Inmigración. Por Jorge A. Bañales

por La Nueva Mirada

El expresidente Donald Trump hizo de su política anti-inmigrante un ingrediente mayor de su gestión. El ahora presidente Joe Biden debe lidiar con la alta prioridad que dio, en sus promesas, a un problema complejo y potencialmente explosivo.

Entre los 331 millones de habitantes en Estados Unidos hay unos 45 millones de personas nacidas en el exterior, y entre ellos hay unos 12 millones de inmigrantes indocumentados. Los inmigrantes legales y los indocumentados, que son en promedio más jóvenes que la población general del país, contribuyen con el 25 % del crecimiento anual de la población.

Para dar una noción de proporciones, imagínese que hay en Chile 2,57 millones de extranjeros radicados y entre ellos 683.000 indocumentados oriundos en su gran mayoría de Perú, Bolivia y Argentina desde donde siguen ingresando al país.

Para dar una noción de proporciones, imagínese que hay en Chile 2,57 millones de extranjeros radicados y entre ellos 683.000 indocumentados oriundos en su gran mayoría de Perú, Bolivia y Argentina desde donde siguen ingresando al país.

O, en el caso de Bolivia, unos 1,59 millones de inmigrantes, con 433.000 indocumentados y en su mayoría procedentes de Perú, Chile, Argentina, Paraguay y Brasil desde donde siguen llegando.

Ésta es la dimensión del problema de la inmigración en Estados Unidos donde la última reforma integral del sistema de migración se hizo en 1986. Desde entonces los varios ciclos de crisis económicas, huracanes, terremotos, inestabilidad social, violencia y crimen en América Central y México han seguido empujando oleadas de migrantes que cruzan la frontera ilegalmente y se desparraman por el país encontrando empleos en la construcción, la limpieza, la jardinería.

Pero el perfil de la inmigración es mucho más variado que la noción común del morenito peón pa’ todo y la sirvientaniñerafriegaplatos. Hay millones de estos inmigrantes con educación académica avanzada, científicos, informáticos, gente que labura en alta tecnología y ha llegado al país como turista o con visas temporarias, y se quedan porque hay toda una economía que necesita desde los geniecitos a los cabecitas negras.

Pero el perfil de la inmigración es mucho más variado que la noción común del morenito peón pa’ todo y la sirvientaniñerafriegaplatos.

Ciudadela

La presencia creciente de inmigrantes, acentuada en algunas regiones del país, resulta en cambios culturales, la modificación de programas escolares para incorporar infancias que no hablan inglés, demandas de servicios públicos, hospitales, transporte, vivienda. La incorporación de estos migrantes a la economía, con trabajos mal pagados y sin protección de las leyes laborales, aporta cientos de miles de millones de dólares en impuestos que sí pagan, y en contribuciones al Seguro Social con cuentas falsas de las cuales nunca cobrarán un centavo.

Pero las sendas por las cuales transcurre el éxodo centroamericano a través de México son las que emplean asimismo las bandas criminales, los traficantes de drogas y armas, los contrabandistas de humanos, los secuestradores de niños y violadores de mujeres. Un submundo que extiende su alcance a los barrios donde los indocumentados se arriman en busca del pedal con el cual bicicletear hacia el “sueño americano”.

Pero las sendas por las cuales transcurre el éxodo centroamericano a través de México son las que emplean asimismo las bandas criminales, los traficantes de drogas y armas, los contrabandistas de humanos, los secuestradores de niños y violadores de mujeres.

Cuando crece la inmigración todos los países, todas las sociedades, reaccionan de manera similar: están quienes aceptan la incorporación, y están quienes en ella ven una amenaza a su identidad cultural, sus empleos y su poder político.

Igualmente, cuando llegan en torrente, los inmigrantes reaccionan de manera similar: están los que apresuran su aculturación, adoptan las leyes y las costumbres del país que eligieron, y están los que se atrincheran en su identidad nacional y cultural como defensa ante un ambiente difícil y en ocasiones hostil.

Estados Unidos no es una excepción, y desde que en 2015 anunció su campaña por la candidatura presidencial, Donald Trump eligió la xenofobia para cortejar el voto de los millones de estadounidenses que se sienten amenazados por el vuelco demográfico. Y esto incluye a millones de inmigrantes que se han asentado en el país, han cumplido con las leyes de inmigración, han criado familias y creado empresas y empleos y ven con aprensión el arribo de quienes cruzan fronteras y llenan barrios donde resisten la asimilación.

Estados Unidos no es una excepción, y desde que en 2015 anunció su campaña por la candidatura presidencial, Donald Trump eligió la xenofobia para cortejar el voto de los millones de estadounidenses que se sienten amenazados por el vuelco demográfico.

La política de ciudadela quedó simbolizada en el proyecto de construcción de un Muro de 3.200 kilómetros para detener no a todos los migrantes, sino específicamente a los “indeseables” que llegan desde el sur. No todos ellos son centroamericanos, hay asiáticos y africanos que han viajado a América Central y México para sumarse a la presión sobre la frontera.

Decenas de miles de hombres, mujeres y niños han permanecido en centros de detención, decenas de miles de solicitantes de asilo han sido devueltos al otro lado de la frontera para que aguarden en campamentos, expuestos a la violencia local, la audiencia en un tribunal de inmigración.

Y la prédica insultante y abusiva de Trump acerca de los inmigrantes ha dado ínfulas y validez al resentimiento de los supremacistas blancos y sus milicias, que se proclaman defensores de “nuestro país”.

Y la prédica insultante y abusiva de Trump acerca de los inmigrantes ha dado ínfulas y validez al resentimiento de los supremacistas blancos y sus milicias, que se proclaman defensores de “nuestro país”.

En este panorama, los promotores de la inmigración, los defensores de inmigrantes y el Partido Demócrata empujan ahora al presidente demócrata Joe Biden por una inmediata reforma integral del sistema de inmigración, el tratamiento “humano y justo” de quienes piden asilo, el fin de las detenciones y deportaciones, y la legalización del status de unos doce millones de indocumentados.

Dilema

Ya en el primer día de su mandato, Biden firmó decretos inspirados en un manejo “humano y justo” de los inmigrantes, y los demócratas en el Congreso se han comprometido con un repudio de las políticas de Trump.

Ya en el primer día de su mandato, Biden firmó decretos inspirados en un manejo “humano y justo” de los inmigrantes, y los demócratas en el Congreso se han comprometido con un repudio de las políticas de Trump.

Pero la realidad política bien puede conducir a un conflicto de intereses entre los inmigrantes que ya están en el país y los que bregan por entrar.

Los 32 millones de inmigrantes que ya han obtenido su residencia permanente comparten con el resto de la ciudadanía estadounidense la posición de que ellos cumplieron con el proceso debido, costoso y complicado, para ingresar legalmente a Estados Unidos, o para obtener la residencia permanente y aún la ciudadanía que les permite votar. ¿Por qué habrían de apoyar la irrupción de quienes arremeten contra la ciudadela?

Los doce millones de indocumentados comprenden muchas familias que han vivido décadas en Estados Unidos, hacen una contribución sustancial a la economía y aún a las fuerzas armadas. Están los más de 700.000 extranjeros traídos ilegalmente al país y ahora amparados, de forma precaria, por el programa DACA que el entonces presidente Barack Obama creó en 2012, y que Trump anuló por decreto en 2018. Están las 400.000 personas amparadas por el Status de Protección Temporaria otorgado a ciudadanos de una decena de países afectados por desastres naturales o la violencia.

Los doce millones de indocumentados comprenden muchas familias que han vivido décadas en Estados Unidos, hacen una contribución sustancial a la economía y aún a las fuerzas armadas.

Están las 400.000 personas amparadas por el Status de Protección Temporaria otorgado a ciudadanos de una decena de países afectados por desastres naturales o la violencia.

Todos ellos forman parte de un contingente humano que ya cruzó la frontera y cuya legalización permanente es posible si los demócratas se ponen de acuerdo con los republicanos en el Congreso.

Pero ese acuerdo bien puede tornarse imposible si en las próximas semanas, a medida que concluye el invierno norteño, y entusiasmados por el cambio de actitud oficial en Washington, arriban a la frontera sur cientos de miles de migrantes.

Pero ese acuerdo bien puede tornarse imposible si en las próximas semanas, a medida que concluye el invierno norteño, y entusiasmados por el cambio de actitud oficial en Washington, arriban a la frontera sur cientos de miles de migrantes.

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