Fue durante meses, sino años, que Gabriel García Márquez amasó la idea que daría vida a Cien años de soledad (1967). Basado en las historias que su abuela le había contado mientras cocinaba -y él un niño curioso la acompañaba ávido de conocer detales mágicos- sobre muertos que seguían vivos y bebés con capacidades adivinatorias que nacían con los ojos abiertos.
La obra la escribió en un par de semanas, encerrado en un cuartucho donde nadie podía interrumpirlo y solo se le entregaban las comidas diarias por una trampilla de la puerta. Una vez que estuvo lista la mandó por correo a la editorial (Seix Barral) en dos tandas y para pagar la segunda encomienda tuvo que vender hasta el último cachivache de su casa, jugándose todo lo que tenía por la gran historia de la familia Buendía durante cien años.
García Márquez la concibió para ser leída e imaginada, para que cada lector le diera rostro a cada uno de los Aurelianos y José Arcadios, Amarantas, Úrsulas y Remedios; idea que choca como agua en la roca con el anuncio de Netflix de hacer una serie con la novela que llevó al colombiano a obtener el Premio Nobel en 1982.
El contexto
Hablar del Boom Latinoamericano nos reduce a los años más prolíficos de la historia literaria. Hay quienes piensan que es Cien años de soledad la obra principal del período, pero para ser claros hay que mencionar que se dio inicio al septenio con la publicación de La ciudad y los perros (1963) de Mario Vargas Llosa y que terminó con el “Caso Padilla”, ocasión en que Heberto Padilla se atrevió a hablar mal del régimen cubano liderado por Fidel Castro, por lo cual lo condenaron a muerte.
Los escritores del Boom se dividen (García Márquez, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, José Donoso) entre quienes apoyan a Padilla y exigen su liberación y quienes lo encuentran un traidor. Finalmente, Padilla se salva del patíbulo, –tras desdecirse públicamente- pero no evita acabar con el período literario.
Y es que el eje fundamenta del Boom era la adhesión de los escritores al régimen castrista, además de ser talentosísimos, latinoamericanos, escribir bajo el prisma del realismo mágico y publicar con Seix Barral, editorial española que dejó de lado a sus compatriotas por estos narradores americanos que mostraban sus historias locales al mundo.
El Boom es el único período literario que fue analizado en paralelo a que se producía y el gran creador de este estudio fue el chileno José Donoso, quién dentro de las muchas características propias de la narrativa, destacó la importancia de la ciudad y la creación de pueblos imaginarios.
Aldea de casas de barro y caña brava
Cuando el pirata Francis Drake atacó Riohacha la bisabuela de Úrsula Iguarán cayó sentada sobre un brasero ardiente quedando “imposibilitada” como mujer para siempre. En medio de la constante de esta tragedia familiar y el miedo que le habían machacado desde antes de nacer a tener hijos con cola de puerco, es que Úrsula se casó con su pariente lejano, José Arcado Buendía.
La noche de boda, Úrsula la pasó con un cinturón de castidad y ya las veladas siguientes el acto de amar fue reemplazado por luchas interminables por consumar el matrimonio.
El rumor de que el fuerte y varonil José Arcado Buendía no había hecho suya a Úrsula Iguarán corrió por el pueblo y una noche, en medio de una pelea de gallos, Prudencio Aguilar tuvo la mala idea de burlarse del recién casado, quien harto de ser rechazado y humillado, tomó una lanza y le atravesó la garganta al infeliz que osó provocarlo.
Tras el incidente y asesinato, José Arcado Buendía se fue a su casa y con fuerza brutal consumó su matrimonio. Pero la vida no siguió su curso, pues el fantasma de Prudencio pidiendo agua noche a noche comenzó a acosar a los recién casados, por lo que decidieron –junto a un grupo de otros jóvenes matrimonios- emigrar a una tierra nueva, de destino desconocido, pero que se presentó ante sus ojos como una explanada cruzada por un río de aguas diáfanas que resultó perfecto para fundar Macondo.
Partiendo por el medio, jugando con los nombres, solo una constante
La literatura clásica -esa que tenía a los lectores acostumbrados a un orden de presentación, desarrollo, clímax y desenlace; con un narrador omnipresente y jamás cuestionado por el receptor- fue destruida de un zarpazo con la publicación de Cien años de soledad, que parte con un hecho que ocurre en la mitad del libro por lo que rompe con el orden cronológico: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo».
Acá nos encontramos ante una escena que presenta dos etapas de lo que será la vida del coronel Aureliano Buendía: siendo un niño conoció el hielo en una feria de atracciones que montó el gitano Melquiades -encargado de comenzar la traducción de los papiros de la familia Buendía-; y la segunda, cuando en medio de la guerra se enfrentó a la muerte cuando fue condenado a enfrentar el patíbulo.
Así, desde la primera línea de la novela ya conocemos que la trama traerá magia, guerras, muerte, relaciones de familia, y un sinfín de personajes que mantendrán nombres y características comunes a lo largo de un centenar de años.
Todos los Arcadios son fuertes, pasionales y arrebatados. Los Aurelianos son más calmos, fríos y destinados a la muerte. Solo con los gemelos Aureliano Segundo y Arcadio Segundo las características se ven cruzadas. Las Amarantas sufren por amor y las Remedios viven experiencias espirituales. Solo hay una Rebeca, que parece ser el nombre prohibido por haber mancillado con la única regla irrompible de la novela: jamás hay que casarse con un pariente.
Y es que Rebeca se enamoró perdidamente de su hermano José Arcadio, una vez que él volvió de un largo viaje recorriendo el mundo junto a los gitanos y retornó hecho un hombrón de casi dos metros, todo tatuado y con fama de ser el mejor amante. Sin dudarlo se casan (y si bien no había lazo sanguíneo, pues Rebeca había sido adoptada) el caos familiar fue tal que los expulsaron de la casona con olor a albahaca y flores.
Los personajes pasan, tienen sus ciclos, mueren y aparecen como espíritus; las historias se repiten; los Aurelianos mueren de manera trágica; Úrsula vigila en vida y como fantasma que nadie cometa el error de enamorarse de un pariente; el patriarca trasciende al tiempo amarrado en un árbol. Si bien hay cien años de historia que contar, existe solo una constante: el miedo a nacer con cola de puerco.
El desafío
Llevar a la pantalla a modo de serie una novela como Cien años de soledad no será tarea fácil. Primero habrá que establecer si la narración será lineal –rompiendo con la propuesta de la novela- o se mantendrán los saltos en el tiempo.
Un segundo punto son los personajes, diferentes pero con un mismo nombre, a veces habitando en un mismo momento y viviendo historias que se mezclan con lo real y lo real mágico.
Se necesitan horas, sino días, para llevar la novela de manera fiel a la televisión. Una opción sería tomar solo una de las historias, pero se perdería la conexión que tienen todos los personaje con la cola de puerco; pues no hay que olvidar que, por culpa de las mentiras y secretos, Meme se casa con Mauricio Babilonia, ignorando por completo que se trata de su sobrino, por lo cual el último de los Buendía nació en un Macondo cambiado por la industrialización de la compañía bananera, en una casa sola y casi sin parientes vivos y a quien se lo comieron las hormigas al ser abandonado a su suerte, mientras su padre lograba traducir los papiros que contaban de manera vaticinadora los cien años de la familia Buendía.
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El mejor resumen del libro que he leído en mi vida.