Las elecciones de este fin de semana han dejado un sabor amargo en buena parte de la élite política. El diseño que se acordó para la elección de constituyentes, a la medida de los pactos partidistas, se suponía que acotaría el rol de los independientes y favorecería la influencia de los partidos dentro de la Convención.
La derecha, por su parte, sacaba anticipadamente cuentas alegres al concentrar sus votos en una lista única y un profuso financiamiento para sus candidatos más preciados que, como vimos, se perdieron irremediablemente. El resultado no pudo ser más diferente ni más adverso para quienes se sentían “dueños del negocio” quedando muy por debajo del tercio que esperaban, linda cosa esto de la democracia y gracias Sebastián por el favor concedido.
Por estos días han aparecido muchos análisis sobre los porcentajes en la Constituyente y el caudal de votos por escaño que, en muchos casos, es verdaderamente exiguo. Sin embargo, el resultado es inobjetable no solo porque está dentro de las reglas pactadas sino porque en los hechos la asamblea será diversa y representativa desde varios ángulos: socioeconómico, etario, étnico y que decir de género. La diversidad de la Constituyente da incluso para que una persona como Marcela Cubillos, que fue rostro del rechazo, esté dentro del proceso, aunque parece que tendrá que conformarse con ver las cosas pasar. El argumento de la “baja participación” para cuestionar el proceso, que ahora quieren relevar algunos analistas de derecha, debería aplicarse para cualquier elección si se quiere hablar de una legitimidad supuestamente aceptable. Seguramente esa lógica ya no les gusta tanto a quienes se cuelgan del abstencionismo para moderar el efecto de su propio desastre.
A la luz del fracaso de los partidos en esta elección constituyente algunos enfatizan que el diseño mismo de estos comicios fue mal hecho, como si los independientes lo hubieran tenido muy fácil. Éstos, aparte de enfrentar la dificultad de tener que inscribir listas propias, sumaban la falta de financiamiento y las limitaciones de la pandemia para hacer campaña. El resultado permite pensar que a las coaliciones tradicionales podría haberles ido incluso peor en condiciones menos restrictivas para los independientes. En cuanto a las coaliciones políticas, la falla fundamental en el oficialismo fue no haber logrado transitar de la lógica del rechazo a una propositiva. Y el pecado compartido entre el oficialismo y la oposición de centro izquierda fue no haber entendido que el proceso de impugnación trasciende a la Constitución, poniendo muy en cuestión la forma como funcionan y se financian los partidos. ¿Podían esperar que no hubiese un castigo en el marco de un proceso “refundacional” en el que el poder estaba volviendo a la ciudadanía?
En fin, centrémonos en algunos impactos del resultado constituyente que parecieran definitorios para el Chile que viene. Uno de ellos es que el gremialismo, en su sentido fundacional, se terminó este fin de semana. La UDI nació para sostener e impulsar el “legado” de Jaime Guzmán y como tal defendía la Constitución contra viento y marea. En ese contexto fue siempre el partido que marcó el ritmo de la transición, rol que se fue debilitando con la última reforma electoral pactada en el segundo gobierno de Bachelet ya que se abrió el abanico de partidos. El gradual desperfilamiento de la UDI, que parecía haber culminado con la desastrosa elección presidencial del 2014, ha terminado con el tsunami del domingo. Este resultado electoral es para dicho partido lo que fue la caída del muro de Berlín para los regímenes comunistas y habrá que aquilatar ese fenómeno.
Aunque suscribió muy a pie forzado el acuerdo por la Paz y Nueva Constitución, tanto la ex Presidenta Jaqueline van Ryselbergher como la directiva de Javier Macaya confiaban en obtener el tercio necesario para ejercer el veto dentro de la constituyente y rescatar al menos los principios de la Constitución del 80. Con 16 escaños en la Asamblea el gremialismo no podrá evitar debates que rompen el status quo como el predecible fin del Estado subsidiario, la administración y provisión de derechos sociales, la necesidad de generar impuestos no regresivos, avanzar en los derechos de género y medio ambiente, por citar algunos. Para un partido que se alimentaba del inmovilismo es el peor de los mundos. Por lo mismo, la crisis del gremialismo tiene mucho que ver con su propia responsabilidad en el actual estado de crispación que vive el país.
Relacionado con lo anterior, este marasmo de la UDI afianza la razón de ser del Partido Republicano. José Antonio Kast se convierte en la reserva nostálgica de una derecha dura que verá con cierta desazón que casi cualquier tiempo pasado fue mejor. Esa expresión política hoy no es más que el 7% que sacó el “rojo” Edward en la candidatura por la gobernación de la Región Metropolitana. Un porcentaje bajo, pero que en el reparto de los votos presidenciales puede pesarle al candidato que lleve el oficialismo que, aunque no está definido, no vamos a decir que viene de un país de Las Condes…parafraseando a algún futbolista. Por cierto, habrá que ver qué migración de militantes pasará de la UDI a este otro sector.
No hay mucho que comentar respecto a los otros dos partidos del oficialismo. Renovación Nacional ya venía muy fracturada y el giro de Mario Desbordes para desmarcarse del gobierno vino mal y tarde. Desbordes se lamenta por haber aceptado un cargo ministerial que no era lo que esperaba y mostró indignación por la foto con el Presidente en medio del rechazo de La Moneda por el retiro del tercer diez por ciento. Pero ambas cosas están ahí y en política no se ve bien renegar de la propia trayectoria. Para qué decir la opción de Ignacio Briones cuyo partido, el más fiel del piñerismo ha tenido un resultado ínfimo en todo el juego electoral. Si la candidatura presidencial de Ignacio Briones nació con sentido testimonial este resultado le puso la lápida. En consecuencia, la derecha se queda sin proyectos, con un mal balance que cruza a todos los sectores desde el extremo al más liberal que supuestamente encarnaría Evópolis.
En el lado de la ex Nueva Mayoría el PS salvó algo más que los muebles, pero la baja de los otros partidos deja a una coalición en una situación muy compleja. El resultado electoral de la DC en la constituyente fue demoledor con un solo representante químicamente puro ya que el otro es independiente pro DC. Para complicar las cosas el partido optó por levantar una opción presidencial extemporánea para los tiempos que corren, con una Ximena Rincón que muchos perciben cercana al mundo de las AFPs y al empresariado. El escenario al que se dirigía dicho partido es casi un deja vu de la campaña presidencial en que Carolina Goic quedó por debajo de los otros pre candidatos presidenciales. En este contexto las primarias se convierten en un calvario. Por ahora la DC no tiene tiempo para hacer el duelo, la segunda vuelta de gobernadores le impone recomponerse y evitar una segunda debacle…tarea compleja cuando se enfrenta a independientes que van al alza.
Quizás lo más interesante en el ámbito de la centro izquierda es si habrá o no un acuerdo con el eje FA-PC para ir a primarias y se constituya un nuevo pacto que vaya más allá de cuestiones electorales. Pero eso es noticia en desarrollo.
Por último habría que añadir que la Convención Constituyente partirá en julio, muy cerca del despliegue territorial de los parlamentarios que quieren ser reelectos y del inicio del declive de la actividad en el Congreso. Ese factor, sumado al hecho que el gobierno es algo inexistente, concentrará buena parte de la energía política en el proceso constitucional. ¿Cuál será el efecto de esas discusiones en las campañas presidenciales y en los territorios?…por ahora quedémonos con lo que sabemos: una Constituyente representativa del Chile real, ciudadana y democrática. Por cierto, una reflexión final: los partidos políticos celebraron que el acuerdo Constitucional de octubre canalizaba o ponía “en la caja” el malestar social, con este resultado habría que revisar quién metió en la caja a quien o quien se fue al cuarto de los juguetes.