El Teatro UC se encontraba repleto y la respiración agitada de los actores –Marcelo Alonso y Antonia Santa María- se podía sentir. Sentados frente a frente, “Tío Vania” le decía a su sobrina “Sonia” que se sentía demasiado joven para jubilar y demasiado viejo para comenzar de nuevo. Cayó el telón, el público aplaudía de pie. Ambos intérpretes apenas miraban a los enfervorecidos asistentes. Las palabras les retumbaban en sus sienes como la verdad que eran: la vida se deteriora antes que el cuerpo, las oportunidades escasean con el paso de los años, el sistema nos obliga a volvernos decorativos…
Anton Chéjov (1869-1904) fue un escritor ruso de corte realista y naturalista; es decir, plasmó en sus textos la crudeza del entorno con la misión de mostrarle a sus lectores escenas cotidianas que impactaran por su rigor más que por pomposidades que llenaran de flores un relato hueco.
Fue el maestro del cuento corto. Sin embargo, la fama mundial la consiguió gracias al teatro. La obra de Chéjov no “pasa de moda” porque lo que expone es inherente al ser humano más allá de las décadas que se sumen a sus textos.
Si bien partió escribiendo por razones económicas, el fervor del público lo llevaron a avanzar en la carrera literaria. Sus obras teatrales más famosas –que se han representado durante décadas en los más variados teatros del mundo- son La Gaviota (1896) y Tío Vania (1897), esta última llevada a las tablas en 2018 por el director Álvaro Viguera y protagonizada por Marcelo Alonso, Antonia Santa María, Antonia Zegers y Gloria Münchmeyer.
Esta adaptación a la chilena, hecha por Rafael Gumucio, impactó tanto a los asistentes al teatro como a los mismos actores, pues la angustia de “Vania” traspasa la cuarta pared y logra dejar latente, casi como un mantra, la idea de que en Chile somos viejos mucho antes que nuestro carnet de identidad así lo indique.
Aun cuando hace unas semanas La Corporación Cultural de Las Condes bajó de su cartelera la obra Las tres hermanas a modo de “castigo” a los rusos por la invasión a Ucrania, Chéjov está más presente que nunca, y esto porque Mega ha decidido tomar la esencia de Tío Vania para su próxima teleserie de las 20 horas, La ley de Baltazar –protagonizada por Francisco Reyes-, que cuenta la historia de un hombre algo mayor que se ve obligado por su familia a jubilarse tras sufrir un problema al corazón.
En Chile, y en gran parte del mundo, pasados los 50 años las personas se encuentran o sobrecalificadas para acceder a un trabajo o el empleador asume que son más “costosos” que un joven sin experiencia o ya ni siquiera se toman en cuenta sus CV´s. Así como” Vania” comienza su debacle cuando se da cuenta que ha perdido su juventud trabajando para mantener los sueños ajenos y que la mujer que ama no le corresponde; son cientos los chilenos que cada día se manifiestan -en redes sociales, dando pequeñas entrevistas en matinales o escribiendo “cartas al director”- con una idea en común: la vida se les ha pasado y no han cumplido sus sueños.
El madrileño Carlos González Serrano, crítico de cultura y filósofo, plantea que la fuerza de las letras de Chéjov radica en que para él “la existencia del hombre está marcada a fuego, por tanto, por la imposibilidad del retroceso (para reconducir el pasado) y de la antelación (lo impreciso del porvenir). El hombre es el ser del límite, sus personajes no son grandes por lo que son, sino por la conciencia de sí que poseen”.
La visión anticipatoria de Chéjov es abrumante, se presenta con un peso y una deuda en la realidad nacional actual. La manera más exitosa de cerrar el telón de la vida sería que la realidad de “Vania” no volviera a repetirse.