Crónica realizada por Guillermo Martínez (Europa Press)
Ha escrito de todo: desde novela hasta poesía, pasando por cuentos infantiles y biografías. Tiene 89 años, su segundo apellido es Amor y fue Premio Cervantes en 2013. Se crio hasta los diez años en la Francia más ocupada, país que dejó atrás para empezar una vida nueva junto a sus padres en México, ese trocito de mundo que la ha acogido desde entonces y en el que, a veces, aún siguen apareciendo rayos en el cielo cuando escribe. Es Elena Poniatowska y todo lo que la rodea: su hablar calmado, su emoción contenida, sus aspavientos controlados, su naturalidad humilde.
«Frente a la injusticia: contar un siglo», denominación del coloquio en el que participó, fue el paraguas sobre el que la escritora se resguardó de una lluvia metafórica durante algo más de una hora en el conversatorio auspiciado por La Casa Encendida. Cuasi nonagenaria, la francesa de nacimiento y mexicana de adopción se mostró clarividente, risueña, honesta. «Desde niña siempre he tenido una situación de muchísimo privilegio. Recuerdo el trato que les daban a los chilenos que venían a México huyendo de la represión de su país, recuerdo su dolor y el trato espantoso que le dieron a Allende y sus seguidores».
Su voz se mantiene suave, con unas variaciones apenas perceptibles, y dice: «Yo aprendí el español mexicano en la calle, de las personas que trabajaban en las casas, de las cocineras. Yo hablaba su español, un español que también venía del campo». Ataviada con un jersey morado cubierto por un chaleco desabrochado algo más grueso, Poniatowska mira a la cámara que la filma para hablar sobre la situación de los refugiados. «Lo más doloroso es la gente que está encima de una balsa en el mar y ningún país le abre los brazos. No hay ninguna playa que les esté esperando. Niños, mujeres, ancianos. Esta es una de las realidades más atroces y condenatorias de nuestra época, el egoísmo que inunda los países de Europa».
Una cortina opaca tapa la única ventada del despacho desde el que la escritora participa en el coloquio. Adilia de las Mercedes, conductora del mismo y directora de la Asociación de Mujeres de Guatemala, introduce el tema de la migración americana. Del sur al norte. De la nada al todo. «Parece que lo que hace México es convertir su frontera sur en una anticipación del muro de Trump», comenta la moderadora. «Que la policía mexicana trate peor a los migrantes que la estadounidense en su frontera es una gran vergüenza para la política exterior de nuestro país. México se ha convertido, en vez de un lugar de paso, en un lugar de tortura», responde la autora de Leonora, obra por la que ganó el Premio Biblioteca Breve Seix Barral.
La política eugenésica del capitalismo
De las Mercedes realiza un pequeño análisis sobre la situación de las personas migrantes: «Solo llevan encima su única posesión, su cuerpo, su fuerza de trabajo. Con la pandemia se ha evidenciado la política eugenésica del capitalismo hacia esas vidas que se muestran desechables y ya amortizadas». La escritora no se queda atrás y acompañando estas contundentes palabras con el leve movimiento que provocan las dos perlas colgantes que tiene como pendientes, e incide: «En todos los sectores hay racismo. Esta peregrinación casi religiosa que va desde la punta de América Latina hasta los Estados Unidos ha hecho que muchos emigrados puedan enviar remesas de dinero a sus familias. Es una situación muy dolorosa que no han sabido remediar las cúpulas decisorias de América Latina. No lo han resuelto para dolor y vergüenza nuestra».
Ana Pardo de Vera, directora corporativa y de relaciones institucionales de Público, compartió con la escritora su preocupación por el auge de la extrema derecha y el neofascismo a nivel global. La escritora contestó: «Nosotros en México padecemos a Trump y lo rechazamos cada vez que podemos. Me pareció una noticia favorable, y aunque no puedo decir una maldad, le dio muy poquito covid», relata Poniatowska mientras se atisba una pequeña sonrisa picarona en su boca que concluye en risotada.
La experiencia vital de Poniatowska le confiere autoridad al hablar sobre qué hace el capitalismo con las personas mayores, los cuerpos ancianos, las mentes curtidas. El sistema desvaloriza un cuerpo inútil para la producción, menosprecia su trayectoria y con ella todo el conocimiento adquirido. De repente, la reconocida escritora llama a gritos a su nieta Yunuen y una adolescente aparece en pantalla. La joven explica que «las culturas precolombinas siempre tuvieron un gran respeto por los abuelos porque son las personas que transmiten el conocimiento a las futuras generaciones. Muchos jóvenes se acercan a mi abuela y le piden consejo, le tienen mucho cariño».
Desaparición y tortura
A principios de la década de los 70, una Poniatowska irreverente y con ideales consolidados ganó el premio Xavier Villaurrutia por su publicación La noche de Tlatelolco, una historia oral del movimiento estudiantil de octubre de 1968, aquél otro 68, en la que inmortaliza la masacre que se produjo en la ciudad que titula el libro. El desenlace se dio cuando la escritora rechazó el galardón mediante una carta abierta dirigida al que por aquel entonces era presidente de México Luis Echevarría: «¿Quién va a premiar a los muertos?«. Ese es su calibre
«La desaparición es una forma de tortura, quizá la peor de todas»
«Es muy duro recordar el sufrimiento de Rosario —incide Poniatowska—. Es la prueba fehaciente, palpable de la injusticia y de lo que significa la desaparición. A mí me cuesta trabajo hablarte de esto porque todavía está fresco. Una vez me dijo ‘el día que me deje de pintar el pelo es que ya me habré ido del todo’, pero no se ha ido, vive, aunque ahora el pelo lo tenga blanco», rememora la escritora antes de afirmar que «la desaparición es una forma de tortura, quizá la peor de todas, porque no sabes qué ha pasado ni dónde está el cuerpo de tu ser querido». Esa emoción continuó esbozándose en el rostro de Poniatowska al hablar de Miroslava Breach, periodista mexicana que investigó las violaciones de derechos humanos y escribió sobre narcotráfico y corrupción, y que fue asesinada en 2017 en Chihuahua.
Las mujeres de América Latina
Tres folios colgados con chinchetas en la pared guardan las espaldas de la protagonista. Pétreos e inamovibles, es como si esas hojas estuvieran vigilantes de lo que sucede en el cuartito desde el que Poniatowska habla. «Dices que uno de los mayores actos feministas es hablar de otras mujeres y eso es muy importante porque es un reto el reconocerse como escritora en este mundo en el que ellas desaparecen por la hegemonía masculina», le lanza la conductora de la conversación. Así responde la interpelada: «Elena Garró, la esposa de Octavio Paz se quejaba durante inmensidades de tiempo de su marido. Hay que recordar que el gran poeta de América Latina es una mujer«, como dijo el propio Paz. Es Sor Juana Inés de la Cruz, pero después de ella ha habido muchas otras como la colombiana Albalucía Ángel, que es una escritora muy especial. De veras que hay escritoras en México que yo sigo con la mayor pasión y el mayor interés porque me parecen muy buenas, y jóvenes, como Sabina Berman».
Cómo no, el nombre de Rosario Castellanos también estuvo inmerso en el baile de referencias femeninas en que se convirtió el coloquio por unos momentos: «Elvira Vargas [una de las primeras reporteras mexicanas], Rigoberta Menchú [líder indígena guatemalteca], Marta Lamas [antropóloga mexicana], Elena Garro [guionista, periodista y escritora guatemalteca] y Alaíde Foppa, la figura más entrañable para todas las mujeres, que además de poeta fue maestra universitaria, fundadora del primer programa de radio feminista en México». Una historia, la de Foppa, que se empezará a cerrar cuando su cuerpo aparezca. «Fue un golpe entre naciones, entre países, esta desaparición de una mujer excepcional, de un ser irrepetible», agrega la protagonista emocionada.
Ser útil a México apostando por el periodismo
Preguntada por su legado, la polifacética escritora lo tiene claro: «Yo ahora veo mi vida sentada frente a una pantalla, lo que ahora suple a la Remington, con ese sonido de las máquinas de escribir en una redacción que para mí era una sinfonía. Los compañeros se acercaban y te decían que si querías un café y te echaban un poco los perros, porque cuando eres vieja ya no te pelan [no se interesan]. Fue una vida bonita, poder hablar con los demás ha sido para mí una bendición desde muy joven».
Ella es consciente de que se pudo dedicar más a la literatura y no tanto al periodismo, pero no se arrepiente. Es tajante, severa, indómita: «Es una tristeza que tengo el no haber escrito más cuentos, pero sentí que tenía que ser útil a mi país, y eso hice denunciando lo que ocurría y conociendo el pensamiento de este o aquel personaje. El periodismo fue mi vida».
«Yo no puedo decir cosas muy extraordinarias, inteligentes o lúcidas sobre lo que va a pasar en el futuro, pero me preocupa el hambre, el abandono, la falta de educación en toda América Latina. Lo que más deseo son dos cosas: que todo el mundo se vaya a dormir habiendo comido lo mismo y que todos los niños puedan ir a la escuela. Sé que digo cosas muy simplistas, pero no sé elaborar y lanzar grandes teorías. Ojalá pudiera, pero no está dentro de mi formación, así que eso es lo único que reclamo», se despide una Poniatowska embriagada de esperanza.
Lo que más deseo son dos cosas: que todo el mundo se vaya a dormir habiendo comido lo mismo y que todos los niños puedan ir a la escuela.