En una conversación en 2004 con Shimon Peres, en la Knesset, la sede del parlamento israelí, acompañado de Luis Maira y Marcela Serrano en una visita a Palestina e Israel, este nos manifestó que, a su juicio, el conflicto en el Medio Oriente no tenía tantos obstáculos en el futuro como en el pasado. Había sido uno de los constructores de los acuerdos de Oslo en 1993 con Yasir Arafat, y era por tanto optimista sobre un arreglo posible de dos Estados que inaugurara una coexistencia entre Israel y Palestina. Su argumento era que se necesitaba terminar con la colonización israelí en territorios palestinos, un hecho del pasado que era resistido por los mismos que más adelante destruirían los acuerdos, encabezados por Netanyahu en el lado israelí y los fundamentalistas islámicos por el lado palestino. En ese momento, Peres buscaba un acuerdo con Ariel Sharon para desmantelar las colonias, lo que ocurrió en Gaza en 2005.
Esta afirmación me produjo desconcierto, pero era sabia. Todo en el Medio Oriente, y en muchas partes, tiene que ver con el peso del pasado. Como me dijo el alcalde de Belén, el cristiano Hanna Nasser, «ojalá cada centímetro cuadrado de esta tierra no tuviera tanta historia«.
En el conflicto actual en Medio Oriente hay circunstancias históricas ancestrales marcadas con el signo de la violencia entre civilizaciones. Una de sus etapas es descrita con maestría en el libro del libanés Amin Maalouf sobre «Las cruzadas vistas por los árabes«. Por su parte, Alberto Manguel sostiene que «la actual guerra en Oriente Próximo es, en el sentido más cabal de la palabra, un círculo vicioso. ¿Dónde comienza un círculo? ¿Cuál es el punto de partida? Netanyahu respondería que el conflicto nace con el sangriento ataque de Hamás el 7 de octubre 2023 donde murieron 1.195 personas, israelíes y extranjeros. Según Hamás, el conflicto comienza mucho antes, con la creación del Estado de Israel en 1948, cuando 750.000 palestinos fueron desalojados de sus tierras para establecer una nueva nación. Los historiadores pueden elegir una u otra de esas fechas para intentar explicar esta guerra fratricida. Los teólogos podrían elegir una anterior, cuando el divisionario Jehová ordena a Abraham quedarse con Sarah, madre de Isaac, de quien descenderán los hebreos, y echar de casa a su compañera Hagar junto con su hijo Ismael, quien, según la tradición, es el padre de los árabes«.
La actual sangrienta fuga hacia adelante israelí y sus terribles castigos colectivos en Gaza, Cisjordania y Líbano se propone aniquilar a dirigentes y combatientes de Hamas y Hezbolá sin fijarse en la muerte de inocentes, aunque se trate de decenas de miles de mujeres, niños o ancianos, ni privilegiar la suerte de los rehenes cruelmente secuestrados por Hamas. Los enemigos deben ser destruidos y punto, en lo que la ley internacional vigente define como crímenes de guerra. La mentalidad es la del que lucha por su sobrevivencia individual y como pueblo sin consideración por el resto de los seres humanos. Y con el probable resultado de hacer perennes los conflictos y amenazas mutuas de destrucción.
La actitud israelí no es justificable, pero tiene explicaciones en los dramas vividos por el pueblo judío a lo largo de la historia y en especial la Shoa nazi. Quien lo expresa bien es el siquiatra Boris Cyrulnik, en entrevista en Le Monde, al describir lo ocurrido cuando lo detuvo la Gestapo a los 6 años, y la persona adulta que lo acogía exclamó: «‘¡Déjenlo vivir! ¡No le diremos que es judío!’ Nunca había escuchado esa palabra en casa de mis padres, que no eran religiosos, y así descubrí que era un título que condenaba a muerte. El jefe de la Gestapo respondió: ‘Tenemos que arrestarlo, de lo contrario lo encontraremos en unos años frente a nosotros, y será él quien esté armado con un fusil.’ Con ese argumento mataron a 1,5 millones de niños judíos europeos». Cyrulnik señala que quiso luego ser siquiatra para «entender cómo una locura social pudo existir hasta el punto de planificar la destrucción de un pueblo sin la menor razón«. Declara que hoy sufre, como muchos judíos «amenazas de muerte, correos electrónicos insultantes, pequeños ataúdes por correo, textos negando el Holocausto, mientras advierten: «El tiempo del horror va a volver…«. Los judíos sienten, una vez más en la historia que, pese al esfuerzo por construir una vida, ésta les puede ser violentada y arrebatada.
Es una ironía de esa historia, fruto de una deformada sicología de la supervivencia, que la derecha israelí termine por invalidar el derecho internacional nacido de la Shoa, destinado a proteger a las víctimas de las masacres y genocidios, luego del asesinato de millones de judíos por el solo hecho de serlo, y hoy realice la masacre de decenas de miles de palestinos, y ahora también de libaneses. Esta se propone expresamente, además, destruir las culturas, patrimonios y espacios de vida de estos países vecinos, incluyendo hospitales, escuelas, universidades, mezquitas, por el solo hecho de estar en sus alrededores y de resistirse a la ocupación israelí. Peor aún, la derecha supremacista, que hoy gobierna, no esconde su ambición de hacer de la tierra vecina un lugar invivible y expulsar o someter a sus pueblos mediante la violencia extrema, para luego colonizar y anexar sus territorios. Esto ya lo ha hecho el Estado de Israel con los Altos del Golán pertenecientes a Siria y con partes de Cisjordania, pues considera que esos pueblos y territorios -en los que viven millones de personas- son una amenaza permanente a su supervivencia.
La responsabilidad histórica de Occidente ha sido central en este trágico callejón sin salida, al haber estado desde los romanos en el origen de las persecuciones a los judíos, incluyendo su expulsión de Inglaterra en 1290, Francia en 1306, Austria en 1421, España en 1492, Portugal en 1496 y los Estados Pontificios en 1569, entre otras. Sin olvidar los posteriores pogromos rusos, imperio que en un tiempo albergó a la mayor población judía en el mundo. Esto estimuló en el siglo XIX la idea legítima de un hogar nacional judío, que exploró diversos emplazamientos. Más tarde, la responsabilidad alemana en el terrible e innombrable exterminio de judíos en Europa ordenada por Hitler debiera haber llevado a la creación de ese hogar nacional en alguna parte de su territorio, y garantizar a futuro la seguridad de los judíos, junto a la transformación de Jerusalén en un lugar de soberanía compartida con presencia judía, cristiana y musulmana que sellara la convivencia de las tres religiones del libro sin que ninguna se impusiera a la otra.
Pero los afanes coloniales y el supremacismo blanco que cruzan la historia europea pudieron más. Ya Inglaterra había buscado instalar en Palestina un Estado judío aliado con la declaración Balfour de 1917, en vistas a mantener después de la inevitable descolonización de la región un enclave en un territorio dominado por cinco siglos -y hasta 1918- por el Imperio Turco. El problema es que Jerusalén es un lugar religioso central no solo del judaísmo sino también del cristianismo y del Islam, mientras los judíos habían perdido su soberanía en la zona en manos de los romanos en el año 63 antes de Cristo y expulsados en el año 135 después de Cristo por el ejército de Adriano. Vivieron a partir de entonces en una diáspora dispersa por la región, Europa y el mundo, pero manteniendo su identidad y muchos su religión.
El propósito de volver a la delimitación de Judea y Samaria hace 20 siglos es comparable a un eventual intento de reconstruir los Estados maya, azteca o inca en sus fronteras originales, por justificado que a algunos pudiera parecerles, pero cuyo resultado sería la conflagración permanente con los Estados-nación constituidos en los últimos siglos. En 1850, había unos 10 mil judíos en Palestina, de una población de 400 mil habitantes musulmanes y cristianos, mucho menos que los 400 mil judíos que vivían por entonces en la actual Alemania y los 2,5 millones que residían en el Imperio Ruso en la Zona de Asentamiento, que cubría partes de Polonia, Lituania, Bielorrusia, Ucrania y Moldavia. Por eso el orden internacional posterior a la segunda guerra mundial tiene como uno de sus pilares el respeto a las soberanías nacionales en las fronteras internacionalmente reconocidas por la ONU.
No obstante, Estados Unidos y la URSS -dedicada por entonces a fortalecer su recién conquistada zona de influencia en Europa del Este- se sumaron a la idea del enclave judío en Palestina y aprobaron su creación por las Naciones Unidas en 1947. Esto fue percibido como una nueva imposición colonial occidental por los nacientes Estados árabes, recientemente emancipados del colonialismo inglés y francés. Las monarquías árabes declararon en 1948, sin tener las capacidades militares suficientes, la guerra a ese nuevo Estado, que de inmediato expandió sustancialmente el territorio originalmente asignado por las Naciones Unidas y expulsó de sus hogares a más de 700 mil palestinos, transformados en una diáspora de refugiados perennes y en una herida que permanece abierta hasta hoy, iniciando la tragedia contemporánea de la región. Unos 800 mil judíos fueron, a su vez, hostigados y expulsados desde los países del Medio Oriente y del norte de África después de 1948.
En la guerra fría, Estados Unidos y Europa Occidental hicieron del enclave israelí una cuña para ampliar su influencia geopolítica en el Medio Oriente. Han sostenido militar, económica y políticamente a Israel casi sin condiciones, aumentando la animadversión de los millones de seguidores del Islam en todo el mundo. Luego Rusia estimuló la emigración de la mitad de los judíos de su territorio a Israel.
El islamismo teocrático de los ayatollahs chiitas de Irán llevó, al parecer, su confrontación con Israel hasta Argentina, a través de Hezbolá. Buenos Aires sufrió el atentado a la embajada de Israel en 1992 y a la AMIA en 1994, con el resultado de 105 muertes. Estados Unidos fue víctima del terror islamista sunita con los atentados de 2001, con 2.996 muertes. Su lógica imperial le llevó a invadir primero Afganistán entre 2001 y 2021 y luego Irak, que ocupó entre 2003 y 2011 con cientos de miles de muertos. Ambas ocupaciones terminaron en un gran fiasco. La invasión de Irak desestabilizó toda la región, incluyendo la acción violenta del grupo fundamentalista extremo Estado islámico, finalmente derrotado por una coalición variopinta, en medio de la cruenta guerra de Siria iniciada en 2011, con otros cientos de miles de muertos. Todo esto sin aumentar la seguridad de los israelíes, cuyos gobiernos apostaron por un desangramiento árabe.
Netanyahu se había encargado, entre tanto, de dividir a los palestinos, estimulando el control de Hamas en Gaza y desacreditando a la Autoridad Palestina, dirigida por el partido laico Al Fatah, fundado por Yasir Arafat, con quien tuvimos ocasión de conversar largamente en la Mukata en Ramallah cuatro meses antes de su muerte por envenenamiento en 2004, respecto de la que existe la sospecha de deberse a los servicios israelíes. Al despedirnos, en una explanada en la que se divisaban edificios a lo lejos, nos dijo «desde ahí me van a disparar«.
Todos estos actos de fuerza ampliaron la radicalización de muchas poblaciones islámicas en el mundo contra Estados Unidos y Europa y estimularon los inaceptables atentados contra civiles en distintos lugares de Occidente. El islamismo extremo de Hamas, en un acto desesperado, terminó por golpear con fuerza a Israel el 7 de octubre de 2023, cuando la resistencia legítima en Gaza contra el sometimiento israelí se transformó en un pogromo anti-semita indiscriminado y sangriento, incluyendo el asesinato de 364 jóvenes asistentes a una fiesta en el desierto y de centenares de miembros de los kibutz en la zona, muchos de ellos de tradición progresista.
La perspectiva de nuevos acuerdos entre los países árabes e Israel -que ya existen con Egipto, Jordania, Emiratos Árabes Unidos, Baréin, Marruecos y Sudán- se ha alejado sustancialmente en la actual conflagración, que ha dado lugar a prolongadas violencias sin límites de Israel, que al parecer ahora se dirigirá a una guerra abierta con Irán. Se reproduce la estrategia formulada en su momento por el general Moshe Dayan: “Israel debe comportarse como un perro loco; demasiado peligroso como para que nadie le moleste”.
Pero hay en las partes en presencia quienes ponen encima de la mesa lo indispensable: un acuerdo estable de paz y convivencia entre dos pueblos y dos Estados, hoy en minoría en ambos lados en medio de la guerra. En Israel habrán de volver a escucharse voces como la del exministro Shlomo Ben Ami, para quien “todavía no ha aparecido un líder israelí que sienta verdaderamente lástima por la parte de responsabilidad de Israel en la tragedia palestina de desposesión y exilio. (…). Es la abdicación moral de Israel y su completa indiferencia, la falta de imaginación para concebir el sufrimiento del otro —típica de los enconados conflictos nacionales, que siempre tienden a metamorfosearse en una historia de victimismo competitivo—”. Y también entre los palestinos, que habrán de encontrar nuevas direcciones al margen del islamismo violento.
Entre tanto, el 5 de octubre recién pasado el ex primer ministro laborista israelí Ehud Olmert y el ex ministro de relaciones exteriores de la Autoridad Palestina Nasser Al Kidwa, han propuesto un camino de entendimiento: «La guerra en Gaza debe finalizar. Los rehenes israelíes mantenidos en cautiverio por Hamás deben ser liberados y devueltos a sus familias. Israel, por su parte, tendrá que liberar una cantidad acordada de prisioneros palestinos y deberá retirarse de Gaza. Los palestinos deben crear allí una nueva entidad, legítima y responsable, que no estará compuesta por políticos de ninguna de las facciones palestinas existentes y que estará vinculada orgánicamente a la Autoridad Palestina, pero será lo suficientemente independiente como para ganarse la aceptación de los palestinos mismos, de los Estados árabes vecinos y de la comunidad internacional. La siguiente fase debe… basarse en la existencia de los Estados de Israel y de Palestina, viviendo uno al lado del otro, dentro de las fronteras del 4 de junio de 1967. Estamos de acuerdo en que el 4,4% de Cisjordania, donde actualmente existen los principales bloques de asentamientos israelíes, incluida la zona de Jerusalén, será anexado a Israel a cambio de un territorio israelí de igual tamaño y que se anexará al Estado de Palestina para adaptarse así a las realidades del terreno que son demasiado difíciles de restituir. El corazón de nuestro conflicto es Jerusalén, para lo cual proponemos un plan que exima a la ciudad vieja de Jerusalén, el centro de los sitios religiosos, del control soberano exclusivo de Israel y Palestina… En un periodo de oscuridad tan aterradora, hemos elegido hacer brillar una luz de esperanza y señalar el camino que nuestros dos pueblos deben tomar.»
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Muy bien querido Gonzalo, pero dudo mucho de la posibilidad de coexistencia pacífica de dos Estados en el mismo territorio, Las futuras generaciones palestinas no olvidarán jamás el feroz genocidio que tiene lugar ahora. Por otra parte, el crecimiento demográfico de los judíos ortodoxos les permitirá seguir dominando el Estado Judío. A estas alturas solo un milagro hará posible la coexistencia de dos estados en el mismo territorio. Al ver tu segundo apellido, recordé a tu hermosa madre. Se llamaba ALMA, ¿verdad?