Hölderlin, el poeta del confinamiento. Por Tomás Vio Alliende

por La Nueva Mirada

Considerado el poeta más grande del romanticismo alemán, Friedrich Hölderlin, (1770 – 1843) fue también novelista y dramaturgo, heredero de Hegel y Schiller. Iba a ser sacerdote por lo que estudió teología, pero nunca llegó a ejercerla.

En 1793 publicó sus primeros poemas gracias a Schiller, quien también fue su amigo y mecenas. Su idolatría por Grecia y Roma marcó la realización de su obra. Fue un autor prolífico, pese a sufrir una esquizofrenia que le apareció a comienzos del siglo XIX y que lo llevó a recluirse, como si estuviera protegiéndose de una pandemia, en un castillo hasta su muerte.

Este año se cumplieron 250 años de su nacimiento. La importancia del autor alemán hoy en día radica en su fuerte concepto de la libertad, donde esta no se consigue con gobernantes generosos o revoluciones, se logra con la libertad que se puede dar uno mismo. También explora a fondo lo divino, la influencia de los dioses Ser el uno con el todo es la vida de la divinidad, es el cielo del ser humano”, narra en su novela epistolar “Hiperión”.

Con una belleza particular, la poesía de Hölderlin es visionaria porque incita al libre juego de la búsqueda, de lo extremo. Lo que busca el poeta es unirse con la hermosura del mundo y disfrutar de la naturaleza, de lo que ella produzca. Según el autor, el hombre es “un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona, y cuando el entusiasmo desaparece, ahí se queda, como un hijo pródigo a quien el padre echó de casa”.

Con una vida sin mayores pretensiones, más allá de la escritura, Hölderling entró a trabajar como preceptor en la casa de un banquero, donde se enamoró de su esposa, a quién le dedicó, entre otros, el poema “Diótima”. Fue un amor correspondido pero imposible que lo llevó a terminar de escribir “Hiperión”. Su amante murió en 1806 y la locura se apoderó del escritor. Sus amigos al verlo angustiado lo llevaron a una clínica. Poco tiempo después fue trasladado al castillo de un ebanista a orillas del rio Neckar en Tubinga, donde vivió confinado en una torre, escribiendo y hablándole a las estatuas y a las paredes hasta su muerte en 1843. Fueron años de locura y creatividad, casi la mitad de su vida la pasó encerrado, sin contacto con el exterior, como si hubiera sido víctima de un poderoso e interminable virus.

Fueron años de locura y creatividad, casi la mitad de su vida la pasó encerrado, sin contacto con el exterior, como si hubiera sido víctima de un poderoso e interminable virus.

Resignado, Hölderlin aceptó la esquizofrenia como un paso más en su existencia, como algo que inevitablemente tuvo que enfrentar en un momento determinado: Entra, pues, genio mío, desnudo en la vida/ y no te preocupes de nada/ lo que ocurra, ¡todo será en buena hora! /Armonízate con la alegría, pues, ¿qué podría/ afrentarte, corazón, qué podría/ sucederte donde debes ir?”, escribe en su oda “Timidez”.

El legado del escritor alemán es su inevitable influencia en la estética romántica. Su nombre a través de los siglos ha ido creciendo, haciéndose cada vez más importante y fundamental para entender la literatura y la sociedad europea. Actualmente, se le conoce como el gran exponente germano dentro de las letras y se analiza su poesía desde diversos puntos de vista, donde resalta el aspecto universal de su obra.

Es tal la inmensidad de la creación de Hölderin que el cineasta, documentalista, guionista y actor alemán Werner Herzog, autor de películas como “Aguirre la ira de Dios” (1972) y “Fitzcarraldo” (1982), dijo en una entrevista que: “La poesía de Hölderlin abarca las fronteras más externas de nuestro idioma. De él tengo la sensación del telescopio Hubble que explora las profundidades del universo”.

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