La metáfora de las Artes y la Cultura del Chile actual es el muro de hierro levantado en torno al plinto del monumento vacío del General Baquedano. El “monumento imaginario” (como alguien lo bautizó en las redes sociales parafraseando a Parra)…
Allí tiene como invitados todos los viernes a un batallón de fuerzas especiales de mil carabineros para “defender” al muro. La realidad supera a la creencia de que el teatro del absurdo había pasado de moda.
El premio nacional de Arquitectura, Miguel Lawner, escribió una carta al Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio donde denunció la vergüenza que significaba el muro –“es un muro de guerra”, señaló. No se oyó padre. Como en el drama griego: mutis por el foro.
La Plaza de la Dignidad, como decidieron llamarla los millones de chilenos que se reunieron allí para la revuelta social, tuvo su afrenta de hierro. Un monumento a la guerra en contra de un enemigo interno, “poderoso”, como lo declarara el presidente de la República.
La metáfora del muro de la guerra solo viene a reiterar la lenidad que existe con las Artes y la Cultura. Esa infeliz conducta de hacerse el leso y castigar la falta de cultura en nuestras vidas cuando más se necesita, en momentos que el mundo distópico de la pandemia mata a miles de chilenos cada mes.
Esa falta de rigor de exigir la voz de las Artes en nuestras vidas y que se reproduce por toda la elite en un plano secundario, como lo delatan los pocos discursos electorales que la mencionan. A lo más se reivindica “el derecho a la cultura como acceso”, dejando atrás su valor civilizatorio y transformador que brinda la creatividad -como derecho humano-, la libertad artística y la participación ciudadana.
Las Artes y la Cultura brindan un espacio de encuentro en la sociedad como contra- discurso a las polarizaciones del cotidiano político en contra de la violencia del Estado versus la violencia popular. No se puede continuar viviendo a diario con la militarización de la política en la “macrozona” del Wallmapu o, con los allanamientos de la Villa Francia o, con la gasificación con gas pimienta en las ferias de Bajos de Mena, por mencionar los hechos de las últimas semanas.
La oportunidad que nos brindan las Artes y la Cultura en la Nueva Constitución es única en nuestra historia y nos permitiría fundar una nueva civilización, más allá de los discursos de un “nuevo país”. Lo que hay que construir es un Estado Cultural con todos y aprender de las experiencias donde la acción civilizatoria de las Artes ha cruzado a las derechas y a las izquierdas. Al fin y al cabo, las funciones de teatro, los conciertos y las inauguraciones de obras de arte se aplauden con las dos manos, derechas e izquierdas.
El Estado Cultural no es una quimera. Sus cimientos parten en sus orígenes de entender un Chile Plurinacional y Pluricultural, con una estructura administrativa que atraviese todos los ministerios con presupuestos dedicados a las Artes y a la Cultura. De igual manera debiera estructurarse en la territorialidad de las comunas, en el Poder Judicial y en el Parlamento. En cada Región debiera haber, a lo menos, un canal de televisión y una radio culturales.
El ejemplo de Francia en el Ministerio de Obras Públicas, que destina solo el uno por ciento de su presupuesto a las Artes, permite que cada semana se inauguren más de 2 obras plásticas de artistas visuales, esculturas, vallas, murales, instalaciones, entre otros. Más de 4.000 obras se han levantado en los últimos sesenta años. En Chile existe en el MOP un Departamento con decreto y nombre incluidos –“Nemesio Antúnez”- que debiera hacer lo mismo. No obstante, ¿cuántas obras se han inaugurado en estos últimos 30 años?
La nueva Constitución debe considerar la construcción de un Estado Cultural que termine, no tan solo con ministras que consideren que las Artes no son un bien vital, sino cómo se entienden hoy y en los últimos 30 años, las Artes, las Culturas y el Patrimonio.
El ministerio del sector concibe la Cultura como una financiera, concursable, que evalúa a las propuestas artísticas como si fueran sujetos de créditos; y a contrapelo, brindan asignaciones directas millonarias que terminan cobrando entradas, haciendo negocios, y donde los artistas no tienen ni arte ni parte. Se han armado trenzas de privilegio como es el caso del Teatro Municipal de Santiago que en el 2019 recibió 12 millones de dólares, solo por dar un ejemplo. Las Pymes de la Cultura no tienen ninguna consideración en los planes del Ministerio de Economía y la Corfo, a pesar de que aportan más del 2% del PIB de la nación desde las industrias culturales.
La ciudadanía artística debe tomar el protagonismo en el futuro de la política cultural y dejar atrás su condición de concursantes. Es imperioso que se tire el mantel a la concepción neoliberal de la cultura y se reemplace por un Estado Cultural y Social con participación de las organizaciones sociales, culturales y artísticas de todo el país.
Chile limita al centro con un muro de hierro en el corazón de su cultura. Por ahora, pareciera que todos los días son viernes en la Plaza de la Dignidad, allanada por fuerzas especiales.