Leyenda de los Payachatas

por Hermann Mondaca Raiteri

Las leyendas de nuestra tierra nos hablan de realidades mágicas; a veces fantásticas, en los territorios de la costa, el desierto, los valles transversales y los pueblos altiplánicos.

En la Provincia de Parinacota existen dos hermosas montañas nevadas, muy diferentes a todos los que hay en ese sector de la cordillera: Los Payachatas, que aparecen imponentes sobre el Lago Chungará. Según la leyenda aparecieron muchos miles de años atrás estremeciendo toda la tierra.

La zona que ocupan era una enorme planicie que tenía por el norte al cerro Casari, y por el sur al Espíritu.

Una primera leyenda refiere al nacimiento de dos colosos gemelos, asociado a la versión quechua de los Payachatas.

Muchos siglos atrás, estos parajes eran azotados por fuertes vientos que hacían muy inhóspita esta antigua tierra. Allí habitaba una anciana que se transformó misteriosamente en el terror por varias leguas a la redonda, si bien no se tenían conocimientos que ella hubiera hecho daño a alguien.

La llamaban “la bruja Paya” porque cuando la divisaban desde lejos parecía que se trataba de dos personas y si lanzaba una piedra siempre caían dos. Nadie era capaz de precisar su edad y los más veteranos del lugar la recordaban como la más hermosa doncella de las tribus que habitaban esas cercanías.

La llamaban “la bruja Paya” porque cuando la divisaban desde lejos parecía que se trataba de dos personas y si lanzaba una piedra siempre caían dos.

Ella había sido mujer de un valeroso y noble capitán indígena. Su desgracia se debió a que cuando paría, invariablemente tenía mellizos, lo que era considerado como de mal augurio por los hechiceros de aquellos tiempos.

Cuentan los antiguos que la primera vez que parió mellizos, su marido sacrificó a escondidas a uno de ellos para librarla del suplicio a que sería condenada. En el siguiente parto fue denunciada y siguiendo la brutal costumbre fue castigada, amarrada a un palo de su estatura, donde debía permanecer de pie, sin comer ni beber durante nueve días con sus noches.

Cuando las mujeres sobrevivían de aquella tortura debían continuar su existencia completamente aisladas y, por cierto, sin contacto con hombres.

Así le aconteció a Paya. Vivió incontables años en soledad hasta que un día hizo su aparición un grupo de indígenas, entre los cuales destacaba un extranjero cuyo lujoso ropaje era desconocido para todas las tribus, venía de otras tierras, hablaba un idioma desconocido, pero se hacía entender entre sus acompañantes. Al ver a Paya, pidió lo dejaran permanecer junto a ella en su choza, mientras esperaría a unos amigos que venían en viaje.

Enterados de aquellas pretensiones los indígenas se resistieron, haciéndole presente la condena para la mujer aislada. Porfiado el extranjero, alegó que no estaba obligado por ningún juramento de tribus ajenas, que mejor se retiraran y volvieran después de cumplirse los nueve días cuando continuaría su marcha hacia la gran cota (laguna o mar).

Después de mucho deliberar, los indígenas fueron a comunicar los hechos a sus respectivos caciques, quienes después de oír atentamente su relato, les prohibieron regresar donde el extranjero sino hasta después del noveno día.

Cuando el extranjero quedó solo con Paya ésta le hizo señas para que entrara a su choza. El joven entró ceremoniosamente y una vez sentados a la usanza indígena -uno frente al otro-, le pidió a Paya que le contara el motivo por el cual vivía sola y era temida por todos.

La mujer comenzó el relato de su desgracia con una voz juvenil, que contrastaba con su rostro arrugado. El forastero, que no había despegado su vista de la anciana, vio con asombro como su cara recobraba paulatinamente la juventud a medida que avanzaba en su relato. Sus ojos recuperaban poco a poco el brillo y la viveza, sus cabellos blancos iban dando paso a su color primitivo y su cuerpo comenzó a tornarse elástico y brillante. Al terminar la historia e incorporarse había cambiado completamente.

Paya ya no era la vieja mujer indígena de traje raído y sucio, sino una hermosa y bella joven lujosamente ataviada a la usanza de su tribu. El extranjero, más que asombrado, se restregaba los ojos como si quisiera despertar de un sueño, sin poder creer en lo que apreciaba, mientras ella sonreía dulcemente al comprobar lo que acontecía en el alma de su huésped.

 Al día siguiente Paya sorprendió escondido en la choza a uno de los indígenas que había acompañado al extranjero y reposadamente se limitó a ordenarle que no abandonara la choza sino hasta después del noveno día. Éste temió inicialmente por su vida, pero después permaneció como si estuviera encadenado a la voluntad de ella.

Así fue como durante ocho noches con sus días Paya y el extranjero vivieron un idilio y un romance ininterrumpido, durante el cual él se veía obligado a tocar continuamente su quena, de la que sin proponérselo salían tristes, pero bellas melodías que hacían vibrar su corazón.

Llegada casi la medianoche del noveno día le ordenó al indígena cautivo que aguardara hasta al amanecer y luego corriera a avisarle a los caciques y hechiceros que la habían condenado que vinieran a contemplar a sus hijos Payachatas nacidos luego de las nueve noches de amor.

Llegada casi la medianoche del noveno día le ordenó al indígena cautivo que aguardara hasta al amanecer y luego corriera a avisarle a los caciques y hechiceros que la habían condenado que vinieran a contemplar a sus hijos Payachatas nacidos luego de las nueve noches de amor.

Al amanecer del décimo día, cuando las tribus se dirigían en busca del extranjero y de Paya, se oyó un formidable ruido subterráneo. La tierra tembló de tal forma que todos rodaron por el suelo. Entonces oscureció, mientras emergían gruesas columnas de humo con largas lenguas de fuego remontándose hacia el cielo. Los vapuleados visitantes huyeron espantados de la zona apenas pudieron.

Al regresar después de diez días de fuertes temblores y lluvia de cenizas, vieron que en el lugar donde estaba la choza de Paya se alzaban dos hermosas montañas de color plomizo cuyos conos nevados parecían tocar el cielo.

Por muchos años a esos cerros se les llamó “los hijos de Paya”. Sólo con el tiempo se les cambió el nombre por el de Payachatas, que significa «los mellizos o gemelos».

También te puede interesar

2 comments

Marta junio 12, 2023 - 1:33 am

Muy interesante y hermoso el relato

Reply
Luz Marina Osorio junio 18, 2023 - 4:36 am

Linda historia, me encantó. Gracias por compartirla

Reply

Deja un comentario