De los 49 premios Cervantes entregados desde 1976, el galardón más importante de las letras castellanas, solo 6 mujeres lo han obtenido y cuatro de ellas durante las décadas de este siglo XXI. La primera de ellas fue Ana María Matute, una de las escritoras más importantes de las letras españolas, la tercera mujer en recibir el Cervantes (tras María Zambrano y Dulce María Loynaz en el siglo XX) en el que se ha premiado también a Elena Poniatowska, Ida Vitale y Cristina Peri-Rossi. El sexteto femenino.
Ana María Matute Ausejo fue la segunda de los cinco hijos de Facundo Matute, dueño de una fábrica de paraguas y de María Ausejo, tradicional y severa ama de casa, es decir, nació en una familia perteneciente a la pequeña burguesía catalana, de Barcelona, conservadora y religiosa. Durante su primera infancia vivió en Madrid, pero a la edad de cuatro años sufrió una infección al riñón y fue enviada a vivir con sus abuelos a Mansilla de la Sierra en Logroño, España.
Apenas cumplidos los 11 años estalló la guerra civil española y todo el horror que la rodea a partir de entonces, termina de marcar profundamente su vida y su escritura signadas por el odio, el miedo y la pobreza sufrida en una infancia que le fue arrebatada por la guerra y la postguerra, causándole grandes daños psicológicos que arrastraría de por vida.
Tartamuda en su infancia, quizá por el miedo a su madre, recobró el habla ante el terror de los bombardeos y se incluyó en “la generación de los niños asombrados”, un término que ella misma acuñó y que sirve para designar a todos aquellos a los que rápidamente se les acabó su vida de cuentos, se le truncó la inocencia de sus juegos, se les terminó su infancia “sin ni siquiera preguntarles”.
Con apenas 17 años escribió su primera novela Pequeño teatro, pero no la publicó hasta once años después, porque su segunda obra, Los Abel, fue considerada más madura que ésta y salió primero. Cuando terminó la guerra conoció al escritor Ramón Eugenio de Goicoechea que la fascinó por su personalidad carismática y seductora que, a pesar de ser entonces una mujer de 26 años, rebelde y curtida, se enamoró ciegamente y, contra la oposición de sus padres que veían claramente la personalidad autodestructiva de Ramón Eugenio, se casó con él en diciembre de 1952.
Este sería su “marido malo”, el hombre con el cual tuvo a su único hijo, Juan Pablo y que le produjo una angustiosa sensación de desamparo económico pero que, simultáneamente, hizo brotar una asombrosa producción literaria.
Ramón Eugenio, había quedado huérfano de padre al nacer y su personalidad estaba marcada por un profundo sentimiento que no le permitía ser un aporte para nadie, ni siquiera para él, menos para ser un buen marido. Vivía de los sablazos a los amigos, los préstamos y, una vez casado, del trabajo de Ana María Matute que, en la medida de lo posible, sorteaba los obstáculos y las increíbles penurias económicas por las que atravesó el matrimonio.
“… se suicidaba cada noche y nadie comprendía cómo nunca se nos moría del todo” comentaría, César González Ruano en sus Memorias, evocando a Ramón Eugenio de Goicoechea, primer marido de Matute, entre los amigos que se juntaban en los cincuenta.
Sus primeros años de casados los pasaron en Madrid y durante ese tiempo, el propio Goicoechea dejó escrita crudamente la experiencia en su libro autobiográfico Memorias sin corazón (1959) donde se autodescribe, por ejemplo, a través de la imagen de un hombre de 33 años, “abatido” por la urgencia de conseguir dinero, empujando el cochecito de su hijo (sin niño) por la Corredera Baja, camino del prestamista. Pocas imágenes más desoladoras que ésta donde cavila acerca de que su mujer tendrá que cargar en lo sucesivo a su hijo en brazos. Pero ni la más patética imagen basta para que deje de vivir de los demás.
Todas nos acostamos con el lobo, pero lo que no podemos hacer es confundirlo con la abuelita. Caperucita era tonta. Ana María Matute en la conferencia Mujeres: puente de igualdad.
Diez años duró el matrimonio que se rompió una mañana de verano de 1962 cuando Ana María descubre que Eugenio que ya había vendido todo lo que podía tener algún valor, desprendiéndose incluso de la máquina de escribir con la que Ana María se ganaba la vida como cuentista. Están en su departamento de Porto Pi, un bello lugar donde se han trasladado desde Madrid y la escritora le comunica a su marido el término de la relación. Furioso, se lleva a su hijo Juan Pablo a Barcelona amparado por las patriarcales leyes franquistas imperantes que conceden la custodia al padre y dejan a la escritora sin derecho a visitar a su hijo. Ana María desesperada es acogida en la casa de Camilo José Cela y su esposa (que recibían a todos los escritores que lo necesitaban) desde donde poco a poco se rearma, logra ver ocasionalmente a su hijo con la complicidad de su suegra y cuñada y elabora una estrategia para recuperar su tenencia. Para esto, transcurrirán casi tres años hasta que, por fin puede demostrar que su marido se ha desentendido de Juan Pablo y ha delegado el cuidado a su madre. Así logra recobrarlo y parte con él a Estados Unidos
El Quijote es el primer libro con el que he llorado, con la muerte del Quijote, por todo lo que significa: El dejar que la locura desaparezca. Eso es terrible. El triunfo de la sensatez, Matute en la rueda de prensa previa a recoger el Premio Cervantes.
Pero toda esa lucha mella el espíritu de Ana María y le toma mucho tiempo superarlo. Aún así, es en esta década del sesenta cuando ella escribe la mayoría de sus cuentos, casi todos dedicados a su hijo Juan Pablo, su “niñito de los sábados” ocasiones en que lograba verlo.
Pero, en algún momento que no está claro, probablemente en un viaje a España, ella conoce a Julio Brocard, en Palma de Mallorca. Brocard era un empresario francés junto al cual inicia una relación feliz y plena que duraría 28 años. Junto a él pudo realizar su sueño de viajar por el mundo, vivieron en Estados Unidos y otros lugares, aunque poco sabemos de él, quizás porque como “los pueblos felices, no tiene historia”. Porque es indudable que él fue la Itaca de Ana María que vivió así una época de alejamiento de la escritura profesional pero que propició la creación de personajes del reino de Olar: el rey Gudú, la reina Ardid, el Trasgo del Sur.
En el lenguaje infantil que con frecuencia usaba Ana María para referirse al mundo, Brocard fue el “marido bueno”, frente al “malo” de Goicoechea de cuyo recuerdo poco a poco comenzó a desprenderse y que no pudo tener un final más calamitoso en su vida. Sin embargo, una gran depresión va a hacer mella en ella a partir de los setenta, sumiéndola en un silencio de casi veinte años en los que deja de escribir totalmente. Sin embargo, sigue creando personajes que más tarde llevará a la vida en el papel.
Ana María Matute solo volvió a ver una vez a su primer marido en la boda de Juan Pablo con su primera mujer. Nunca más volverían a encontrarse.
Claro que Brocard tuvo la mala idea de fallecer producto de un aneurisma el día del cumpleaños de Ana María, el 26 de julio de 1990, lo que la sumió más profundamente en la tristeza. Su hijo, que trabajaba como piloto en Estados Unidos regresa a España con su tercera esposa y desde entonces viven juntos.
Una fuerza de superación notable, su riqueza interior y el apoyo de su hijo y amistades como Carmen Balcells, hicieron que lentamente remontara y saliera de la depresión.
Ser vieja no está tan mal, la gente te perdona todo. Para nada quisiera volver a mis 20 años. Ni a tenerlos entonces, ni a tenerlos ahora, Ana María Matute en 2011.
En 1976 fue propuesta para el Premio Nobel de Literatura y tras varios años de no publicar, obtuvo el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil en 1984. Años más tarde, en 1996 publica Olvidado Rey Gudú, su obra maestra, e ingresa como miembro de la Real Academia Española, convirtiéndose en la tercera mujer perteneciente a esta institución. También fue miembro honorario de la Sociedad Hispánica de América y el 2007 recibió el Premio Nacional de Las Letras Españolas al conjunto de su obra literaria. Su obra ha sido traducida a 23 idiomas y un premio lleva su nombre.
En noviembre de 2010 recibió el premio más prestigioso de la lengua castellana, el Premio Cervantes.
La obra de Matute es extensa y no es este el espacio para abordarla, pero recomiendo aproximarse a ella porque es un reflejo de su vida, de sus emociones y sentimientos y en sus cuentos hay una visión muy triste y gris de la infancia, donde el candor y la inocencia de los niños chocan bruscamente con la despiadada realidad que los circunda.
¿Qué es la felicidad? Son momentos. Lo que no existe, creo, es la desgracia continuada, pero la felicidad intensa, como lo que yo he vivido. ¿Todo el rato así? No podría soportarlo, comentó Matute en El País.
Y es que, desde su primer relato hasta el último, ya sea novela o cuento, siempre está impresa la sensación de desánimo y de pérdida. La vida es perder cosas, es el proceso natural; así lo entiende y así lo deja marcado en sus obras.
«Si no arranco a escribir, me muero» Ana María Matute cuando publicó, Olvidado rey Gudú, su obra maestra y la segunda en su trilogía de ambientación medieval.
Todavía escribe cuando, tras varios días de problemas cardiorespiratorios se encuentra con la muerte el 25 de junio de 2014, a un mes de cumplir los 89 años. Estaba trabajando en la que será su última novela, Demonios familiares, protagonizada por una joven en un mundo de amor, traición y sentimientos confusos.
1 comment
Me gustó mucho la reseña de Cristina Wormull, sobre la escritora Ana María Matute. ¿Por qué?
Porque al relatar esa vida, en la cual la desdicha parece ser el subtítulo de cada etapa, parece (solo a mi juicio) que la comprensión y la empatía de Cristina se deslizan entre los hechos y llegan al lector claramente.