No son pocos los que sostienen que el centro político se ha venido estrechando y corre el riesgo de desaparecer, absorbido por una creciente polarización. Pero existe un amplio sector del electorado que se reconoce como de centro izquierda o centro derecha. Y no son menos lo(a)s viudo(a)s de los otrora poderosos partidos que se ubicaban en ese espacio político. Así sucede con la Democracia Cristiana, sacudida por fuertes diferencias y conflictos internos, que la tienen al borde de su ruptura definitiva.
La derrota de Eduardo Frei Ruiz Tagle ante Sebastián Piñera marcó el fin de la Concertación y la elección de un candidato de derecha después de 50 años. La incorporación del Partido Comunista a una nueva coalición, bautizada como Nueva Mayoría, que el PDC definió como un pacto político y programático, con fecha de expiración (el mandato del nuevo gobierno de Bachelet), estimulando sus tensiones internas, con marcados “matices” y distancias para la aplicación de aquel programa.
Desde entonces se acentuaron las distancias entre aquellas dos “almas” o sensibilidades al interior de la falange que, en rigor, coexistían desde décadas, identificando gruesamente como colorines y guatones a sus sectores más conservadores y chascones a los más progresistas. Esas diferencias ya se manifestaron en un contexto histórico tan distante como crucial con la elección de Eduardo Frei Montalva, en 1964, con reiteradas escisiones internas y se expresaron durante la Unidad Popular y, con mayor dramatismo en el largo período de la dictadura cívico militar.
Reaparecieron con el retorno a la democracia con un protagonismo mayor del PDC en el comienzo de la transición, en una evolución que marcó un paulatino y creciente desgaste electoral, acentuándose las contradicciones durante el segundo mandato de Michelle Bachelet, para extenderse en los últimos cuatro años. Como quedara de manifiesto en la ardua disputa que sostuvieron y mantienen Ximena Rincón y Yasna Provoste, luego de la traumática definición de la candidatura presidencial.
En el reciente plebiscito de salida, la DC se dividió entre los partidarios del apruebo, definición adoptada institucionalmente por la falange en su Junta Nacional, y los partidarios del rechazo, encabezados por los senadores Ximena Rincón y Matías Walker, apoyados por exlíderes partidarios confrontados con Carmen Frei, abierta partidaria de aprobar la propuesta constitucional, en manifiesto contrapunto con su hermano y exmandatario Eduardo.
Relevantes exdirigentes han optado por renunciar a la DC para sumarse a la conformación partidaria de Amarillos, en tanto se sostiene una confrontación interna que tiene como pronóstico nuevas emigraciones de sus filas, con perfiles algo traumáticos. La formalización de un quiebre que viene de lejos, erosionando al otrora poderoso PDC. La pelea parece circunscribirse al timbre y la historia. La fraternidad ha quedado en el olvido y hoy prima la confrontación.
Si hay algo más difícil que crear un nuevo partido, es terminar con uno existente. Sobre todo, cuando existen historia, tradición, doctrina e identidad, como ha sido el caso de la democracia cristina y, en otra magnitud las antiguas huestes radicales. Con personas que han militado toda su vida y antes que ellos sus familias. Con la interrogante abierta si algún sector asumirá esa larga historia y tradición, para intentar revivir las glorias del pasado.
De “amarillos” y “demócratas”
No deja de ser curiosa la denominación con la cual el letrado columnista de El Mercurio, Cristián Warnken, bautizara a su movimiento por el rechazo a la nueva constitución. Amarillo tiene connotaciones muy negativas en la jerga sindical, identificando históricamente a rompehuelgas, apatronados o desclasados, traidores a su clase. En cualquier caso, lo relevante pareciera ser que varios de los adherentes a la nueva organización provienen de la ex concertación, ocuparon cargos de representación o de gobierno en sucesivas administraciones del conglomerado y militaron en sus partidos.
No tan sólo se manifestaron por el rechazo, sino que asumieron roles protagónicos, que inteligentemente la derecha les cedió, para sumarse agresivamente a la campaña de descrédito del proceso constituyente. Hoy la derecha y sus medios afines le reconocen sus méritos, mientras el protagonismo central retorna a sus verdaderos dueños para resolver en el parlamento la eventual continuidad del proceso constituyente.
Amarillos se define como partido político de carácter instrumental. Su declaración de principios tiene mucha retórica y escasas definiciones programáticas, aunque apuestan por la autodenominación de centroizquierda. De los 140 adherentes que firmaron el acta de fundación, muchos de ellos hace rato cruzaron aquella frontera hacia la diestra. Más de la mitad son ex ministros, subsecretarios, parlamentarios y funcionarios públicos, durante los gobiernos de la ex concertación. Varios provienen de la DC, otros del PPD, incluidos algunos integrantes del círculo íntimo del expresidente Lagos (entre ellos Sergio Solís, Eduardo Jara, Matías de la Fuente), del PRSD y algunos exsocialistas. Alguien lo consignó con algún desdén: demasiados Loncos y poca tribu.
Por definición, el centro puro, o centro centro, del cual una vez se proclamó líder Francisco Javier Errazuriz, no existe como tal, Hay una centroderecha y una centroizquierda, más bien como espacio permanente de disputa entre ambos extremos, tal como lo comprueba la fuerte disputa interna que hoy se libra en la DC.
Existe la natural interrogante si Amarillos pueda cubrir el amplio espectro de “desencantados” del centro y la centro izquierda, de muy diversos orígenes y trayectorias. En la propia disidencia DC, que se jugó por el rechazo, existen matices y diferencias, como lo prueba que los exministros José Pablo Arellano y René Cortázar se sumen como entusiastas amarillos, en contraste con Ximena Rincón y Matías Walker, así como los expresidentes y no pocos parlamentarios apuesten por otra opción. Tampoco son claras las razones por las cuales Carlos Maldonado, ex timonel del PRSD, se hubiera restado de Amarillos.
Se sostiene que de fracasar – lo más probable ciertamente – los intentos por recuperar a la DC por parte de sus sectores más conservadores, se implementará un “plan B”. La conformación del partido Demócrata (ya existen los republicanos), cuyo dominio en internet fuera inscrito por Ricardo Rincón, exparlamentario y hermano de la senadora. Con la pretensión de convocar algo más que la disidencia falangista y asumir con mayor propiedad el histórico legado concertacionista y los logros de su gestión gubernamental.
El ex presidente de la DC, Juan Carlos Latorre, ya envió un ultimátum a la actual directiva. O se procede a una integración de los diversos sectores o la fractura es inminente.
Sin embargo, es más que dudoso que exista un vacío en el centro político que, de alguna manera, es ocupado por la centro derecha y la centro izquierda. Más bien, lo que se requiere, es que sus “desencantados” o disidentes definan de una vez por todas su domicilio político. Ya existen demasiados partidos entre los cuales elegir. Tanto en la centroderecha como en la centroizquierda. Difícil eludir que la extrema disgregación política conspira en contra de la gobernabilidad del país.
La derecha pesca a río revuelto
Por ahora, la derecha se limita a “avivar la cueca”, señalando a estos sectores de “la centro izquierda”, como los verdaderos artífices del rechazo a la propuesta de la Convención constitucional. Pablo Longueira los alienta a constituirse en actores políticos plenos para darle continuidad al proceso constituyente. Chile Vamos mira expectante estos movimientos políticos, en la esperanza de consolidar una alianza de futuro, mientras toma prudente distancia de sus incómodos aliados republicanos y marca distancia con “Pancho Malo” y sus huestes “patrióticas”, que defienden, en su peculiar manera, la actual constitución.
En lo inmediato, la derecha aspira a generar una mayoría parlamentaria que le permita negociar en mejores términos la continuidad del proceso constituyente, asumiendo que debe pasar por un proceso de validación democrática, que bien puede ser un nuevo plebiscito ratificatorio, con la aspiración de una composición mixta del órgano constituyente, y negociar los famosos “bordes” o principios generales (no camisas de fuerza), que deben encuadrar el nuevo proceso constituyente.
En el mediano plazo, insistirá en “acotar” o diluir las reformas estructurales que contiene el programa del actual gobierno. La primera señal a la vista es el rechazo a la reforma tributaria en la cámara baja y la fuerte campaña desplegada en contra de la reforma del sistema previsional.
Todo aquello, con la mirada puesta en la próxima elección municipal, en donde esperan revertir los malos resultados de la anterior, y empezar a construir una alternativa de futuro distinta a la opción de José Antonio Kast, que se vieron obligados a apoyar tras el derrumbe de las otras alternativas. Y nada más tentador que una alianza con los disidentes de la centroizquierda, los supuestos artífices de la victoria en el plebiscito. Es todo un diseño, que tendrá que pasar la prueba de su viabilidad pero que no está mal pensado.
Habrá que ver cómo reacciona el llamado progresismo en su más amplia diversidad. Asumiendo el liderazgo que recae como responsabilidad en el actual gobierno del Presidente Boric.