Cuesta abajo en la cuesta arriba. Por Jorge A. Bañales

por La Nueva Mirada

La aprobación ciudadana para la gestión de Joe Biden sigue bajando cuando al presidente le sube la cuenta de dificultades, desde la inflación al brote de otra variante del coronavirus. Los estadounidenses, cansados de pandemia, aceptan cada vez más la percepción de que tienen en la Casa Blanca un gobernante despistado.

Disonancia

El producto interior bruto de Estados Unidos creció en el tercer trimestre de este año a una tasa anual del 4,9 % después de un robusto incremento del 12,2 % en los tres meses anteriores. Desde que Biden llegó a la Casa Blanca en enero el índice de desempleo ha bajado del 6,3 % al 4,6 % de la fuerza laboral. Ese fetiche de la salud económica que es el “índice del mercado de valores” ha subido desde 29.630 puntos hace un año a los 36.000 hace apenas una semana.

Unos 232,8 millones de personas, esto es el 70,1% de la población, han recibido al menos una dosis de vacunas contra la Covid-19. Unos 196,8 millones (59,3 % de la población) ha recibido hasta las dos dosis recomendadas inicialmente. Unos 40,2 millones de personas (20,5 %) han recibido las vacunas de refuerzo recomendadas desde hace apenas dos meses.

Cuando Biden fue investido como presidente el país registraba un promedio semanal de unos 242.000 nuevos casos de Covid. Ese promedio ha bajado a unos 72.000 nuevos casos de la enfermedad.

Con todo, el índice de aprobación de la gestión presidencial de Biden está en el 42%, según Gallup y el promedio de encuestas de RealClearPolitics, y la opinión negativa se encuentra en el 55% en la encuesta de Gallup y el 52,5% en la de RCP.

El sábado 20, Biden cumplió 79 años y, según una encuesta de Morning Consult para el diario Político, el 50 % de los participantes discrepó de la opinión que el presidente goza de buena salud, y el 40 % estuvo de acuerdo con esa noción. Esto representa un vuelco de 29 puntos desde la encuesta similar en octubre de 2020.

El 48 % de los encuestados por Morning Consult discrepó asimismo con la opinión de que Biden está mentalmente apto para su tarea y el 46 % cree que el presidente está en buenas condiciones para desempeñarla.

Entra Ómicron

Los virus no saben de política y tienen la mala costumbre de mutar, adaptarse,  desarrollar variantes y eludir anticuerpos, y el bautizado SARS-CoV-2 que causa la Covid-19 y fue identificado por primera vez en Wuhan, China, en diciembre de 2019, ha tenido ya numerosos cambios.

Tanto que la Organización Mundial de la Salud había gastado ya doce letras del alfabeto griego en su denominación de variantes –que incluyó la más famosa, Delta- cuento le llegó el turno a “nu” y “xi”.

Problema. “Nu”, en inglés, suena idéntico a “new” (nuevo), y “xi”  porque es un apellido común en China y, según la portavoz de la OMS, Margaret Harris, “nos hemos puesto de acuerdo en reglas de nomenclatura que exigen el uso de sitios, nombres personales, animales, etc. Para evitar el estigma”.

En la lista de apellidos más comunes en China, “xi” ocupa el lugar 296, pero es también el apellido del presidente Xi Jinpin, y para evitarse fruslerías, la OMS saltó dos letras y le dio a esta variante, la quinta que la organización considera “preocupante”, el nombre de Ómicron, que suena ominoso.

Y los políticos que nada saben de virus pronto, en Estados Unidos, encontraron la forma de convertirlo en otro dislate de las teorías conspirativas: el representante republicano Ronny Jackson, de Texas, advirtió que “aquí viene la variante MEV” que corresponde en inglés (Midterm Election Variant) a las elecciones de medio término en noviembre de 2022.

Según el esclarecido miembro del Congreso, el gobierno de Biden y el Partido Demócrata “NECESITAN una razón para promover en todo el país el voto por correo no solicitado. Los demócratas harán cualquier cosa para ESTAFAR en una elección, ¡pero no se lo permitiremos!”.

En junio pasado, y según una encuesta de FOX, el 64 % de los estadounidenses aprobaba la gestión de Biden en la campaña para contener la pandemia y acelerar las vacunaciones. Tras la aparición de la variante Delta del virus, esa aprobación bajó al 48 %.

Es decir que, con suspensión de la lógica, los “conspiracionistas” que pueblan el trumpismo creen que, de alguna manera, Biden y los demócratas controlan la liberación de diferentes variantes del virus a sabiendas de que ello les perjudica en la opinión pública.

Típico o sintomático

“Esta variante es causa de preocupación, no causa de pánico”, dijo Biden hablando desde la Casa Blanca acerca de Ómicron. “Tenemos las mejores vacunas del mundo, los mejores medicamentos, los mejores científicos, y aprendemos más cada día. Combatiremos esta variante con acciones y rapidez sobre la base de la ciencia y el conocimiento. No en el caos y la confusión”.

Después de cuatro años de caos y confusión presididos por su predecesor Donald Trump, el tono y la presencia de Biden, que para muchos transmiten calma y determinación, dan motivos para las alertas de senilidad que repiten sus adversarios.

Desde niño, Biden ha lidiado con el tartamudeo, que él describe como “una situación debilitante”.

Y todavía, ocasionalmente, cuando estoy muy cansado, me noto tartamudeando”, agregó

La hesitación pasajera y, en muchas ocasiones y ante diferentes audiencias, las frases desubicadas, han sido típicas en la vida pública de Biden, pero ahora sugieren, para sus oponentes, síntomas de deterioro físico y mental.

Así, cada medida que adopta el gobierno federal para contener la pandemia y multiplicar las vacunaciones, se topa con la rebeldía de gobernadores republicanos en algunos estados, y con suspensiones ordenadas por los tribunales. Tras lo cual, los mismos sectores que denuncian como “autoritarias” y “dictatoriales” las medidas de salud pública, señalan cualquier incremento en los números de casos como prueba de la ineptitud de Biden, cuando no como evidencia de falsas vacunas inventadas por científicos alelados.

La semana pasada el juez federal Matthew Schelp, de Missouri y designado por Trump, ordenó la suspensión temporaria de una orden del gobierno de Biden que requería la vacunación obligatoria del personal de salud en los hospitales que reciben fondos federales.  La demanda la iniciaron Alaska, Arkansas, Iowa, Kansas, Missouri, Nebraska, New Hampshire, North Dakota, South Dakota y Wyoming que alegaron que el mandato federal socava los derechos de los estados.

Típico de la pulseada perenne en la república entre las atribuciones del gobierno central y los derechos de cada estado, y sintomático de un tiempo en el cual la amenaza de un enemigo común –el virus en sus disfraces– en lugar de unir, divide al país.

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