Alfonsina Storni. Haciendo camino en una sociedad literaria liderada por hombres.

por Karen Punaro Majluf

Desde los cinco años mintió descaradamente para luego trasladar esas fantasías al papel. Muy joven dejó el hogar, fue madre soltera, y trabajó desde en una fábrica hasta en un teatro como corista, sin dejar nunca su verdadera pasión, las letras.

“Mi madre era una mujer luminosa, con un sentido casi masculino de la amistad, pero profundamente femenina. Una melena prematuramente cana, enmarcaba un rostro sumamente joven; tenía los ojos, ora verdes, ora acerados; una sonrisa triste y una risa alegre. Su figura menuda; su andar nervioso; caminaba a pequeños pasos. Costaba seguirla. Si me preguntara qué rasgo de su carácter podría destacar, contestaría sin titubear: el amor a la verdad. Paradójico, pero exacto. Quien mintió sin tregua, según su propia confesión, entre los 5 y los 11 años, inventando crímenes o incendios que nunca registraba la crónica periodística, hizo de la verdad su norma de vida”.

Así describe a Alfonsina Storni su hijo Alejandro, luego que ella, agobiada y deprimida por un cáncer sin control, decidió lanzarse al mar en las playas de Mar del Plata. Terminaba su vida, pero su obra permanecería en la memoria de todos los que le reconocieron su enorme talento y capacidad de abrirse camino en un mundo masculino.

Crímenes e incendios

El 22 de mayo de 1892 nació Alfonsina en la aldea Sala Capriasca, 8 kilómetros al norte de la ciudad de Lugano. Su padre, un hombre “melancólico y raro”,eligió su nombre. Desde niña destacó por ser extremadamente inteligente e imaginativa. Su madre la inscribió en el jardín infantil donde se la catalogó como “una niña curiosa y que hacía muchas preguntas, imaginaba mucho y mentía”. De allí surgieron las primeras desavenencias con la hija a quien intentaba corregir porque Alfonsina no mentía con nimiedades, sino que inventaba crímenes, robos e incendios que terminaban metiendo en líos a su familia.

         Estoy en San Juan, tengo cuatro años; me veo colorada, redonda, chatilla y fea. Sentada en el umbral de mi casa, muevo los labios como leyendo un libro que tengo en la mano y espío con el rabo del ojo el efecto que causo en el transeúnte. Unos primos me avergüenzan gritándome que tengo el libro al revés y corro a llorar detrás de la puerta”, se describe Alfonsina recordando su niñez.

Su primer “crimen” fue el robo de un libro en la biblioteca escolar. Eran tiempos de pobreza para la familia Storni, pues el padre, además de alcohólico, sufría una depresión severa. Obviamente no asumió el hurto y mintió diciendo que “dejé el dinero en el mostrador antes de irme”.

Los malos tiempos económicos y familiares obligaron a Alfonsina a dejar la escuela recién cursando el segundo grado, estudios que pudo retomar muchos años más tarde.

Y si bien apenas sabía leer, ya había robado un texto y no iba al colegio, a los cinco años sorprende con sus improvisaciones y a los 13 comienza a escribir; pero su madre no la deja expresarse y le coarta la creatividad. Pero a Alfonsina poco importa lo que digan, ya había descubierto el amor de su vida: la literatura. En aquel contexto hostil fallece su padre, dejándola doblemente huérfana por la distancia ya instalada con la madre.

De mi padre se cuenta que de caza partía/ Cuando rayaba el alba, seguido de su galgo,/ Cuenta mi pobre madre que, como comprendía/ Lo miraba a los ojos y su perro gemía./ Que andaba por las selvas buscando una serpiente/ Procaz, y al encontrarla, sobre la cola erguida,/Al asalto dispuesta, de un balazo insolente/  Se gozaba en dejarle la cabeza partida./ Que por días enteros, vagabundo y huraño,/  No volvía a casa, y como un ermitaño,/ Se alimentaba de aves, dormía sobre el suelo./ Y sólo cuando el Zonda, grandes masas ardientes/ De arena y de insectos levanta en los calientes/ Desiertos sanjuaninos, cantaba bajo el cielo.

(“De mi padre se cuenta”).

En una fábrica de gorras y en una de aceites

Con 14 años Alfonsina retomó sus studios con la idea de convertirse en profesora, a la par trabaja en una empresa de gorras y luego en una de aceites. Es celadora en una escuela. Y como el dinero escasea, viaja periódicamente desde Coronda a Rosario para cantar como corista en un teatro.

Esta vida agitada da un giro cuando es descubierta en su trabajo musical y –ya sea por vergüenza o porque no pudo seguir en él- piensa por primera vez en suicidarse.  Esta melancolía y angustia la seguirían acompañando, aunque obtuvo   el título de maestra debió abandonar su trabajo en una escuela rural de Rosario debido a sus constantes ataques de nervios.

Aquel período de angustias no obsta para su prolífica creación literaria: publica sus primeros versos en las revistas Mundo rosariano y Monos y monadas. Entonces queda embarazada de un hombre 24 años mayor que ella y casado, por lo cual decide escapar a Buenos Aires para tener a su hijo, sin contar jamás quién era el padre. Recién había cumplido 20 años.

Alfonsina llevó su orfandad a la vida diaria: se instala siempre lejos de su madre y de sus hermanos -del segundo marido de su madre-; de todo contacto familiar. Su hijo será el único lazo, además de amistades que le proporcionaban algún tipo de arraigo humano, aparte de la literatura y la naturaleza.

Ya en 1913 realiza algunas colaboraciones en la revista Caras y Caretas y además entra a trabajar a Freixas Hnos. fábrica en donde, entre mates y aceites, escribe “La inquietud del rosal”.

El rosal en su inquieto modo de florecer
va quemando la savia que alimenta su ser.
¡Fijaos en las rosas que caen del rosal;
tantas son que la planta morirá de este mal!
El rosal no es adulto y su vida impaciente
se consume al dar flores precipitadamente.

En 1916 deja Freixas, -de tan buen recuerdo para ella- para entregarse a la docencia. Vive en Buenos Aires, ciudad capital que goza de un momento muy especial de su cultura, en tiempos de la Primera Guerra Mundial que desgarra al continente europeo. Alfonsina logra hacerse un nombre, abrirse un espacio entre los artistas, quienes la admiran y la hacen parte de su círculo. Comenzó a frecuentar algunos grupos literarios, como el Anaconda, con Horacio Quiroga y Enrique Amorín; o el Signos, con Federico García Lorca y Ramón Gómez de la Serna, y a publicar poemas en las revistas Mundo Rosarino y Monos y Monadas. Colaboró también en las publicaciones Caras y CaretasNosotrosAtlántidaLa Nota, y en el diario La Nación, desde donde alzó la voz por la igualdad de derechos para la mujer.

En el café Tortoni

La poesía de Storni que propicia aquella igualdad de derechos asusta a hombres y repele a mujeres que escapan de su creación literaria. Sin embargo, no faltan los que la acogen. La poeta empieza a participar de las reuniones literarias del momento con ayuda de algunos amigos hombres que la incorporan después de admirarla, y empieza a ser fotografiada con ellos –lo que la valida como autora-, y forma parte de jurados en los que, hasta entonces, no había lugar para la mujer.

“Muy pequeño era yo. Seis años apenas. La nariz aplastada contra el vidrio de la ventana, la espalda contra el pecho de mi madre. Afuera el patio y el jardín nevados. Nieva en Buenos Aires: 1918. Ese año publica El dulce daño y en años sucesivos Irremediablemente y Languidez. Una poesía sin concesiones le cierra algunos caminos. Su nombre ya ha traspasado los límites de nuestros círculos literarios. Su canto ya se escucha en toda américa”Alejandro Storni-.

Fue en el Café Tortoni (Buenos Aires) donde conoció al escritor Horacio Quiroga quien se convertiría en su gran amor –aunque muchos afirman que solo se trató de una fuerte amistad-. En el mismo lugar se vincula con las poetisas y poetas Juana de Ibarbourou, Gabriela Mistral, Emilia Bertolé y Arturo Capdevila; los cineastas Vicente Rossi y Ana Weis; los pintores Emilio Centurión y Miguel Petrone; la actriz Berta Singerman; y el escritor Arturo Mom.

Pero nuevamente la vida le propicia un revés a Alfonsina. Quiroga, dañado profundamente tras la muerte de su esposa, decide suicidarse cuando le diagnostican cáncer de próstata, ingiriendo cianuro. Fernando Klein, doctor en Historia, sociólogo, antropólogo y escritor, en el libro Horacio Quiroga y Alfonsina Storni, Amor, locura y muerte (Sudamericana), escribe que “soportando la pesada carga de ser los motores intelectuales de su generación, juntos construirán un mundo de ensueño que funcionará como remanso en una vida amenazada por los fantasmas de la locura y la depresión. Dos suicidas que, durante un breve lapso, fueron felices”.

Alfonsina, al enterarse de la muerte del autor de Cuentos de amor, de locura y de muerte, le escribió el siguiente poema:

Morir como tú, Horacio, en tus cabales,/ y así como siempre en tus cuentos, no está mal;/ un rayo a tiempo y se acabó la feria …/ Allá dirán.

No se vive en la selva impunemente,
/ ni cara al Paraná./ Bien por tu mano firme, gran Horacio …/ Allá dirán.

“No hiere cada hora –queda escrito-,
/ nos mata la final.”/ Unos minutos menos … ¿quién te acusa?/Allá dirán.

Más pudre el miedo, Horacio, que la muerte
/ que a las espaldas va./ Bebiste bien, que luego sonreías …/ Allá dirán.

Sé que la mano obrera te estrecharon,
/ mas no si Alguno o simplemente Pan,/ que no es de fuertes renegar su obra …/ (Más que tú mismo es fuerte quien dirá.)

                                        («Poesías Completas»).

Su Obra

El primer libro de Alfonsina Storni se publicó en 1916, cuando era pobre, madre soltera, sin contactos y considerada poco atractiva según los estándares de la época. Se publicaron quinientas copias por 500 pesos. Sus siguientes obras, El dulce daño (1918), Irremediablemente (1919), y Languidez (1920) ya expresan su sentir frustrado en cuanto a lo que espera y exige de la mujer. Escribe en Languidez: “Señor, el hijo mío que no me nazca varón”.

En la obra Tú me quieres blanca ya deja de manifiesto su descontento con el hombre hispanoamericano que quiere que las mujeres sean puras (hace sentido que ella haya sido madre soltera a los 20 años). Y en Hombre pequeñito habla sobre la prisión que la mujer puede sentir por las relaciones con los hombres. Storni habló en nombre de muchas mujeres al sugerir que las relaciones entre hombres y mujeres fueran intelectuales y más equilibradas.

Con una marcada tendencia feminista solicita al gobierno que se otorgue el voto a las mujeres. Para ello escribe artículos y ensayos sobre los derechos de las mujeres. El diario La Nación de Buenos Aires le publicó varios artículos -con seudónimo- y se convirtió en parte de un grupo de escritores, poetas, artistas y músicos de la época que juntos visitaban La Peña, un restaurante donde Alfonsina recitaba su poesía.

En Ocre (1925) y Poemas de amor (1926) expresa el resentimiento femenino hacia el hombre que simplemente busca la comodidad. Comparadas con sus trabajos anteriores, estos son poemas que manifiestan una actitud más mordaz hacia los hombres.    

La obra de Storni se puede dividir en dos etapas: una muy influenciada por el romanticismo y un modernismo más refinado y estetizante: La inquietud del rosal (1916), El dulce daño (1918) o Irremediablemente (1919); y otra marcada por un tenor oscuro y nostálgico con versos que innovan en su estructura y contenido: Mundo de siete pozos (1934) y Mascarilla y trébol (1938)

                                   Yo soy como la loba.
                                   Quebré con el rebaño
                                   Y me fui a la montaña
                                   Fatigada del llano.
                                  Yo tengo un hijo fruto del amor, de amor sin ley,
                                  Que no pude ser como las otras, casta de buey
                                  Con yugo al cuello; ¡libre se eleve mi cabeza!
                                 Yo quiero con mis manos apartar la maleza.
                                 Mirad cómo se ríen y cómo me señalan
                                 Porque lo digo así: (Las ovejitas balan
                                 ven que una loba ha entrado en el corral
                                Y saben que las lobas vienen del matorral).
                                ¡Pobrecitas y mansas ovejas del rebaño!
                                No temáis a la loba, ella no os hará daño.
                               Pero tampoco riais, que sus dientes son finos
                               ¡Y en el bosque aprendieron sus manejos felinos!
                         (“La loba”. Fragmento)

Con la Vanguardia, la voz poética pasó a ser más personal. Con ello rompe la métrica y el verso es escrito con términos cotidianos: habla en primera persona de manera intensa y reveladora.

Se balancea,
arriba,
sobre el cuello,
el mundo de los siete pozos:
la humana cabeza.

Y se abren praderas rosadas
en sus valles de seda:
las mejillas musgosas.

Y riela
sobre la comba de la frente,
desierto blanco,
la luz lejana de una luna muerta…

(“Mundo de siete pozos”).

            El poeta Fernando Maristany afirma que “la obra de Alfonsina Storni nace de su gran sensibilidad anímica. Su alma se cierne sobre las realidades de la vida a una altura a la cual no puede seguirle la materia. De aquí que ambas se hallen en desacuerdo. El dilema es este: o descender el alma al nivel de la materia o ascender la materia al nivel del alma. Pero el alma de Alfonsina Storni no transige en descender”.

Alfonsina y el mar

En el verano de 1935 Alfonsina descubrió que tenía cáncer de mama. Bañándose en el mar una ola la golpeó en el pecho y el dolor la llevó al desmayo. Fue así como descubrió que tenía un bulto que debía ser extirpado Fue operada casi de urgencia de un cáncer ramificado. La mastectomía le dejó grandes cicatrices físicas y emocionales.

Con el cáncer, recrudecieron sus síntomas de enfermedad mental y se recluyó evitando a sus amistades. Incapaz de admitir sus limitaciones físicas, anhelaba vivir rechazando los tratamientos impuestos por los médicos, impidiendo incluso que su hijo la besara (con temor a contagiarse por su debilitado sistema inmune).

Un año y medio después de que Horacio Quiroga se suicidara y atormentada por la soledad, Alfonsina comenzó a escribir sobre el mar en sus poemas. En 1938 le reveló a su hijo que el cáncer había llegado a su garganta y que se negaba a someterse nuevamente a una cirugía.

El 18 de octubre tomó un tren a Mar del Plata y se quedó en un pequeño hotel. Escribió el poema Me voy a dormir el 20 de octubre y el día 22 lo envió a la redacción de La Nación. Mientras el público leía su texto, se suicidó en la playa La Perla en Mar del Plata en la madrugada del 25 de octubre, con solo 46 años.

Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados.

Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera;
una constelación; la que te guste;
todas son buenas; bájala un poquito.

Déjame sola: oyes romper los brotes…
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases

para que olvides… Gracias. Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido…

(“Voy a dormir”).

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