De manera franca y directa, el escritor y poeta de origen vietnamita narra en su primera novela la discriminación de la que ha sido víctima en Estados Unidos. Su memoria recurre con frecuencia a los recuerdos de su infancia, cuando empieza a tener conciencia de lo que sucede a su alrededor.
Lo primero que llama la atención de “En la Tierra somos fugazmente grandiosos” (2019) es su título, largo y ceremonioso, lleno de belleza y significado. Todo concuerda porque su autor, Ocean Vuong (1988), es también poeta, autor de libros notables como “Burnings” (2010) y “Cielo nocturno con heridas de fuego” (2016). Nacido en Vietnam y radicado en Estados Unidos desde temprana edad, este escritor ha vivido en carne propia el drama del inmigrante que, después de un pequeño periplo por Filipinas, finalmente termina viviendo en Hartford, Connecticut, un lugar donde encuentra grandilocuencia y miseria al mismo tiempo. Todo esto se ve muy bien reflejado en “En la Tierra somos fugazmente grandiosos”, el debut en la novela de Vuong, donde el autor crea una obra con una atmósfera intensa, llena de lirismo y metáforas. El libro muestra una larga carta que Voung le dirige a su madre, quien no lee bien en inglés. Así las cosas, el texto aparece como un desahogo, una confesión desesperada e íntima para alguien que jamás va a lograr entender lo que se dice y se escribe en un papel que, a ratos, parece arder.
Vuong narra de manera franca y directa la discriminación de la que ha sido víctima en Estados Unidos donde siempre será considerado “amarillo” o “chinito”, como se refieren al protagonista en la novela. Es tal el desgarro de su testimonio que su memoria cae siempre en los recuerdos de su primera infancia, cuando empieza a tener conciencia y a darse cuenta de lo que sucede a su alrededor. Es un extranjero sin destino que, además, debe soportar a un padre que golpea a su madre y que pronto desaparece de la familia. Su madre también lo maltrata y su abuela padece esquizofrenia. Además del atribulado ambiente familiar, este protagonista, apodado por sus cercanos Perro Pequeño, vive las incomodidades de la segregación en el colegio y la homofobia que reconoce y asume a una temprana edad cuando se da cuenta que le gustan los hombres. Este complejo panorama es asumido por el escritor con gallardía y con una profunda belleza a la hora de describir lo que está sintiendo. A pesar de todo el sufrimiento y de la carga de ser refugiado de la guerra de Vietnam, Perro Pequeño sale adelante a través del amor a la vida, al afecto incondicional que siente hacia su madre a pesar de que ella constantemente lo agrede física y psicológicamente.
“A veces, cuando me descuido, pienso que la supervivencia es fácil: que lo único que tienes que hacer es seguir moviéndote hacia delante con lo que tienes, o con lo que te queda de lo que te fue dado, hasta que algo cambia, o caes en la cuenta, por fin, de que puedes cambiar sin desaparecer, que lo que tienes que hacer es esperar hasta que la tormenta te pase por alto y veas que, en efecto, tu nombre sigue asociado a algo con vida”, señala Perro Pequeño en uno de los capítulos del libro.
En cada una de las páginas de la obra se respira devoción por llegar más allá, por descubrir, aprender y entender. Aunque suene extraño, el escritor respeta y quiere intensamente, a pesar de los abusos antes mencionados, a su madre. Se siente profundamente agradecido hacia la mujer que le dio la vida y fue capaz de cruzar el mundo sin hablar una palabra de inglés con tal de lograr lo mejor para su familia. Notables son las descripciones de la vida cotidiana e infantil de Perro Pequeño, cuando, por ejemplo, sale de paseo al mall con su madre. Vestida de manera elegante, como para una fiesta, ella se da el gusto de comprar chocolates Lady Godiva como el máximo lujo para ellos en el país del consumismo extremo. También destaca la resignada actitud de su progenitora cuando debe volver una y otra vez a trabajar como manicurista porque su intento por encontrar otro trabajo ha fracasado. Su antiguo jefe la recibe nuevamente porque conoce su dolor y lo respeta. La existencia en Estados Unidos es feroz y dura, muy lejana de los destellos luminosos que se ven en el cine de Hollywood o que ofrecen las agencias de viaje.
“Aquí, «bien» es encontrar un dólar en la alcantarilla, «bien» es cuando el día de tu cumpleaños tu madre tiene el dinero suficiente para alquilar una película y comprar una pizza de cinco dólares en Easy Frank’s y clavar ocho velas en el queso fundido y el pepperoni. «Bien» es saber que ha habido un tiroteo y que tu hermano es el que ha vuelto a casa, o estaba ya contigo, con la cara hundida en un plato de macarrones con queso.” Así se refiere Perro Pequeño a lo que le toca vivir y masticar de su realidad en Connecticut. Es una vida de ir y venir junto a su abuela y su madre, una sobrevivencia, a veces absurda, con el recuerdo permanente de un padre violento, imposible de sacar de su retina.
La vida para Perro Pequeño cambia drásticamente cuando en la adolescencia conoce a Trevor, un norteamericano blanco, pariente de su jefe en la plantación de tabaco en la que trabaja, del que se enamora. Trevor mantiene una fuerte adicción a las drogas y corresponde a los deseos de Perro Pequeño, convirtiéndose en su pareja y en el verdadero sueño americano de un inmigrante doblemente discriminado por su raza y condición sexual. Sin embargo, no todo lo que brilla es oro y eso bien lo sabe Vuong a la hora de diseñar y construir sus personajes.
Aclamada por la crítica y con una futura adaptación cinematográfica en camino, “En la Tierra somos fugazmente grandiosos” marca el auspicioso inicio en la novela de Ocean Vuong, un poeta y escritor al que le queda mucho por recorrer. Con un talento tan vasto como el significado de su nombre, comparable al estilo y juventud del francés Edouard Louis (“Quién mató a mi padre”), el autor asiático-norteamericano vuela con su prosa a través de su propia poesía, separando frases para después reconfigurarlas en ideas nuevas y sorprendentes que trascienden en el tiempo y el espacio.