La epidemia cunde en el oficialismo y aún no encuentran vacuna. Más de un psiquiatra lo ha relacionado con el trastorno de la obsesión compulsiva.
Es de larga data, las primeras manifestaciones agudas se expresaron en el mensaje presidencial de Sebastián Piñera ante el Congreso Nacional, cuando dedicó largos minutos a los efectos perversos de las reformas impulsadas por la ex mandataria, con “intentos refundacionales y la lógica de la retroexcavadora”.
La epidemia cunde en el oficialismo y aún no encuentran vacuna. Más de un psiquiatra lo ha relacionado con el trastorno de la obsesión compulsiva.
Algo pareció cambiar cuando Michelle Bachelet, como Alta Comisionada de la ONU para Derechos Humanos (Acnudh), manifestó su preocupación, denunciando graves violaciones a los derechos humanos en Venezuela y Nicaragua, en septiembre de 2018. Incluso, la nunca bien ponderada senadora Van Rysselberghe celebró junto a otros dirigentes oficialistas las palabras de la alta comisionada.
En nuestro país tiende a primar de la mirada angosta y estrecha, condicionada por los principales medios de comunicación – salvo en materia de fútbol y algunos espectáculos – y pocos se informan de los acontecimientos mundiales más allá de la Cordillera, salvo cuando aquellos medios los instalan con sus particulares sesgos, no exentos de inevitable parcialidad.
Algo pareció cambiar cuando Michelle Bachelet, como Alta Comisionada de la ONU para Derechos Humanos (Acnudh), manifestó su preocupación, denunciando graves violaciones a los derechos humanos en Venezuela y Nicaragua, en septiembre de 2018. Incluso, la nunca bien ponderada senadora Van Rysselberghe celebró, junto a otros dirigentes oficialistas, las palabras de la alta comisionada.
De allí que pocos se informaran de la actividad de Bachelet, en su rol, cuestionando las políticas migratorias en Italia y Austria, detenciones arbitrarias en China o la brutal separación de familias inmigrantes en la frontera de Estados Unidos, ordenada por Trump. Menos de iniciativas vinculadas a las complejas realidades en otros países de Centroamérica, Yemen, Arabia Saudita o Filipinas.
La dramática crisis venezolana no ha sido nunca ajena a las preocupaciones de Bachelet. En su rol de alta comisionada prepara un “informe exhaustivo” sobre la situación de los derechos humanos en Venezuela, que presentará en marzo próximo. Como lo señalara recientemente el ex senador Viera – Gallo, Bachelet “ha pedido acceso pleno a Venezuela (cárceles, hospitales incluidas) y ha informado a las autoridades que su oficina, con o sin acceso, está monitoreando la situación para el informe ya mencionado”.
De allí que pocos se informaran de la actividad de Bachelet, en su rol, cuestionando las políticas migratorias en Italia y Austria, detenciones arbitrarias en China o la brutal separación de familias inmigrantes en la frontera de Estados Unidos, ordenada por Trump. Menos de iniciativas vinculadas a las complejas realidades en otros países de Centroamérica, Yemen, Arabia Saudita o Filipinas.
Ciertamente esta información la tiene el gobierno chileno. Para el emprendimiento asumido con tanto verbo por nuestro converso canciller (compañero de ruta del tristemente célebre Mauricio Rojas, “el breve” ex ministro de las Culturas), entusiasmado con su rol en el llamado “grupo de Lima”, que reconoció el gobierno virtual de Guaidó, sin mayores reservas al riesgo de una intervención militar del gobierno de Trump, poco importan los intentos de una salida política y negociada, como la han alentado los gobiernos de Méjico y Uruguay.
Qué duda puede caber del desprestigio y necesaria condena al gobierno de Maduro. Pero, como debemos saber” una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa”. Uno el problema, otra la solución. Respecto del futuro de la democracia en Venezuela, cada uno deberá asumir sus responsabilidades.
Como lo señalara recientemente el ex senador Viera – Gallo, Bachelet “ha pedido acceso pleno a Venezuela (cárceles, hospitales incluidas) y ha informado a las autoridades que su oficina, con o sin acceso, está monitoreando la situación para el informe ya mencionado”.
De paso, no deja de ser curioso el silencio transversal en nuestro país por la grave crisis humanitaria y la brutal represión que despliega en Nicaragua el gobierno de Daniel Ortega. Más allá de la demagogia del ex revolucionario ¿será porque la corrupción, el abandono de los principios originales del movimiento sandinista y su colusión con grandes intereses económicos no incomodan tanto a Trump y sus aliados en el Continente?
Bachelet ha asumido su rol en relación a la grave crisis en Nicaragua. Desde donde corresponde a su rol. La obsesión del gobierno de Piñera, con sus descalificaciones continuas pareciera apuntar al descrédito de su imagen política interna. Quizás porque es apreciada como una amenaza potencial en una oposición sin nuevos liderazgos indiscutidos.
Para el emprendimiento asumido con tanto verbo por nuestro converso canciller (compañero de ruta del tristemente célebre Mauricio Rojas, “el breve”, ex ministro de las Culturas), entusiasmado con su rol en el llamado “grupo de Lima”, que reconoció el gobierno virtual de Guaidó, sin mayores reservas al riesgo de una intervención militar del gobierno de Trump, poco importan los intentos de una salida política y negociada, como la han alentado los gobiernos de Méjico y Uruguay.
Disparar al voleo se transforma en recurso fácil para cualquier político de turno en vacaciones, léase Iván Moreira. Incluso para el impresentable obispo evangélico, Eduardo Durán- que se llevó el millonario diezmo de sus fieles para la casa- acusando a la ex mandataria de persecución política por sus posiciones religiosas.
Piñera y Ampuero piensan que Bachelet es tan gravitante mundialmente que está llamada a resolver la crisis venezolana? Algo no cuadra en la jugada mediática del gobierno. Quizás seguir haciendo política sólo mirando discutibles encuestas alimente la contagiosa bacheletitis.
Piñera y Ampuero piensan que Bachelet es tan gravitante mundialmente que está llamada a resolver la crisis venezolana? Algo no cuadra en la jugada mediática del gobierno. Quizás seguir haciendo política sólo mirando discutibles encuestas alimente la contagiosa bacheletitis.