Identidades achacadas. Por Jorge A. Bañales

por La Nueva Mirada

Los latinoamericanos y caribeños que migran a Estados Unidos pronto aprenden que se les achaca una identidad controvertida. A ello, en años recientes, se ha sumado otra designación artificial y ajena.

Nosotros somos quien somos

Cuando alguien nacido en América del Sur, México, América Central o las Antillas de habla española se identifica a sí mismo como, digamos, chileno, cubano, guatemalteco, brasileño o nicaragüense. A lo más, y en ciertos contextos políticos, se comparte un grado de identidad como “latinoamericanos”.

Todo ello se borra, y se ha borrado por décadas, en Estados Unidos donde todos esos migrantes pasan a ser “latinos” o “hispanos”, etiquetas impuestas en millones de formularios para solicitud de documentos, licencias de conducir, tratamientos médicos, matriculación escolar y préstamos para la vivienda.

Estas dos identidades adquiridas han sido y siguen siendo motivo de controversia: ¿soy latino o soy hispano? ¿Por qué un brasileño es latino pero un portugués no? ¿La identidad achacada se refiere al idioma o a una cultura de varios idiomas (español, italiano, francés)?

El migrante y la migrante, que siempre se consideraron a sí mismos como, por ejemplo, uruguayo o peruano o dominicano, se topan con otra decisión sobre su identidad: ¿raza o cultura?

Porque desde los formularios del Censo a los que se completan para una consulta médica requieren que la persona declare su “raza” (negro, blanco, nativo americano, asiático) o su cultura (en este caso, latino o hispano).

¿Cuál es la “raza” de alguien que tiene piel color panza’e rana, ojos azules y cabello rubio y ha nacido en Argentina, pero su padre y madre son suecos o polacos? ¿Cuál es la identidad cultural del migrante maya, nacido en Guatemala, que no habla español? ¿Qué sentido tienen las estadísticas médicas que indican la propensión genética de las “mujeres latinas” a ciertas enfermedades cuando se trata de una boliviana hija de alemanes?

Existe en Estados Unidos todo un universo de literatura “latina”, producida mayormente en universidades que tienen cursos nutridos en la diversidad cultural donde el uso, a veces atravesado, del idioma español es más apreciado que la calidad y relevancia del contenido. También es posible, gracias a las cuotas “raciales”, que alguien nacido y criado en Estados Unidos sin que sepa hablar español, consiga becas y ayuda financiera para estudios superiores una vez que se haya identificado como “latino” por ser hijo de inmigrantes.

Pero no queremos serlo

A mediados de la década pasada y primordialmente en los círculos de militancia por la “identidad de género” emergieron variantes que procuraban superar el supuesto problema que el idioma español tiene con la “o” ó la “a” al final de los sustantivos. 

El uso, muy castizo, de “latinos” para comprender a toda la población a la cual ya se le impuso esa estafeta, se consideró políticamente incorrecto porque deja afuera a las mujeres. Es más, y aquí el asunto adquirió material combustible, deja afuera a quienes definen su género como “no binario”. (Menudo problema el corregir la “o” al final de binario).

David Bowles, escritor, traductor y profesor en la Universidad de Texas explica que “las feministas radicales en la década de 1990 literalmente suprimían la ‘o’ al final de los términos que venían como supresión de las mujeres y las personas no binarias”

El fervor por la inclusión encontró onerosas las referencias a “latinos y latinas” y buscó atajos como latino/a, Latin@, Latine, y hubo quienes propusieron como plural generoso “latins”.

“Y de ahí surgió ‘Latinx” como un término sin género, no binario (¿binarix?), que combate el masculino por defecto en el español”, indicó Bowles, quien trabaja actualmente en un libro sobre la palabra Latinx. “La Real Academia Española no acepta cualquier uso de la ‘x’ o la ‘e’ en la pretensión de incluir a todos y todas, e insiste en que no existe conexión alguna entre el género gramatical y la opresión de género”.

Téngase en cuenta que, hasta hace unos pocos años, todo este barullo y militancia lingüística ocurría en el ámbito de inglés. Los angloparlantes tenían la preocupación por la bendita “o”, y la enunciación políticamente correcta se vigilaba en las esferas académicas y la militancia de género donde las identidades se multiplican como franjas en la bandera arco iris.

El asunto adquirió un matiz más amplio desde que a mediados de la década pasada el uso de “Latinx” pasó a ser credencial de corrección política en la izquierda y se contagió a la militancia de habla española.

Políticos, periodistas, columnistas y dirigentes de organizaciones comunitarias pasaron a usar “Latinx” ante audiencias de habla española porque ello se considera “progresista” e “inclusivo”. Por contraste, la renuencia a usar el neologismo se toma como indicio de mentalidad retrógrada o simplemente lenguaje anticuado.

Hasta ahora.

 “Ahí tenemos a gente que habla español poco o mal, y que ya nos asignó identidades artificiales, diciéndonos cómo debemos identificarnos correctamente”, comentó un latinoamericano cincuentón.

“Yo soy latina ¿ves? Latinx… eso es mierda”, dijo la representante Nydia Velázquez, demócrata de Nueva York y la primera puertorriqueña elegida a la Cámara de Representantes.

Una encuesta del Centro Pew encontró que el 79% de los entrevistados no había escuchado el término “latinx”, otro 20 % no usa “latinx” y queda apenas un 3 % que encuentra el término aceptable y apropiado.

Otra encuesta realizada por la firma Bendixen & Amandi International descubrió que el término no agrada a los latinos y el 40 % de los encuestados dijo que el uso de “latinx” les molesta o les ofende. En esa encuesta el 24% de los demócratas y el 23 % de los republicanos –un total del 30 % de los entrevistados- indicó que probablemente no darán su apoyo a un político o una organización política que use ese término.

Estas cifras indican, firmemente, que el uso del término puede ser, de veras, contraproducente porque sólo el 2 % de los votantes hispanos a nivel nacional lo acepta”, dijo Fernando Amandi.

Domingo García, presidente de la Liga de Ciudadanos Latinoamericanos Unidos (LULAC) –que es la organización latina de derechos civiles más antigua del país – envió una instrucción a principios de mes indicando “dejemos de usar Latinx en todas las comunicaciones oficiales. A la comunidad latina no le gusta que los llamen ‘Latinx”. Ya, pues, terminen con eso, progresistas”.

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