El triunfo de la nueva izquierda en la elección de los constituyentes de mayo 15/16, entregó al Partido Comunista-Frente Amplio una fuerza considerable, a la que se agrega una sorprendente cantidad de representantes independientes, dónde destaca la Lista del Pueblo, manifiestamente crítica del sistema económico-político imperante.
La derrota de los partidos tradicionales, comprometidos con el neoliberalismo o que fueron complacientes con el modelo en curso, han abierto paso a una nueva hegemonía cultural. No se trata sólo de un viraje en favor de la izquierda. Hay algo más: el sentido común ha cambiado en el país. Se ha producido un cambio cultural que rechaza el individualismo y comienza a valorar la responsabilidad colectiva.
Lamentablemente, los discursos de la unidad que, de una forma u otra, se venían desplegando en el campo opositor se esfumaron con los duros enfrentamientos entre el Partido Comunista-Frente Amplio y el Partido Socialista en torno a las primarias para las presidenciales. El PC-FA no aceptó que la candidata del PS, Paula Narváez, incorporara el apoyo del PPD-Nuevo Trato-Liberales a esa primaria. En momentos que crece la alegría del pueblo se abrió una grieta en el campo opositor.
Cuando la hegemonía político-cultural se ha desplazado al campo popular hay que saber aprovecharla para construir un gobierno transformador. Se equivocan entonces Jadue y también Boric al cerrar puertas a las primarias presidenciales, del mismo modo que resultan inapropiadas las declaraciones destempladas del presidente del PS y de la candidata Narváez.
Son indiscutibles las acusaciones del PC-FA contra el neoliberalismo del PPD, pero ellas también son válidas para el PS porque fueron ambos partidos parte de los gobiernos y de las políticas de Lagos, Frei y Bachelet. Pero se trata de acusaciones extemporáneas porque el mismo PC se incorporó al segundo gobierno de la presidenta Bachelet, con la inocultable presencia neoliberal de los ministros Rodrigo Valdés y Nicolas Eyzaguirre.
Tampoco el PC puede olvidar que, en el 2015, el gobierno Bachelet, intervino Impuestos Internos para ocultar los graves actos de corrupción empresarial-política y aún más grave hubo generosas concesiones de ese gobierno a Ponce Lerou para que continuara la explotación del litio. A pesar de todo esto, el PC no se retiró del gobierno. Igualmente, los muchachos de Revolución Democrática se incorporaron al Ministerio de Educación en el gobierno Bachelet, sin exigir como condición previa el término del vergonzoso CAE, que ha esquilmado al estudiantado universitario.
Los pecados del pasado no excluyen a político alguno; por cierto, más a unos que a otros. Pero lo sustantivo, en la hora actual, es lograr una mayoría social y política que derrote a la derecha en las presidenciales para instalar un gobierno de izquierda que inicie el fin del neoliberalismo.
Por tanto, si ahora el PPD, el PS y radicales e incluso la DC están dispuestos a renunciar al neoliberalismo y a terminar con la corrupción político-empresarial no se les pueden cerrar las puertas. Sobre todo, porque la marea popular transformadora es la que los empuja en una nueva dirección. Y, para denunciar comportamientos pasados y anunciar diferencias sobre el futuro están las primarias, lo que permite a la ciudadanía decidir su mejor candidato presidencial. Para eso son las primarias.
Es bueno recordar que, desde los tiempos de Luis Corvalán, son muchas las veces que los comunistas han planteado “la unidad de las más amplias fuerzas” para aislar a la derecha. A lo mismo apuntó Radomiro Tomic en los años setenta cuando señaló que derrotar a la derecha requería “la unidad política y social del pueblo”.
La reciente derrota de la elite económica y de sus aliados políticos en la Constituyente ha instalado al pueblo como protagonista del futuro inmediato de nuestro país. El pueblo ha señalado con claridad que no quiere saber más de los políticos y economistas que durante cuarenta años fueron capturados por los grandes negocios y que legislaron en su favor.
Sin embargo, si la oposición va dividida y la derecha unida para las presidenciales, la derrota popular es inevitable y las transformaciones no podrán materializarse. Aún es tiempo de cerrar la grieta para unir a la oposición y, por cierto, con un programa que termine con el modelo neoliberal. El pueblo chileno lo demanda.