Horacio Quiroga y “El almohadón de plumas”. Una historia marcada por la desgracia. Por Tomás Vio Alliende

por La Nueva Mirada

Maestro del cuento latinoamericano con una prosa modernista y naturalista que muchas veces cruza el umbral del dolor, el escritor uruguayo es autor de un cuento espeluznante que se centra en pocos personajes y que refleja muy bien su estilo de vida y el fatal destino que siempre lo marcó.

Escudriñar sobre la vida del escritor Horacio Quiroga (1878 – 1937) es viajar por el rumbo de un hombre que nunca logró ser feliz, siempre marcado por la muerte, por el dolor. Maestro del cuento latinoamericano con una prosa modernista y naturalista que muchas veces cruza el umbral del dolor, es el autor del cuento “El almohadón de plumas”, uno de sus más conocidos y famosos que se centra en pocos personajes y que refleja muy bien el estilo y la vida del escritor. Publicado en Buenos Aires en 1917, en el libro “Cuentos de amor, locura y muerte” y antes divulgado en la revista “Caras y Caretas” en 1905, narra lo que le sucede a Alicia y Jordán, una pareja cuya “luna de miel fue un largo escalofrío”. Así las cosas, la acción del cuento se centra en esta relación opaca que esconde un amor profundo, pero que por las circunstancias de la vida y de la época, mantiene distancia. Alicia se enferma y empieza inexplicablemente a perder fuerzas y a debilitarse. La trama entonces comienza a adquirir ribetes cada vez más extraños y sobrenaturales hasta llegar a un desenlace inesperado. La relación de Jordán y Alicia llega a un punto culmine donde la enfermedad de ella termina por desarticular toda la trama. Al igual que el escritor norteamericano Edgar Allan Poe, Quiroga crea recursos y movimientos transitorios dentro de su cuento porque sabe de antemano cómo va a terminar la historia y busca, de alguna manera, engañar o aletargar la reacción del lector. Se trata de un relato breve, pero intenso, donde cada frase crea un mundo, un pequeño aporte que contribuye a la historia y que no se puede desdeñar o dejar pasar.

Para entender “El almohadón de plumas” o ir más allá de su significado y estructura, es necesario comprender la vida de Horacio Quiroga, un hombre talentoso, un complejo homo faber, como fue denominado por una autora argentina. El destino funesto marcó al escritor desde sus inicios. Tres meses después de nacer en Salto, Uruguay, su padre, un vicecónsul, muere de un tiro en la cabeza por un accidente de caza. Quiroga, por su corta edad no se alcanza a dar cuenta de esta terrible experiencia, pero el destino vuelve a jugarle una mala pasada cuando su padrastro, Ascencio Barcos, se suicida de un escopetazo. El escritor era adolescente y presenció este hecho que lo marcaría para siempre. Viaja a Francia, regresa a América, es fanático del ciclismo. La fiebre de la tifoidea en el Chaco le quita la vida a dos de sus hermanos. Ya ha publicado su primer libro “Arrecifes de coral” (1901) cuando otro hecho fatal marca su vida. Se ofrece a ser padrino del duelo de su amigo Federico Ferrando y accidentalmente cuando limpiaba una de las armas, mata a su camarada. Es detenido y al poco tiempo liberado, después de eso decide radicarse en Argentina definitivamente.

Posteriormente vendría su viaje a las ruinas jesuíticas de San Ignacio, Misiones para acompañar como fotógrafo a su amigo el escritor Leopoldo Lugones. Allí se enamoraría de la selva, donde se empeñaría en volver. De ahí salen algunos de sus cuentos como “Los perseguidos” y “Almohadón de plumas”. Después de comprar unas hectáreas, construirse una casa en la selva y que su mujer se suicidara ingiriendo líquido para revelado de fotografías por no soportar el ambiente, Quiroga vuelve a la ciudad con sus hijos. Con el tiempo publica “Cuentos de amor, locura y muerte” (1917) y “Cuentos de la selva” (1918). Hastiado de la ciudad, principios de los años 30, regresa una vez más a la selva con una nueva esposa – con la que tiene una pequeña hija- que tampoco se acostumbra a la sacrificada vida de San Ignacio y opta por abandonarlo.

Vuelve a Buenos Aires, alejado de sus hijos y sin nadie. Se siente enfermo, maldecido y con poco futuro. Pasa meses en un hospital, le detectan un cáncer de próstata y en 1937 decide quitarse la vida con cianuro, dejando con su muerte el olor amargo de las almendras que expande ese veneno. Quiroga no aguantó y al igual que en “El almohadón de plumas”, la muerte sobrepasó al delirio y el dolor superó a la acción, a la rutina. Empeñado en hacer siempre lo que él quería, se quedó solo. De carácter hosco y exigente, plasmó con demasiada sangre el talento que desbordaron sus libros. Aunque a él no le gustaba, siempre fue considerado un afuerino en San Ignacio y Buenos Aires, lugares donde vivió con una permanente mirada de desasosiego que se aprecia en la mayoría de las fotografías que le tomaron. Ese también es el rostro serio e incierto de Jordán en “El almohadón de plumas”, la cara impensada de la derrota de aquel que lo quiere tenerlo todo y, sin embargo, se da cuenta que no tiene nada.

También te puede interesar

Deja un comentario