El 19 de abril pasado concluyó el Octavo congreso del Partido Comunista de Cuba. En otros tiempos esta habría sido la noticia más importante del ámbito internacional al menos en América Latina. Ahora tuvo escasa cobertura y el único hecho destacado fue la confirmación del retiro de Raúl Castro del cargo de Primer Secretario del PC un mes y medio antes de cumplir 90 años.
Esto concluye una etapa del proceso iniciado con la Revolución en 1959 porque con él se va también el último grupo de altos funcionarios que combatió en Sierra Maestra.
Simbólicamente su sucesor en el cargo, Miguel Díaz-Canel, nació en abril de 1960 cuando ya había estallado la confrontación entre La Habana y el gobierno de Washington.
En términos de la historia es un cambio de época, pero lo más significativo es que concluye un tiempo marcado por el conflicto con EEUU y por el perfil heroico que rodeaba al quehacer de un país en resistencia sujeto a un bloqueo por la primera potencia del mundo. Además, la situación actual es desde el punto de vista económico, la segunda más difícil y compleja que la Revolución ha vivido, superada sólo por la etapa de infinitas carencias del llamado Período Especial luego del fin de la URSS, que, a contar de enero de 1992, privó al pueblo cubano hasta de los bienes más esenciales.
Tras el fin del comunismo, los republicanos en el poder, en el gobierno del Presidente Bush padre, establecieron tres situaciones respecto a los países del antiguo bloque conducido por Moscú. Los países que adoptaron el capitalismo y la democracia liberal (la totalidad de las naciones de Europa del Este) tuvieron una plena incorporación al “orden internacional”, semejante al trato que tomó como modelo de la Política que se aplicó a Japón y Alemania, después de 1945. Respecto a los Regímenes Comunistas subsistentes se le dio a sus Economías una oportunidad de incorporarse al nuevo Sistema Económico Internacional, a pesar de que mantuvieron un Partido Único, empresas de dominio estatal y planes quinquenales para regular desde el sector público el funcionamiento de todas sus empresas. Aquí los dos modelos principales fueron China y Vietnam, que con gran eficacia y dinamismo crecieron y progresaron en el nuevo escenario. Un tercer grupo lo formaron dos Estados, a quienes se les mantuvieron las sanciones y siguieron siendo tratados con hostilidad, Corea del Norte y Cuba, aunque las leyes de bloqueo y sanción hacia Cuba constituían un estatuto jurídico más duro y con más castigos, que fueron la causa de sus mayores privaciones.
A esas alturas los países de América Latina, incluidos los más a la derecha, reanudaron las Relaciones Diplomáticas y Comerciales con La Habana, lo que trasladó el dilema de EEUU frente a Cuba al entorno interamericano. Eso fue lo que finalmente tomó en consideración el segundo gobierno de Obama para normalizar los vínculos con La Habana y darle el mismo tratamiento que recibían los pocos gobiernos comunistas que se mantuvieron en el poder.
Asistir como representante de Chile a las Negociaciones de Paz entre el gobierno de Colombia y las FARC, que se realizaban en La Habana, me permitió seguir desde cerca los hitos principales de las nuevas relaciones. Advertí que la principal articuladora de la operación norteamericana fue la diplomática Roberta Jacobson que encabezó desde diciembre de 2014, negociaciones que permitieron continuados logros: en abril de 2015 se reunieron en Panamá, en una Cumbre Hemisférica de Jefes de Estado, Barack Obama y Raúl Castro, intercambiando el primer saludo formal entre presidentes de ambos países en más de 50 años. Allí también se anunció un apoyo formal norteamericano a las Negociaciones de Paz colombianas, cuyo objetivo era poner término al último conflicto civil que se mantenía activo en las Américas. En marzo de 2016, Obama acompañado de una extensa comitiva, viajó a Cuba y recibió una calurosa acogida popular que obligó a muchos analistas a reflexionar sobre el fuerte cordón umbilical que en la cultura y en los hábitos de la vida cotidiana, crearon una objetiva ligazón entre cubanos y norteamericanos, más allá de la interventora presencia que EEUU tuvo en Cuba, en las décadas anteriores a la Revolución.
Los numerosos pasos que luego dio Trump para desarticular esos avances y restablecer viejas prohibiciones reactivando el espíritu del Bloqueo (como la Enmienda Helms-Burton de marzo de 1996, el instrumento jurídico más duro aprobado en esas décadas), fueron asumidos con silenciosa distancia por los demócratas, lo que anticipó que en su vuelta a la Casa Blanca éstos no van a dejar las cosas donde Trump las situó. Por eso se puede esperar que, en las relaciones bilaterales entre La Habana y Washington, pueden ocurrir situaciones significativas pero discretas. Biden podría cambiar el escenario, sin presumir de su conducta cuando se vaya desarticulando la Política de su predecesor. Un dato importante para considerar una hipótesis de renovación de relaciones, en la que Biden tuvo un papel importante pero discreto como Vicepresidente, son los pasos iniciales que se ha seguido en el Departamento de Estado. Allí, Roberta Jacobson, ha sido designada Subdirectora Adjunta para el Hemisferio Occidental y ha recibido un doble encargo: ocuparse de la situación de Cuba y de las Relaciones con México, sobre todo en función del aumento de los flujos migratorios desde el Triángulo del Norte. Lo interesante es que luego se realizó un segundo y significativo nombramiento, el de Emily Mendrala, una experta del Departamento de Estado como encargada de la Política hacia Cuba. Esta es una figura sugerente. Fue parte de la Comitiva Oficial que acompañó al Presidente Obama en la visita a Cuba y se considera que de ahí arrancaron los estrechos lazos de cooperación que la vinculan con Roberta Jacobson y de lo cual derivó un conocimiento directo con el actual Presidente. Esto explica su designación como Subsecretaria. La nueva situación muestra cómo en forma discreta y sin buscar impacto público, comenzamos a encontrar en estas tareas, que se cumple con el anuncio de campaña de revertir la política de Trump hacia Cuba para regresar al punto donde la dejó Obama.
Hay que ver ésta como una actividad significativa que se vincula con un tipo de gestión que los demócratas han manejado históricamente en el Departamento de Estado. Nos referimos a situaciones en torno a una relación bilateral hemisférica que, como la cubana, es todavía más compleja y significativa de lo que aparenta e incluye diversos temas que no se hacen explícitos, pero respecto de los cuales se logran algunos avances en un momento como el actual, en que la salida del gobierno de Raúl Castro tendrá un gran impacto internacional y creará una situación interna de fluidez.
El Octavo Congreso del Partido Comunista Cubano, además de ratificar la partida de Castro, ha examinado una agenda que busca hacerse cargo de las nuevas y complejas dificultades económicas que le ha provocado al país, la pandemia del Covid-19, agravada por su menor conexión con el entorno hemisférico, pero en donde han avanzado dos prototipos de vacuna –Soberana 02 y Abdala– que, sin embargo, sólo podrían estar disponibles a comienzos de 2022. Están también los muchos problemas de la reciente unificación de la moneda al terminar con la existencia del CUC, un billete convertible, una especie de “dólar cubano”, que debían comprar turistas y visitantes, pero al que también accedían por sus tareas y las Propinas que recibían algunos cubanos como taxistas, funcionarios de hoteles o con otras actividades ligadas al turismo. Este, que tenía el valor de 24 pesos corrientes, daba acceso a las tiendas para extranjeros y creaba una compleja situación de desigualdad en las remuneraciones internas. Los efectos de esta decisión implementada hace poco tiempo se verán precisamente con todas sus complicaciones con el tiempo que viene.
No estaría de más señalar que si en algún momento se toma algún curso de acción respecto del caso más crítico de la Agenda Interamericana, Venezuela, probablemente este, para ser viable, precisará igualmente de un tipo de negociación equivalente a la que estamos describiendo para Cuba. Si eso ocurre, habrá que deshacer también algunos de los emprendimientos que asumió Trump, pero sin dejar constancia pública de lo que en verdad se busca ni jactarse de ello. Este es un recurso que, con alguna frecuencia, han empleado históricamente los demócratas para manejar las situaciones difíciles de explicar que se les presentan en América Latina.