PÁGINAS MARCADAS de Antonio Ostornol. El desafío 2021: Diálogo, tolerancia y cambio constitucional

por La Nueva Mirada

He revisado las columnas que escribí este año y quiero marcar en la página de hoy una preocupación que me parece ha sido un hilo conductor de mis reflexiones: la posibilidad del diálogo y el valor de la tolerancia en la discusión y acción política. La realización del plebiscito para decidir si nos embarcaríamos como país en un proceso de cambio constitucional para, por primera vez en nuestra historia, generar una constitución nacida desde la soberanía popular, fue para mí, sin duda, el hecho político más importante de este año y la contundencia de la expresión de la ciudadanía (casi el 80% a favor del cambio constitucional) el mayor desafío para las dirigencias políticas, sociales y ciudadanas del país. ¿Y por qué hablo de desafío? Por algo muy simple: si nos reconocemos como un país diverso, si le asignamos algún valor a dicha diversidad, ciertamente la construcción común debe surgir desde un mínimo posible en el cual se reconozca la más amplia mayoría de los chilenos. Y esos mínimos, me parece, para que se hagan sólidos y permanezcan en el tiempo, deben nacer del diálogo, de la conversación real, cuyo horizonte sea lograr acuerdos.

por primera vez en nuestra historia, generar una constitución nacida desde la soberanía popular

Y esos mínimos, me parece, para que se hagan sólidos y permanezcan en el tiempo, deben nacer del diálogo, de la conversación real, cuyo horizonte sea lograr acuerdos.

Y también debe nacer del reconocimiento de que las mayorías existen, aunque no se expresen proporcionalmente en los organismos de representación (sabemos que la derecha, a partir del sistema binominal, estuvo la mayor parte del tiempo sobrerrepresentada y, por ende, su gestión de veto fue una forma de distorsión de la voluntad soberana de los chilenos). Digo esto porque las condiciones de aprobación de los cambios en la futura convención constitucional (dos tercios de la asamblea) reproducen esta condición.  Sería fácil imaginar que si toda la actual oposición, que estuvo a la cabeza de quienes propiciaron realizar este proceso (aunque debemos recordar siempre que no fueron los únicos, ya que una parte de la derecha también se sumó a esta convocatoria), se uniera para lograr el 65% o más de los convencionales, los cambios fluirían rápidamente. Suena bonito, pero me temo que, aunque esto llegara a ocurrir (hasta este momento se ve difícil) el tema no quedaría zanjado. Y no lo haría porque hasta este momento no se sabe cuáles serían los cambios capaces de representar a un 65% o más de los ciudadanos. A la convención constitucional llegarán, sin duda, aquellos que, de verdad, no quieren cambiar la actual constitución e, incluso, les gustaría retrotraerla a un estadio más parecido al engendro de la dictadura; llegarán también, los que sueñan con constituciones similares a las que estableció el chavismo en Venezuela o Evo en Bolivia, con esa tendencia inevitable a que el ordenamiento jurídico asegure el control de quienes detentan el poder. Y entre una y otra concepción de sociedad, habrá una gran cantidad de énfasis, matices y divergencias esenciales que, sería muy posible, terminen generando alineamientos transversales que no dejen contento a nadie.

Estos escenarios no suenan descabellados y los tiempos juegan en contra a la posibilidad de encontrar los mínimos comunes. Hoy los afanes están en la búsqueda de alianzas electorales, de nombres de eventuales constituyentes, de resolución a través del proceso de las opciones presidenciales de fin de año. Conversando socialmente sobre este tema con algunas amigas y amigos que están más cercanos a los círculos de la gran política, les planteé mi duda respecto a que no habría unidad por el cambio constitucional si no se discutían masiva y públicamente los temas de fondo, es decir, cuáles son los cambios que cada sector visualiza hacia adelante. Entonces, me hicieron notar que, probablemente, yo estaba desinformado. Y sí, seguro que lo estoy. El problema es que no se define quiénes están informados. Yo tengo la intuición de que, si hoy le preguntáramos a cualquier ciudadano que se identifique con alguno de los diversos sectores de la oposición, o incluso que lo haga con aquellos que no están ni les importa el marco constitucional, cuáles son las propuestas de cambio constitucionales que tiene cada grupo (partidos, ong´s, movimientos sociales, sindicatos, etc.), lo más probable es que la mayoría se declare “desinformado”. Y si esto fuera verdad, la pregunta que sigue es de quién es la responsabilidad. Y sí, por supuesto, es de cada ciudadana y ciudadano que debiera buscar la información porque lo político es uno de los aspectos que más inciden en su vida diaria, ya sea para bien o para mal. Pero también es de quienes actúan en el ámbito de la política. Yo me imagino que a nivel de las diversas comunidades del país estos temas se debaten, se analizan, hay propuestas. Cuando se realizaron los cabildos ciudadanos en tiempos de Bachelet, se logró recoger la opinión de uno par de cientos de miles de ciudadanos. Sospecho que números similares o mayores podrían haberse registrado durante los meses que siguieron a octubre del 19. Sin embargo, los ciudadanos que debemos votar somos varios millones, de los cuales sabemos que la mitad no participa. Creo que si la discusión sobre qué constitución queremos no se masifica y se explicitan las diferencias y similitudes entre las propuestas de los más diversos sectores, terminaremos eligiendo desde la pura emocionalidad, dejando de lado la ponderación de los proyectos.

Estos escenarios no suenan descabellados y los tiempos juegan en contra a la posibilidad de encontrar los mínimos comunes.

Y con esto no quiero decir que la emocionalidad no importe. No, por supuesto que importa mucho. Pero si esa emoción no se asocia a un proyecto determinado, con propuestas objetivables y discutibles, no hay cómo lograr acuerdos, al menos que todos tuviéramos las mismas emociones. “¡Me carga todo lo que huela a Concertación!”, podría pensar alguien y es totalmente legítimo. Entonces, por ejemplo, ¿cómo ponernos de acuerdo con aquellos que sienten que la Concertación ha sido una gran hazaña política? Algunos, a lo mejor, prefieren que a las instancias electorales lleguemos desde las puras emociones. Incluso he leído por ahí que sería ideal no tener propuestas porque estas vendrán luego desde el pueblo (como si el “pueblo” fuera una entidad independiente de lo que cada uno de estos actores políticos hacen). Desde mi perspectiva, a estas alturas sería fundamental que quienes aspiran a ser parte de la convención constituyente expliciten y difundan sus propuestas para los temas centrales a resolver. ¿O esperamos que a este evento lleguen personas sin una imagen de lo que quisieran para el país?

¿O esperamos que a este evento lleguen personas sin una imagen de lo que quisieran para el país?

Y, en mi opinión, lo primero que cada sector político, social, comunitario, territorial debiera declarar públicamente es que está dispuesto a dialogar, a construir un ordenamiento basado en el reconocimiento del otro como un alguien distinto pero que también tiene derechos y debo garantizárselos. Esto fue lo que no hizo la dictadura en Chile durante 17 años, y que la derecha realizó a cuentagotas durante estos años de democracia. El primer paso debiera ser tolerar al que piensa distinto y reconocerle su derecho político; el segundo, estar disponible para dialogar todo cuánto sea necesario para llegar a acuerdos; y si este no es posible, admitir que la mayoría tiene el derecho a que se haga lo que quiere. Y si la mayoría simple de un organismo colectivo de representación (llámese este parlamento o convención) no es suficiente, debiera apelarse a la soberanía popular. Puesto en concreto, en todo aquello que no haya acuerdo suficiente, el electorado, en una votación informada, justa, transparente, decide.

Y si la mayoría simple de un organismo colectivo de representación (llámese este parlamento o convención) no es suficiente, debiera apelarse a la soberanía popular.

Ni la tiranía de un sector minoritario, pero no tanto, ni la imposición de las masas en la calle, donde nunca se sabe con certeza cuánto representa. Las urnas, como decíamos hace ya muchas décadas. Y en la base, el diálogo y la tolerancia. 

Ni la tiranía de un sector minoritario, pero no tanto, ni la imposición de las masas en la calle, donde nunca se sabe con certeza cuánto representa. Las urnas, como decíamos hace ya muchas décadas. Y en la base, el diálogo y la tolerancia. 

También te puede interesar

1 comment

Patricia Hidalgo enero 3, 2021 - 2:27 am

Son mis mismas inquietudes. Gran aporte a la acción, ya no queda tiempo de reflexión

Reply

Responder a Patricia Hidalgo Cancel Reply