En Chancay, un pequeño pueblo de pescadores en la costa central de Perú, a 80 km al Norte de Lima, se construye un mega–puerto. El gobierno peruano espera se transforme en el gran puente de carga de Sudamérica al Asia, y particularmente a China. Un proyecto de US 3600 millones de dólares, destinado a relevar al puerto del Callao, que ya no da más, el proyecto está a cargo de COSCO Shipping Ports, una empresa estatal china, y una de las gigantes del rubro. Entre otros, desde el año 2016, COSCO tiene la concesión del puerto del Pireo, en Grecia, y lo ha transformado de un puerto con problemas, a uno de los que más carga mueve en el Mediterráneo. Como ha informado la BBC, las dimensiones del proyecto en Chancay, parte de la Iniciativa de la Franja y la Ruta china, son tales, que todo indica que “está llamado a convertirse en un punto neurálgico del comercio internacional”.
Chancay podrá recibir a los barcos de carga más grandes (18.000 contenedores), y partirá con cuatro puntos de amarre, que podrán llegar a quince. Según el Ministerio de Transporte peruano, Chancay será “un hub regional que enlazará con…Chile, Ecuador y Colombia”. El gobierno peruano subraya que esto le dará una ventaja competitiva sobre Chile en su proyección al Asia-Pacífico.
Este tremendo proyecto, con obvias implicaciones para Chile, casi no ha sido noticia en los medios nacionales, aunque los paralelos con la situación portuaria chilena son notables. Valparaíso no da más, y es urgente expandir San Antonio. Desde hace más de una década que se habla del gran proyecto del “mega- puerto del Litoral Central”, pero poco o nada ha ocurrido al respecto. Se menciona una línea ferroviaria de la Región Metropolitana hasta San Antonio, y los más ambiciosos lo vincularon al proyecto de un corredor bioceánico, con una línea ferroviaria a través del Paso Libertadores. Hasta el día de hoy, en la mejor tradición nacional, siguen los estudios, pero no pasa nada. En el intertanto, la gran prioridad del Ministerio de Obras Públicas de Chile es seguir llenando el país de autopistas urbanas superfluas, ignorando proyectos-país como éste.
Desde la época de Diego Portales que Chile manifestó su vocación hacia el Pacífico. Es por medio de nuestra proyección hacia el Asia, a través del mayor océano del mundo, que el país puede desarrollar su potencial y dar el gran salto al desarrollo. Por increíble que parezca hoy, a fines del siglo XIX, Estados Unidos se sintió amenazado por la posición expectante que Chile había adquirido en el Pacífico Sur.
En los noventa, Chile volvió a asumir su compromiso con el Asia-Pacífico. Para reinsertar a Chile en la economía mundial después de la dictadura, se instalaron dos principios-guía: el de la “globalización como asianización”; y el de la “política comercial lateral”. El primero, en el entendido que el Asia-Pacífico sería la zona más dinámica y de mayor crecimiento, y por ende a priorizar en las relaciones económicas internacionales; el segundo, que los Tratados de Libre Comercio (TLC), plurilaterales en lo posible, pero sino bilaterales, eran el camino. Estos últimos, aunque desafiaban la ortodoxia económica, serían clave para abrir nuevos mercados, algo fundamental para un país pequeño como Chile. Asumiendo un papel pionero en el Asia, Chile multiplicó por nueve sus exportaciones entre 1990 y 2007, de U$ 9 mil millones a 81 mil millones, y se instaló en una posición expectante en esas lejanas tierras, algo que le ha traído numerosos réditos. El comercio con China pasó de U$ 8 mil millones de dólares en 2005, el año de la firma del TLC con China, a U$ 55 mil millones en 2021, un aumento de siete veces.
En ello jugó un papel central la visión de Chile como “país puente” entre Asia y Sudamérica. La tarjeta de presentación de Chile no es el tamaño de su economía, de su población o de su territorio, en todas las cuales somos superados por varios países vecinos. Lo que Chile ofrece es su reputación de país serio, a la vanguardia en materia de políticas públicas y una certera comprensión de cómo funciona el mundo, lo que le permite actuar en consecuencia.
Este liderazgo regional en el Asia-Pacífico, sin embargo, no es algo garantizado, sino que debe ganarse día a día, y es perfectamente posible perderlo. Como señalo en mi nuevo libro Xi-na en el siglo del Dragón/ Lo que todos deben saber sobre China (Lom), hoy todos quieren “un pedazo de Asia”, y la competencia es feroz. Perú siempre ha tenido especial interés en arrebatarnos este liderazgo, y, por increíble que parezca, Chile pareciera estar decidido a entregárselo.
En los últimos cuatro años, Chile, por acción u omisión, ha abdicado de este papel de pionero latinoamericano en Asia. Ello se ha expresado en tres instancias, cada una de ellas de gran contenido sustantivo y simbólico:
- El estancamiento del proyecto de un mega- puerto en el Litoral Central, que todos entienden que deberá ser San Antonio. Según algunos informes, el mismo podría ver la luz del día en 2034 (siguiendo el triste ejemplo del puente sobre el Canal de Chacao, que lleva ya diez años y no tiene para cuándo). Esto implica ceder la condición de “país-puerto” y “país-puente” de Sudamérica a Perú, que ha iniciado la construcción de un mega-puerto en Chancay, mientras en Chile seguimos con los eternos estudios.
- La renuencia a firmar el TPP11: Aunque Chile jugó un papel clave en rescatar este gran acuerdo inter- regional, que une a países de América Latina, Asia y Australasia, (por algo el mismo se firmó en Santiago en marzo de 2018), una vez que Estados Unidos lo desahució en enero de 2017, ya han pasado cuatro años y Chile sigue sin ratificarlo. Lejos de ser un tema de aranceles más o aranceles menos, restarse de un acuerdo como éste envía un mensaje muy potente de desinterés en el Asia Pacífico, algo que ya ha sido registrado.
- La cancelación del proyecto del cable de fibra óptica de Valparaíso a Shanghái en 2019: Este megaproyecto en infraestructura digital, presentado originalmente por Chile a China en 2016, y formalizado en un Memorándum de Entendimiento, habría constituido el primer cable de internet a través del Pacífico Sur y le habría permitido a Chile constituirse en la puerta de entrada digital de China a Sudamérica. En la época de la tecnología 5G, clave para la Inteligencia Artificial, la conectividad digital es cada vez más significativa. Chile, el país con mayor penetración digital en la región, habría sido una plataforma ideal para ello. Sin embargo, cediendo a presiones extranjeras, el proyecto fue cancelado en 2019, siendo reemplazado por el proyecto de un cable a Australia, aduciendo menores costos. Mientras China es el primer socio comercial de Chile, el comercio con Australia es menos de un 1% del comercio con China, y la demanda por tráfico digital es entre mínima e inexistente, no quedando claro el propósito que cumpliría un cable así. Y aunque se podría haber esperado una reevaluación del proyecto por parte del nuevo gobierno, e incluso una reposición del cable de Valparaíso a Shanghái, nada de ello ha ocurrido.
Si bien pueden aducirse razones variopintas para cada una de estas decisiones, en su conjunto reflejan un problema mayor. Mas allá de los gobiernos de turno, lo que Chile trasmite es un creciente desinterés en el Asia Pacífico. En momentos en que muchos aducen que éste será el siglo del Asia (algo cuyos fundamentos explico en el capítulo final de mi nuevo libro), ello resulta tanto paradojal como frustrante. ¿Es que seremos eternamente, en la frase de Aníbal Pinto, “un caso de desarrollo frustrado”?
- Jorge Heine es profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Boston