Debajo de mi vestido ardía un campo con flores alegres
como los niños de la medianoche.
El soplo de la luz en mis huesos cuando escribo la palabra
tierra. Palabra o presencia seguida por animales perfumados;
triste como sí misma, hermosa como el suicidio; y que me
sobrevuela como una dinastía de soles.
(En un ejemplar de” Les Chants de Maldoror”, poema de Alejandra Pizarnik
En el centenario del nacimiento de Charles Baudelaire – nació el 9 de abril de 1821- incorporado por Paul Verlaine entre los poetas malditos de Francia del siglo XIX, por su vida bohemia, sus excesos, la visión del mal que impregna su obra y por ser el poeta de mayor impacto en el simbolismo francés, me parece pertinente recordar la curiosa conexión entre dos grandes poetas, que se enmarcan en la tradición de aquellos definidos como malditos: Isidore Ducasse (Conde de Lautrémont) y Alejandra Pizarnik.
Tanto Isidore Ducasse como Alejandra Pizarnik nacieron en ciudades en las costas del Río de la Plata, pero Ducasse, poeta uruguayo/francés, conocido por el seudónimo de Conde de Lautremónt, en su corta vida (24 años), no logró ser reconocido como poeta hasta años después de su muerte cuando causó sensación entre los surrealistas, en especial en André Breton, quien reivindicó el nombre de Lautréamont como influencia máxima del movimiento artístico que lideró. El rostro de este poeta fue un misterio durante más de 100 años hasta que en 1977 se encontró una fotografía suya en casa de los descendientes de un viejo compañero de estudios. Solo ahí se pudo conocer la imagen de este joven sombrío, de ojos incendiarios y de mirada fija, como ensimismado, de pelo negro y bigote, rasgos característicos de un típico montevideano…uno de los escritores franceses más importantes del siglo XIX.
Alejandra Pizarnik, poeta argentina, al igual que Lautréamont murió joven, vivió apenas 36 años y alcanzó a ver apenas asomarse el impacto de su obra. Hoy ella es un referente de culto en la poesía latinoamericana contemporánea y su figura no hace más que crecer día a día. Pizarnik no sólo fue una lectora apasionada de Lautremónt, sino que también lo tradujo durante la etapa en que vivió en París a inicios de los sesenta y, por si fuera poco, lo citó en varias ocasiones dentro de su propio trabajo poético, referencia que jamás escondió, al igual que con otros poetas malditos y surrealistas.
La obra más prestigiosa del Conde de Lautremónt, el satánico y maléfico libro de “Los Cantos de Maldoror”, poema en prosa, ha sido editada dos veces en la reconocida Pléiade y por este libro se lo considera precursor del surrealismo, maestro de autores como Dalí, Breton, Magritte y, en otros ámbitos, César Aira, Modigliani o Man Ray. Maldoror (hermafrodita) es una figura demoníaca suprema que aborrece a Dios y a la humanidad, y que se muestra bajo todos los modos del horror y la corrupción. Con un lenguaje impactante y enfebrecido, describe episodios de pesadilla con sepultureros, pederastas, vampiros y criaturas misteriosas encontradas en la playa. La obra contiene una profusión asombrosa de imágenes delirantes, blasfemas, eróticas, grandiosas y horrendas, pero su estilo y lenguaje la convierten en un ejemplo sobresaliente de escritura que más adelante utilizarían los surrealistas.
(…)»Mira los surcos que se han trazado un lecho en mis descoloridas mejillas: son la gota de esperma y la gota de sangre que se filtran lentamente a lo largo de mis secas arrugas. Llegadas al labio superior, hacen un esfuerzo inmenso y penetran en el santuario de mi boca, atraídas como por un imán, por las fauces irresistibles. Me ahogan esas dos gotas implacables. Yo, hasta ahora, me había creído el Todopoderoso, pero no, tengo que bajar la cabeza ante el remordimiento que me grita: ¡Sólo eres un miserable! ¡No des esos saltos! ¡Cállate, cállate… si alguien te oyera! Te volveré a colocar entre mis otros cabellos, pero deja primero que el sol se duerma en el horizonte, a fin de que la noche encubra tus pasos…» Maldoror (Canto III)
Isidore Ducasse y sus Cantos de Maldoror fueron una de las influencias más importantes en la obra poética de Alejandra Pizarnik. La presencia del conde de Lautréamont en el universo pizarniano estuvo siempre presente y no hizo más que crecer con el correr de los años para acompañarla en sus días finales. “Aquella afirmación de Hölderlin, de que «la poesía es un juego peligroso», tiene su equivalente real en algunos sacrificios célebres: el sufrimiento de Baudelaire, el suicidio de Nerval, el precoz silencio de Rimbaud, la misteriosa y fugaz presencia de Lautréamont, la vida y la obra de Artaud…”, escribió la propia Pizarnik en su ensayo El verbo encarnado.
SÓLO UN NOMBRE
alejandra alejandra
debajo estoy yo
alejandra
(La última inocencia, 1956)
En La condesa sangrienta, un libro atípico dentro de la producción literaria de Pizarnik, la sombra maldororeana sobrevuela esta novela corta o nouvelle compuesta de viñetas. El texto estuvo basado en un personaje que existió en la vida real, donde describe todo tipo de prácticas de extremo sadismo ordenadas por la condesa húngara Erzébet Báthory. Como Sade en sus escritos, como Gilles de Rais en sus crímenes, la condesa Báthory alcanzó, más allá de todo límite, el último fondo del desenfreno. Ella es una prueba más de que la libertad absoluta de la criatura humana es horrible.
Los «cantos de Maldoror» son textos en prosa, una visión alucinada del autor sobre asuntos morales, sociales y religiosos. En su momento, la crítica adujo que Los cantos de Maldoror era una lectura densa, blasfema, amoral y satánica.
Cuando encontraron el cadáver de Alejandra Pizarnik, también se hallaron unos versos, escritos con tiza en una pequeña pizarra. Era un último poema que dirigió a otro, a su querido Isidore Lucien Ducasse, como avisándole de su inminente llegada… a ese lugar donde el tiempo ya no es tiempo… y donde los poetas inmensos, que ya no soportan los anodinos días de una existencia prosaica, dejan de sufrir … y emprenden el vuelo.
Criatura en plegaria
rabia contra la niebla
escrito en el crepúsculo
contra la opacidad
no quiero ir nada más que hasta el fondo
oh vida
oh lenguaje
oh Isidoro.
Alejandra Pizarnik – 1972 (en la pizarra)
Inquieta e incansable búsqueda tras el poema perfecto. Y una mujer, muchas veces niña intentando conjugar el arte y la vida. Ella se aproximó a sus poemas como una llamarada en la que habita el encanto y el espanto y se refugia en sus cobijas que exhalan vida, pero también encierran muerte.
Ella, mujer poeta, anuncia con la palabra la oscuridad del alma, y evocando al poema maldito, instala el desencanto. Locamente su espíritu feroz transita la alquimia de la existencia, y nombrándose viajera, nos arroja a su mundo, nos invita al silencio. Como escribió Rubén Darío, “Los cantos de Maldoror son, “el grito, el aullido de un ser sublime martirizado por Satanás.»
Mucho se puede escribir de ambos poetas, mucho se ha escrito y se escribirá, pero aquí solo dejaremos este breve atisbo, una fugaz mirada a la obra de ambos para despertar el apetito por adentrarse y conocer más profundamente la obra de dos fundamentales de la poesía contemporánea.
«Je remplace la mélancolie par le cuorage, le doute par la certitude, le désespoir par l’espoir, la mehanceté par le bien, Íes plaintes par le devoir, le scepticisme par la fui, les sophismes par la froideur du calme et l’orgueil par la modestie.»
«Reemplazo la melancolía por el coraje, la duda por la certidumbre, la desesperación por la esperanza, la maldad por el bien, las quejas por el deber, el escepticismo por la fe, los sofismas por la frialdad de la calma y el orgullo por la modestia» (Prefacio de Las Poesías, Lautremont)