Hoy considerada la más grande pintora colombiana, en los ya lejanos cuarenta, al día siguiente de inaugurar su primera exposición ella fue desmontada por las presiones morales y políticas que calificaron sus pinturas de “sórdidas, desvergonzadas, escabrosas, pornográficas e inmundas”. Toda una batería de sinónimos para calificarla, mientras la Iglesia Católica solicitaba su excomunión inmediata por atentar contra la decencia.
No deja de impresionar la gran cantidad de mujeres, cualesquiera sea el área en que se destacaron, que siguen siendo prácticamente unas desconocidas para gran parte de la población. Artistas plásticas, científicas, escritoras y más, han pasado por la historia con un bajo o nulo registro de sus grandes aportes y aunque Débora Arango Pérez obtuvo reconocimiento tardíamente en su vida, éste fue por su porfía de sobrevivir casi cien años pese a la polémica por la transgresión de sus obras que le costó el acoso constante de la sociedad y, especialmente la Iglesia Católica, que finalmente tuvieron que reconocerla como uno de los grandes aportes a la pintura del siglo XX.
… manejaba un carro grande de mi papá. En ese tiempo en Medellín había tres mujeres que manejaban: una extranjera, una hija de un camionero y yo. Recordaba en una de sus últimas entrevistas, como lo más natural del mundo, esta mujer menuda que apenas se empina sobre el metro cincuenta.
Débora nació en Antioquía, en una familia de clase alta, en los inicios del siglo XX (1907) y murió en los albores del siglo XXI. Durante su larga vida, marcada por la rebeldía que la marcó desde niña cuando se vestía de hombre y salía a cabalgar (su familia fue cómplice de esta rareza), una actividad censurada para las féminas de su época o por ser la primera que pintó desnudos de mujeres así como su destacada incursión en la sátira política a través de la pintura en la que utilizó metáforas zoológicas y religiosas para aludir a aspectos políticos de la sociedad colombiana que, si aún hoy es conservadora respecto al rol de la mujer, hace ochenta años, era cavernaria.
Así fue como dio vida a La salida de Laureano con Laureano Gómez, presidente de Colombia como protagonista a quien plasmó con forma de sapo, presidiendo un coro de ellos y rodeado de serpientes sobre los huesos de sus víctimas que abordaba el golpe de estado perpetrado por el General Gustavo Rojas Pinilla.
Esta bella mujer nunca se casó y quizás, como Sor Juana Inés, prefirió su libertad para poder desarrollar el arte que era su pasión. Se sabe que hubo hombres en su vida, nada serio, salvo un misterioso personaje del cual no nos ha llegado el nombre que estuvo a punto de lograr lo que nadie consiguió. Pero en su vida no hubo ni hijos ni marido. ¿Les suena vanguardista? algo que hoy parece muy normal pero que hace casi un siglo era una rareza que bien valía que la tildarán de indecente: Una mujer sin marido. En realidad, nadie le conoció un novio. Por lo menos eso es lo que se asegura. Al parecer ninguno le dio la talla a una mujer capaz de pintar lo prohibido… ¡cómo se iba a casar si los hombres le tenían miedo!
Aunque, según ella misma dice, hubo alguien a quien amó. Los padres de él la querían mucho, pero después ella se fue para México y a transitar por diferentes partes. No se olvidaron porque “El amor es muy bello. Donde no hay amor no hay nada” dijo al final de sus días Débora…. Pero el nombre de su amado nunca se lo reveló a nadie.
Cuando Débora participó en sus primeras muestras, causó de inmediato polémica por ser la primera mujer que incluyó desnudos en su pintura… y fueron considerados como “obras impúdicas que ni siquiera un hombre debía exhibir”.
Su primera exposición individual la realizó en el Teatro Colón de Bogotá allá por el 1940, pero fue desmontada al día siguiente de su inauguración por las presiones morales y políticas de la sociedad colombiana. Años después, en 1955, expuso en el Instituto de Cultura Hispánica de Madrid, pero su exposición fue cerrada un día después por órdenes del dictador Francisco Franco. Para lograr su primera muestra individual con una duración de más de un día tuvo que regresar a Medellín, su ciudad natal, donde en 1957 la logró mantener durante el período establecido de exposición.
Para Arango el papel de la mujer en la sociedad es vital y representó en imágenes a las mujeres de una forma que no se había visto antes: prostitutas o mujeres en prisión. Ella emplea un estilo expresionista -fue encasillada como tal por mucho tiempo- en uno de sus cuadros más impactantes como es Justicia donde llama la atención sobre los efectos negativos que la prostitución puede tener en las mujeres. Luego, en Amanecer, representa la vida nocturna urbana, explorando el rol de la mujer como secundario a los hombres. No existió otro artista colombiano que abordará el tema de la mujer en el mundo en ese entonces y eso la convirtió en una provocadora.
La actitud grosera y violenta de los hombres, con la porra fálica que uno sostiene dirigida hacia el vientre de la joven, y la expresión resignada e inane de la mujer, junto con el irónico título, justicia, nos hablan del cuestionamiento crítico de la justicia en una sociedad patriarcal en la que las mujeres son utilizadas y son víctimas de una opresión a la que ya ni siquiera tratan de oponerse. Pilar Muñoz López
Débora rechazó la pintura convencional de paisajes y naturalezas muertas e incursionó en una faceta ausente de la obra femenina como la sátira en la que interpretó hechos políticos y la ansiedad, la violencia y la mortalidad del momento. Para ello utilizó novedosos recursos como la metáfora zoológica para referirse a aspectos políticos o incorporar la crítica social.
A partir de 1944 Débora participó en un grupo de artistas que inspirados en los muralistas mexicanos destacaban la importancia del arte público y de realizar murales que pudieran estar al alcance de todos. Este grupo plasmó sus ideas en un documento que llamado “Manifiesto de los Independientes” donde enfatizaban su objetivo de iluminar al público desafiando al corrupto gobierno colombiano de la época donde prevalecía la violencia y su responsabilidad en varias masacres. Esta situación, los sentimientos de Arango, se ve claramente en pinturas como El tren de la muerte o El cementerio de la chusma y/o mi cabeza.
La producción pictórica de Arango es extensa, pero entre las más reconocidas están Las monjas y el cardenal; El almuerzo de los pobres; El Cristo; Huida del convento; La monja intelectual; En el jardín; Bailarina en descanso; Los cargueros; Los matarifes y Retrato de un amigo, a Mateo Blanco, quien fue su mejor amigo en los últimos años de su vida.
“La pintura de Débora Arango tiene mucho de panfleto, de manifiesto, de indignación. En todo caso, es cualquier cosa menos decorativa. La pintura de Débora Arango no halaga. Ni acompaña. Ni aquieta. Incita al asco, fustiga. Es gesto de rebeldía. Un crítico dijo que allí, en Envigado, una muchacha de la clase alta se adelantaba entonces a lo que hacían los vanguardistas europeos. La acuarela, agua y luz, fluidez, transparencia, entonces era una técnica de paisajistas, de pintores de flores de fin de semana, de bodegones con peras. Pero la más amable de las técnicas del pintor con ella abandonó su prestigiosa pureza. El pincel punza, denuncia, es repulsa, deforma. La luz se ensucia y el agua se endurece”. Eduardo Escobar, escritor colombiano
Con posterioridad, la pintura de Arango quedó prácticamente en el olvido por veinte años. El cubismo era la tendencia y ella no quiso nunca plegarse a ellas. Hoy, Débora Arango es reconocida como una de las artistas más importantes de Colombia y una figura clave del feminismo en la región, no solo por su compromiso y su visión, sino por haber abierto camino para las artistas mujeres.
No falta quien la ha calificado como la Frida Kahlo de Colombia.
A partir de los 80 su obra comenzó a ser reconocida y ella a recibir múltiples condecoraciones. En el año 1986, pese al maltrato sufrido durante años y a que había decidido no volver a mostrar sus obras por las amenazas que recibió su familia, donó 233 piezas de arte al Museo de Arte Moderno de Medellín.
Recibió entonces el Premio a las Artes y a las Letras de la gobernación de Antioquia, el título de Maestra Honoris Causa de la Universidad de Antioquia y su rostro se incluyó en el billete de dos mil pesos colombiano.
Entre las anécdotas de sus últimos años no faltaron los jóvenes que la visitaban en su casa para llevarle flores. Valga recordar que el Presidente Álvaro Uribe la visitó para entregarle la Cruz de Boyacá en el grado de Comendador, y al día siguiente le envío a un emisario con un fusil para que Débora le hiciera una pintura que terminara con la violencia y los males de la nación. Débora le hizo un boceto de una paloma y se lo envió.
Colombia le debe mucho a esta mujer que vivió y pintó con pasión, sin jamás vendarse los ojos y prescindiendo de la opinión de los demás. Sus pinturas de colores brillantes y enlodados para transmitir la podredumbre del sistema confrontaron de forma, incluso violenta a la realidad, incorporando borrachos, buitres y hienas, la muerte y, también, la lucha de las mujeres por salir adelante y hacer frente a los obstáculos de la sociedad.
Hoy, más de una década después de su muerte, se le rinde un homenaje largamente postergado en una serie “Débora: la mujer que desnudó a Colombia” que, junto con narrar su vida, nos cuenta de la vulnerabilidad de las mujeres de la primera mitad del siglo XX cuando podían ser acosadas y abusadas con total impunidad. En esos tiempos solo un hombre lo denunció: José Antonio Osorio Lizarazo. También, una sola mujer: Débora Arango.