El retorno de Guaidó. Quo Vadis Venezuela?

por La Nueva Mirada

Juan Guaidó salió de Venezuela, pese a la  resolución judicial que le impedía abandonar el país. Participó activamente en el abortado intento de ingresar la ayuda humanitaria acopiada en Cúcuta, tras lo cual realizó un corto periplo por algunas capitales latinoamericanas solicitando apoyo para su causa y resolvió volver a su país. Lo hizo por la puerta ancha, en el aeropuerto de Caracas, donde lo esperaba buena parte del cuerpo diplomático que lo reconoce como Presidente encargado. Con la complacencia de la policía de inmigración, que no cuestionó su salida ilegal, permitiéndole la entrada triunfal a su país.

¿Una nueva expresión más del “realismo mágico” en que ha devenido la política venezolana? ¿Un signo de debilidad o de astucia del régimen chavista? ¿De fortaleza o irrelevancia del Presidente encargado? Difícil precisarlo. Lo único cierto es que Guaidó está nuevamente en Venezuela, reiterando el camino de las protestas y movilizaciones como la única fórmula viable para desestabilizar al gobierno de Maduro, insistiendo en sus llamados a las FF.AA. a respetar la Constitución y no seguir apoyando a un gobierno que califica como ilegitimo.

¿Una nueva expresión más del “realismo mágico” en que ha devenido la política venezolana? ¿Un signo de debilidad o de astucia del régimen chavista? ¿De fortaleza o irrelevancia del Presidente encargado? Difícil precisarlo. Lo único cierto es que Guaidó está nuevamente en Venezuela, reiterando el camino de las protestas y movilizaciones como la única fórmula viable para desestabilizar al gobierno de Maduro, insistiendo en sus llamados a las FF.AA. a respetar la Constitución y no seguir apoyando a un gobierno que califica como ilegitimo.

Evidentemente el régimen chavista tiene un problema (en verdad tiene muchos) pero es más que evidente que no sabe muy bien cómo lidiar con Guaidó que, a diferencia de otros líderes opositores que en su momento encabezaron las movilizaciones en contra del gobierno, aparece fuertemente respaldado por buena parte de la comunidad internacional y, en especial, por el gobierno norteamericano, que lo ha reconocido como el Presidente legítimo de su país, advirtiendo acerca de las graves consecuencias que traería su detención o represión en contra de su persona o familia.

La decisión de permitir el regreso del Presidente encargado sin mayores trabas ha dividido fuertemente las opiniones al interior de chavismo, entre “halcones” (entre los que se cuenta al vicepresidente, Diosdado Cabello), que proponían la inmediata detención del líder opositor por el quebrantamiento de un mandato judicial y los sectores más prudentes, que asumían los riesgos que tal medida implicaba.

La decisión de permitir el regreso del Presidente encargado sin mayores trabas ha dividido fuertemente las opiniones al interior de chavismo, entre “halcones” (entre los que se cuenta al vicepresidente, Diosdado Cabello), que proponían la inmediata detención del líder opositor por el quebrantamiento de un mandato judicial y los sectores más prudentes, que asumían los riesgos que tal medida implicaba.

Maduro está plenamente consciente que el gobierno de Donald Trump tan sólo necesita de un pretexto suficientemente convincente para justificar una intervención militar que tendría sino el apoyo, al menos la “comprensión” de numerosos gobiernos de derecha o centro derecha, no tan sólo en la región sino a nivel mundial. Con muy escasas opciones de resistencia interna y masivo respaldo de la oposición venezolana, aunque de impredecibles consecuencias futuras. El propio Guaidó no ha descartado del todo dicha opción.

Sin espacios de negociación

Todos los esfuerzos de países como México, Uruguay o Costa Rica, más algunos de la Unión Europea, por buscar una salida política a la crisis en Venezuela, se han estrellado con la tozudez del régimen chavista para buscar una negociación que, necesariamente, pasaría por su salida del poder y la designación de un gobierno provisional que convoque a elecciones libres y democráticas con supervisión internacional al más breve plazo.

Maduro está plenamente consciente que el gobierno de Donald Trump tan sólo necesita de un pretexto suficientemente convincente para justificar una intervención militar que tendría sino el apoyo, al menos la “comprensión” de numerosos gobiernos de derecha o centro derecha, no tan sólo en la región sino a nivel mundial. Con muy escasas opciones de resistencia interna y masivo respaldo de la oposición venezolana, aunque de impredecibles consecuencias futuras. El propio Guaidó no ha descartado del todo dicha opción.

Todo el esfuerzo del régimen chavista por ganar tiempo, apostando a desgastar a Guaidó y consolidarse en el poder, parece tiempo perdido, que tan sólo contribuirá a agravar aún más la crisis, polarizando las posiciones y abriendo mayores espacios a la confrontación interna o la intervención foránea.

Tampoco la tarea para Guaidó es fácil. Intentar mantener y en lo posible incrementar la presión y movilización social en contra de un gobierno que continua ejerciendo el poder con el apoyo de las FF.AA. y el movimiento chavista no es un desafío menor. Sobre todo luego de su fracasado intento por ingresar la ayuda humanitaria acopiada en la frontera, con la frustración  de las expectativas que ello generaba.

Las protestas y movilizaciones sociales representan un camino largamente recorrido por la oposición venezolana. Ya ha costado cientos de muertos, heridos y detenidos, sin resultados muy concretos como no sea el desgaste de la oposición y varios de sus líderes en prisión o en el exilio.

Tampoco la tarea para Guaidó es fácil. Intentar mantener y en lo posible incrementar la presión y movilización social en contra de un gobierno que continua ejerciendo el poder con el apoyo de las FF.AA. y el movimiento chavista no es un desafío menor. Sobre todo luego de su fracasado intento por ingresar la ayuda humanitaria acopiada en la frontera, con la frustración  de las expectativas que ello generaba.

La diferencia hoy la hace la autoproclamación de Juan Guaidó como Presidente encargado, así como su apresurado reconocimiento por parte del gobierno norteamericano y más de 50 países, incluidos los que integran el llamado acuerdo de Lima (con excepción de México y Uruguay), además de países de la Unión Europea.

A  ello deben sumarse las cada vez más gravosas presiones políticas y económicas en contra del régimen de Maduro aplicadas por el gobierno de Trump y que prometen agudizarse. Y evidentemente la amenaza siempre latente de la intervención militar de Estados Unidos.

La cruzada de Donald Trump

Donald Trump no tan sólo ha marcado sus huellas y fuerte protagonismo en la estrategia implementada por la oposición venezolana para desestabilizar al gobierno de Maduro. Sus pretensiones son más ambiciosas, apuntando también a Cuba y Nicaragua, que conformarían la llamada “troika tiránica”, que en su visión, se retroalimentaría entre sí.

Junto al activo protagonismo desplegado frente a la crisis venezolana, Donald Trump ha resuelto endurecer el cerco en contra de la economía cubana, luego de limitar los viajes de norteamericanos a la Isla (liberados por el gobierno de Obama) y prohibir las relaciones comerciales con el conglomerado económico que controla las FF.AA. cubanas.

Donald Trump no tan sólo ha marcado sus huellas y fuerte protagonismo en la estrategia implementada por la oposición venezolana para desestabilizar al gobierno de Maduro. Sus pretensiones son más ambiciosas, apuntando también a Cuba y Nicaragua, que conformarían la llamada “troika tiránica”, que en su visión, se retroalimentaría entre sí.

Invocando el título lll de la famosa ley Helms-Barton, que permite a los ciudadanos de origen cubano reclamar en EE. UU.  las propiedades estatizadas luego de la revolución, que anteriores gobiernos no aplicaron por el cúmulo de demandas que podrían generarse, Trump parece decidido a otorgarle plena vigencia, abriendo paso a estas demandas que tan sólo apunta a endurecer las presiones y sanciones hacia el régimen cubano.

La medida entraría en vigencia el próximo 18 de abril y se inscribe en esta nueva cruzada asumida por el gobierno de Donald Trump en contra de las experiencias socialistas en la región, luego que un referéndum reafirmó dicho carácter de la revolución cubana.

¿Hasta adonde está dispuesto a llevar Donald Trump esta cruzada? La opción de una intervención armada en Venezuela no está descartada. En Nicaragua Daniel Ortega parece haber entendido que la única opción de supervivencia es la búsqueda del diálogo con la oposición.

Un problema mayor es el excesivo protagonismo de EE.UU. en la crisis venezolana y la amenaza siempre latente y nunca descartada de una intervención armada que evoca un largo historial de agresiones norteamericanas en la región. Y está el tema del petróleo de Venezuela, que cuenta con las mayores reservas mundiales de crudo y que aparece como el obscuro objeto del deseo para las compañías petroleras norteamericanas.

Pero Cuba es otra cosa. El proceso revolucionario ha cumplido 60 años y el esfuerzo principal de sus líderes y actuales conductores es preservar el proceso. Y no es lo mismo intervenir militarmente Venezuela que Cuba. La isla no tan sólo ha vivido un prolongadísimo bloqueo económico, también ha resistido múltiples intentos de agresión.

Sin embargo Donald Trump cuenta con poderosos y entusiastas aliados en esta cruzada. Partiendo por Jair Bolsonaro, el ultraderechista ex militar que ganara la presidencia de Brasil, cuya prioridad en materia de política exterior es estrechar sus lazos con EE.UU.

También operan los gobiernos de derecha que han sucedido a los de signo progresista en la región y buscan reemplazar a UNASUR por un bloque marcadamente ideológico como PROSUR. Su consigna es la defensa de la democracia y la economía de mercado y, próximamente, se reunirán en Santiago para dar luz a esa iniciativa, que naturalmente excluirá no tan sólo a gobiernos que integran la Alianza Bolivariana por los Pueblos (ALBA), sino también a otros de perfil progresista como México y Uruguay.

El progresismo latinoamericano en la encrucijada

El tema de Venezuela es incómodo  para los sectores progresistas y de izquierda en la región. Por más que la mayoría de ellos compartan una visión crítica del régimen de Maduro, asumiendo que Venezuela vive la mayor crisis política, económica y social de su historia y que hoy se requiere de una salida negociada entre el oficialismo y la oposición para convocar a elecciones libres y democráticas.

Y no ayuda para nada que gobiernos de derecha que han desplazado a opciones progresistas en la región, aparezcan enarbolando las banderas de la democracia y los Derechos Humanos para exigir cambios no tan sólo en Venezuela sino también en Cuba y Nicaragua, intentado ocultar el apoyo que prestaron a las dictaduras militares o civiles en la década de los 70 y la calidad de cómplices pasivos que muchos de estos sectores comparten por masivas y sistemáticas violaciones a los derechos humanos.

Un problema mayor es el excesivo protagonismo de EE.UU. en la crisis venezolana y la amenaza siempre latente y nunca descartada de una intervención armada que evoca un largo historial de agresiones norteamericanas en la región. Y está el tema del petróleo de Venezuela, que cuenta con las mayores reservas mundiales de crudo y que aparece como el obscuro objeto del deseo para las compañías petroleras norteamericanas.

Tampoco el progresismo tiene demasiadas afinidades políticas con la oposición venezolana, integrada mayoritariamente por agrupaciones de derecha o centro derecha, pese a que el partido de Guaidó aparezca formalmente afiliado a la internacional socialista.

Y no ayuda para nada que gobiernos de derecha que han desplazado a opciones progresistas en la región, aparezcan enarbolando las banderas de la democracia y los Derechos Humanos para exigir cambios no tan sólo en Venezuela sino también en Cuba y Nicaragua, intentado ocultar el apoyo que prestaron a las dictaduras militares o civiles en la década de los 70 y la calidad de cómplices pasivos que muchos de estos sectores comparten por masivas y sistemáticas violaciones a los derechos humanos.

Se vivió en la pasada campaña presidencial en Chile, en donde la derecha acusó al candidato de la izquierda de que el programa propuesto implicaba llevar al país hacia esos derroteros (Chilezuela). Se usó en México en contra de Andrés Manuel López Obrador y hoy se usa en la campaña presidencial en Uruguay en contra del Frente Amplio.

Finalmente está el tema de la utilización política y electoral que ha hecho la derecha del tema venezolano en sus respectivos países, acusando a la izquierda y el progresismo latinoamericano de imitar su modelo.

Se vivió en la pasada campaña presidencial en Chile, en donde la derecha acusó al candidato de la izquierda de que el programa propuesto implicaba llevar al país hacia esos derroteros (Chilezuela). Se usó en México en contra de Andrés Manuel López Obrador y hoy se usa en la campaña presidencial en Uruguay en contra del Frente Amplio.

Sin embargo, ninguno de estos argumentos justifica que la izquierda o el progresismo latinoamericano apoyen un régimen como el venezolano que perdió su legitimidad de origen por un ejercicio abusivo del poder, que sistemáticamente ha ido desmantelando o desnaturalizando las instituciones esenciales de la democracia, reprimiendo a sus opositores y conduciendo al país a una de sus mayores crisis políticas, económicas y humanitarias.

Venezuela requiere de una urgente salida política pacífica y negociada que posibiliten elecciones libres y democráticas bajo supervisión internacional, que excluye y rechaza todo intento de agresión armada extranjera

Venezuela requiere de una urgente salida política pacífica y negociada que posibiliten elecciones libres y democráticas bajo supervisión internacional, que excluye y rechaza todo intento de agresión armada extranjera, como lo han reafirmado los propios cancilleres que integran el llamado grupo de Lima y lo han refrendado numerosos países europeos y algunos latinoamericanos.

Esa debiera ser la posición inclaudicable del progresismo latinoamericano en su más amplia diversidad.

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