El Frente Amplio, o lo que queda de él, no quiere un pacto nacional para primarias. Lo dejaron meridianamente claro en una declaración oficial que generó polémicas en su interior y luego debieron matizar. No tan sólo por razones ideológicas, que las hay (como el legado concertacionista, entre otras), sino también por razones políticas y de cálculo electoral. En las próximas elecciones de alcaldes y concejales ven su gran oportunidad para desplazar a los llamados partidos tradicionales y la llamada “casta concertacionista” para convertirse en la primera fuerza opositora.
Está en su ADN. Nacieron a la vida política como una alternativa política a los bloques tradicionales, inspirados por la tesis de Chantal Mouffe y su revolución ciudadana, se identifican con el partido español Podemos (que hoy integra una coalición de gobierno con el PSOE). Pese a que algunos de sus militantes participaron en el gobierno de Michelle Bachelet en su segundo mandato, no integraron la Nueva Mayoría. Levantaron su propia candidatura presidencial en la pasada elección con sorprendentes buenos resultados (20 % de los votos) y una muy respetable representación parlamentaria. Y en la oposición han mantenido fuertes diferencias con la DC y algo más atenuada con los partidos de la llamada convergencia progresista.
Nacieron a la vida política como una alternativa política a los bloques tradicionales
Y hoy se aprestan a ir por más, pese a que han perdido el factor de la novedad y que han enfrentado diversas escisiones y reacomodos en su interior. La ley que impide una tercera reelección consecutiva y mantiene las inhabilidades para alcaldes concejales y parlamentarios, les viene como anillo al dedo. Las primarias representan un riesgo de que los partidos tradicionales impongan su maquinaria electoral y piensan que es su gran oportunidad de imponerse como la primera fuerza en la oposición.
Sin embargo, es un cálculo arriesgado. Asumen el riesgo y responsabilidad de facilitarle la mayoría de los alcaldes y gobernaciones regionales a la derecha. Además de convertirla en la primera minoría en la convención constituyente, frente a una oposición disgregada y dispersa.
Asumen el riesgo y responsabilidad de facilitarle la mayoría de los alcaldes y gobernaciones regionales a la derecha. Además de convertirla en la primera minoría en la convención constituyente, frente a una oposición disgregada y dispersa.
Las condiciones explicitadas por los dirigentes frente amplistas parecen más bien una excusa o un intento por deslindar responsabilidades antes que un genuino esfuerzo por arribar a un acuerdo. Hace más de ocho meses que los partidos de la ex nueva mayoría propusieron un acuerdo en base a los llamados “mínimos comunes” que ahora el Frente Amplio pretende levantar como una de las condiciones. La segunda condición, que participen todos los incumbentes (desde la DC hasta el PC) está aceptada por todos los partidos. La tercera es más compleja. Obviamente quedan automáticamente excluidos de participar todos los candidatos vinculados con hechos de corrupción (que enfrenten procesos judiciales). Otra cosa son las prácticas de clientelismo y quién puede calificarlas.
Existió el tiempo suficiente para resolver todos esos obstáculos. Lo que ha faltado es una real voluntad política para llegar a un acuerdo, que sin duda es complejo teniendo a la vista las distancias reales que se constatan al interior de la oposición. Pero es más que relevante asegurar el proceso constituyente y frenar a la derecha.
Sería muy injusto cargarle todas las responsabilidades al Frente Amplio por este nuevo fracaso de la oposición para responder al clamor por la unidad que surge desde la base social.
Sería muy injusto cargarle todas las responsabilidades al Frente Amplio por este nuevo fracaso de la oposición para responder al clamor por la unidad que surge desde la base social. Con su política alternativista y de camino propio la Democracia Cristiana ha aportado la suyo para ahondar las diferencias al interior de la oposición.
Por otra parte, es preciso reconocer que parte de la crisis política, que se evidencia en la falta de confianza ciudadana, tiene que ver con las prácticas de clientelismo que han abierto el camino a la corrupción y el caciquismo.
Es más que evidente que la
oposición atraviesa por una crisis muy profunda.
Dividida y fragmentada, cruzada por serias diferencias en torno al pasado
reciente y de cara al futuro. La gran duda es si esas diferencias son mayores
que los consensos posibles. Y esa interrogante no tiene una respuesta sencilla.
Habrá que ver qué conducta asume el resto de los partidos de oposición ante el fracaso de las primarias únicas. Si optan por sumar esfuerzos o se rinden a la lógica de la diáspora y la división para levantar sus propias listas de candidatos, con el evidente riesgo de la atomización y seguro fracaso.
Los escenarios de futuro
La derecha entiende, aunque sea a la fuerza, mejor que la oposición que tan sólo su unidad le permite ser un factor gravitante en la convención constituyente para defender todo lo que se pueda de la actual institucionalidad, disputar las alcaldías y gobernaciones regionales, ser la primera minoría en el próximo congreso y proyectar su coalición hacia un nuevo período.
No es del todo evidente que en nuestro país exista una mayoría progresista, comprometida con los cambios y transformaciones que el país necesita. Y menos que esa mayoría tenga las condiciones para unirse tras una única opción.
Sin embargo, las encuestas pueden llamar a confusión. Principalmente aquellas que intentan auscultar escenarios aún no configurados, como el presidencial del año próximo. Desde luego es difícil de creer que un candidato de la UDI y uno del partido Comunista representen las alternativas que enfrenta el país de cara al futuro.
Alguna vez el escritor Mario Vargas Llosa afirmó que tener que elegir entre Ollanta Humala y Keiko Fujimori era como tener que optar por el cáncer o el Sida. No se trata de trasladar ese símil a la situación en nuestro país, pero ciertamente ellas no terminan de dar cuenta de la diversidad de opciones por las cuales la mayoría puede optar.
El escenario presidencial aún no está prefigurado. Mucho depende del resultado el plebiscito. De las elecciones de alcaldes y gobernadores regionales. De lo que haga o deje de hacer el actual gobierno frente a la verdadera pandemia social que enfrenta el país. De cómo la oposición, en su más amplia diversidad, enfrente los próximos desafíos políticos y electorales y sí es capaz de construir una alternativa unitaria para enfrentar a la derecha.
El fracaso de las primarias únicas en la oposición para designar sus candidatos a alcaldes es una pésima señal, que podría repetirse en la elección de gobernadores regionales y lo que es igualmente preocupante es que se reitere en la elección de miembros a la convención constituyente y finalmente en la próxima elección presidencial. Ello implicaría pavimentar el camino a la derecha.
Aún existen opciones de imponer una lógica de colaboración al interior de la oposición para enfrentar los próximos desafíos electorales. Todas más complejas y menos transparentes que unas primarias legales, pero no por ello menos relevantes para enfrentar a la derecha. Parece evidente el desafío de agotar todos los esfuerzos para imponer la lógica colaborativa.
Aún existen opciones de imponer una lógica de colaboración al interior de la oposición para enfrentar los próximos desafíos electorales.
En estricto rigor, la oposición, tras ganar la opción por el apruebo y presumiblemente la convención constituyente íntegramente elegida, debiera presentar una sola lista de candidatos a convencionales, paritaria, integrada por dirigentes sociales, constitucionalistas, representantes de las etnias originarias, artistas, intelectuales, sin importar si son militantes o independientes, comprometidos con una plataforma de acuerdos sobre una nueva constitución. Y perfectamente estos candidatos pudieran ser elegidos en unas primarias, legales o convencionales. La dispersión de listas de los partidarios de una nueva constitución tan sólo puede favorecer a la derecha.
La dispersión de listas de los partidarios de una nueva constitución tan sólo puede favorecer a la derecha.
De igual manera, la oposición debiera elegir candidatos únicos a gobernaciones regionales, reservando la necesaria y legítima competencia para la elección de concejales, diputados y senadores, acordando una primaria para elegir a un solo candidato presidencial, sobre la base de un acuerdo de mínimos como el que hoy reivindica el Frente Amplio.
Aquel escenario, ciertamente complejo después de lo recientemente abortado, pareciera lo más sensato y racional. Pero no siempre se impone la racionalidad, no tan sólo en la política.
Aquel escenario, ciertamente complejo después de lo recientemente abortado, pareciera lo más sensato y racional. Pero no siempre se impone la racionalidad, no tan sólo en la política. A menudo se imponen las pasiones, la ideología y los intereses, por sobre la razón. Y eso es lo que puede ocurrir en este escenario marcado por la división y fragmentación opositora, al contrario de lo que sucede con la derecha, que ha dado una nueva prueba de pragmatismo acordando primarias universales para elegir a sus candidatos a alcaldes. Y lo propio hará con las candidaturas a gobernadores regionales, así como la candidatura presidencial que represente a su sector.
De poco o nada sirve deslindar responsabilidades o endosárselas a los otros. El fracaso opositor es colectivo y la ha entregado un gran presente a la derecha.
De poco o nada sirve deslindar responsabilidades o endosárselas a los otros. El fracaso opositor es colectivo y la ha entregado un gran presente a la derecha.
La gran interrogante es si la oposición está en condiciones de superar este impase para asegurar el éxito del proceso constituyente y construir una alternativa de mayorías de cambios y transformaciones que ofrecerle al país. Y la respuesta no es evidente y hoy menos que clara.