El 5 de octubre de 1988 amaneció como un día más cercano al verano que a la primavera. Muy pronto, por la mañana, Santiago y las principales ciudades del país mostraban un curioso aspecto para quien pudiera, instalado desde lo alto, alcanzar una visión de conjunto : casas semivacías, avenidas y calles despejadas y la mayoría de la población conformando largas filas de ciudadanos, de un lado las damas de otro los varones. Esta puesta en escena habría de durar hasta pasado el mediodía.
Al atardecer, los primeros resultados no-oficiales corroboraban lo que los chilenos intuían, la tendencia favorable al voto NO. Antes de la medianoche, los cómputos y declaraciones de personeros del SI, reconocían la victoria del NO : era el 5 de octubre del General Pinochet.
Pero el 5 de Octubre de “mi general”, a la sazón Presidente, Capitán General y Comandante en Jefe, no se inició esa mañana estival, ni siquiera el 30 de agosto de 1988 cuando la Junta de Gobierno lo ungió en calidad de único candidato. Las raíces de ese día se encuentran en la propia Constitución del 80, en la forma y en el fondo.
El plebiscito en que se “aprobó” esa constitución fue un hecho político de trascendencia al punto que hizo posible la prolongación por una década del régimen de dictadura. Este solo efecto contrasta cualquier hipótesis de que Pinochet cometió un error al “institucionalizarse” y establecer un cronograma de “democratización”, por lo demás flexible y acomodaticio. Del mismo modo, desmiente la versión nostálgica que fue este proceso de “institucionalización” el que permitió el retorno a la democracia : ¡A fin de cuentas, nadie se equivoca a 10 años plazo!
El proceso que derivó en la aprobación de la Constitución, por medio de un plebiscito fraudulento, era un paso necesario para los minoritarios intereses. La necesidad se había ido configurando por diversos factores : entre otros, porque los poderosos requerían “blanquear” el régimen en función de sus negocios en la globalización.
De otro, la oposición democrática, a pesar de la sostenida y sistemática represión, venía rearmando sus efectivos de modo casi imperceptible, las organizaciones de partido y gremiales avanzaban en su reestructuración y daban sus primeros pasos en manifestar públicamente las demandas políticas y gremiales. El 1 de mayo de 1978 cerca de 10.000 pacíficos manifestantes sorprendieron y sobrepasaron a las fuerzas represivas del régimen.
En los años siguientes se formulan diversas estrategias que hasta cierto punto contribuyen a limitar el desarrollo de las fuerzas opositoras a la dictadura, desde pretender alcanzar acuerdos “cupulares”, con la venia de los EE.UU, a políticas de enfrentamiento directo, proclamando ambas posturas que 1986 sería el “año decisivo”.
Aquellos últimos sostenían que participar en el plebiscito de 1988 era casarse con la institucionalidad del régimen, donde lo único “garantizado” era el fraude y que se pecaba de de ingenuos (cuando no de conciliadores) al no advertir que sólo era una farsa electoral para legitimar a Pinochet hasta el 97…
Así es que se planteó : “La caída de la dictadura es lo principal. El Pleno de enero(PC) señaló que el camino más corto para conseguirlo es y sigue siendo la rebelión popular de masas que desemboque en una u otra forma de sublevación nacional, esto es, el camino del enfrentamiento y no el de la conciliación”. (Principios, # 47, Segundo Semestre-1986).
Por su parte Juan Pablo Cárdenas señalaba :”No entendemos por qué hay quienes abrigan ilusiones en cuanto a que pueda realizarse un plebiscito libre y limpio…A esta altura queda en evidencia que el Plebiscito no se realizará bajo condiciones o garantías apropiadas”. (Editorial, Revista Análisis, # 232, 20-28-junio -1988).
Obviamente que la dictadura no iba a dar garantía alguna de juego limpio y democrático. Con el despliegue opositor y las fuerzas que acumulara era posible inhibir el fraude. Solo la mayoría del país, movilizada y organizada era garantía para elecciones no fraudulentas.
Si no hubiéramos concurrido al plebiscito del 5 de octubre, y con capacidad de convocar a la gran mayoría, habríamos facilitado la “institucionalización” y prolongación de la dictadura por 8 años, ahora vestida con un ropaje seudo- democrático y lo más probable es que las fuerzas democrático-populares se habrían fraccionado y atomizado.
Los crueles y porfiados hechos demostraron que las posturas más izquierdistas, sus prevenciones y pronósticos erraron en toda la línea. El plan de proyección de Pinochet hasta el 1997 fue partido por el eje. No dejaba de ser curioso que lo sostenedores de la tesis de que el plebiscito “solo era un trámite para perpetuar a Pinochet”, no reconocieran que aquel “trámite” fue desbaratado.
La victoria del NO el 5 de octubre, y la consecuente derrota de la dictadura, fue un hecho trascendente en cuanto se constituye en el punto de partida para el restablecimiento de un sistema democrático en Chile.
En circunstancias que hay poca claridad programática y abundan los prejuicios sobre el pasado, cabe establecer que hoy como ayer el avance de las fuerzas democrático-populares descansa en una justa estrategia, expresada en las formulaciones programáticas con adecuados pasos tácticos, sustentados en un certero diagnóstico de la correlación de fuerzas y en el entendido que aquella se modifica dinámicamente.
Algunos podrían acusar de falta de audacia, pero pretender ir más allá de la correlación de fuerzas, equivale a transitar por sobre el límite de velocidad.