoria. 

La ventaja del camino más corto

Lejos de representar el apocalipsis que pregonan los ideólogos de la campaña del terror, el triunfo del Apruebo representa el camino más claro, seguro y expedito, para que Chile pueda tener una nueva constitución redactada en democracia, que deje atrás la del 80 impuesta en dictadura y desahuciada en el propio discurso de la mayoría de la derecha.

El país no requiere de un nuevo y extenuante proceso constituyente. Tan sólo abocarse a la tarea de afinar, corregir e implementar la propuesta emanada de una inédita convención democráticamente elegida y aprobada por más de dos tercios de sus integrantes.

La infatigable campaña del terror desplegada por la derecha – con recursos publicitarios que triplican los de sus adversarios – a la que se suman alegremente algunos voceros que cruzaron las fronteras de la centroizquierda, tiene límites y debilidades como tradicionalmente ha ocurrido a lo largo de nuestra larga historia electoral y acentuada desde mediados del siglo pasado.

Se agotan las falsedades sobre una nueva constitución que dividirá al país, expropiará las viviendas sociales o los fondos de pensiones. Por el contrario, la propuesta constitucional incluye grandes avances, como la declaración de Chile como un estado social y democrático de derechos y contiene muy buenas noticias para la inmensa mayoría del país. Para los trabajadores, las mujeres, el medio ambiente, las regiones, los jóvenes, la tercera edad, las minorías sexuales, para la infancia. Y con la abierta posibilidad de perfeccionarse a través del juego democrático en el parlamento, con el ya reiterado aval del Presidente de la República.

La propuesta de nueva constitución emanada de la convención es perfectible y no es un punto de llegada sino de partida para representar la diversidad política, social y cultural del país. La gran diferencia entre ambas opciones es que con el triunfo del Apruebo la oposición no podrá imponer su amenazante veto. Nada avala la real voluntad de cambios de la derecha. Sobran testimonios encontrados en estas últimas semanas.

El día después

A escasos diez días del plebiscito ratificatorio, de poco o nada sirve especular con sus resultados.

El país puede elegir el camino más corto y expedito para tener una nueva constitución, aprobando la propuesta emanada de la convención. O uno más largo e incierto, representado por el Rechazo. Pero no se puede perder de vista el objetivo central, de tener una nueva constitución redactada en democracia. Ese es la demanda levantada con fuerza durante el estallido social. Y es el compromiso de las fuerzas políticas que suscribieran el acuerdo del 15 de noviembre. Ello ha sido refrendado en un plebiscito por una amplia mayoría de los chilenos y chilenas. Y constituye un mandato para el actual gobierno.

Diferentes partidarias del Apruebo y del Rechazo han formulado un llamado para reponer un clima de diálogo y parece sensato intentarlo. El plebiscito de 1988 generó una profunda brecha entre los partidarios del régimen militar y su mantención en el poder y quienes lucharon por recuperar la democracia. Un clivaje que se mantuvo por casi treinta años en donde la derecha se esforzó por mantener el legado de dicho régimen, incluida su institucionalidad y modelo económico, en tanto que sectores progresistas se esforzaban por superar esa pesada herencia.

Más allá de señales fuertemente encontradas no parece sano para la convivencia democrática cristalizar una nueva brecha. No todos los partidarios del Rechazo defienden la actual constitución o buscan cambios meramente cosméticos para que todo siga igual. Como tampoco los partidarios del Apruebo aspiran a una constitución partisana o revanchista, como imputan sus detractores.

 Hay espacio para el diálogo y un nuevo acuerdo que, obviamente, no parte de cero sino necesariamente de los avances alcanzados por la convención constituyente en su intenso año de trabajo. Con las correcciones y afinamientos que sean necesarios y que democráticamente se acuerden. Sin vetos ni exclusiones. Y que necesariamente deben ser sometidos a la ratificación de la ciudadanía.

El gobierno, al igual que el parlamento, tiene un rol protagónico para buscar este diálogo y reencuentro y llevar a buen puerto el proceso constituyente cumpliendo   con el mandato de la ciudadanía para tener una indispensable nueva carta fundamental para todo(a)s.

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