Buena parte de la derecha chilena mantiene una visión instrumental de la democracia.
Así lo certifica su temprana incitación al golpe de Estado de 1973, el irrestricto apoyo al régimen dictatorial, configurando su apoyo civil, ocupando claves responsabilidades de gobierno, negando o justificando las masivas y sistemáticas violaciones a los derechos humanos.
Buena parte de la derecha chilena mantiene una visión instrumental de la democracia.
En su inmensa mayoría se pronunciaron por la continuidad de Pinochet por otros ocho años y muy pocos reconocen que ello constituyó un grave error. En cualquier caso, mayoritariamente guardan eterna gratitud y reconocimiento por el “legado” del régimen militar. En especial “por haber salvado al país de una dictadura comunista”. Y sobre todo, por la imposición del modelo económico, escasamente modificado después de casi 30 años de retorno a la democracia.
Por todas esas razones, resulta patético el acto de conmemoración del triunfo del NO organizado en la Moneda, el pasado 5 de octubre, por el Presidente Sebastián Piñera, probablemente el único personaje relevante del oficialismo que abiertamente optó por el No en el plebiscito de 1988. Por lo mismo se puede reconocer la consecuencia de la Presidenta de la UDI que, negándose a participar en la singular conmemoración de rostros caídos, insistió que hoy volvería a votar por el Sí.
El temprano apoyo que el ex candidato presidencial José Antonio Kast brindó a Jair Bolsonaro en las elecciones brasileñas y su voluntad para viajar a ese país en apoyo al candidato de la ultraderecha, es transparente expresión de una visión instrumental del sistema democrático. “Es el triunfo de la libertad y la derrota de la izquierda que dejó el país en ruinas”, ha sostenido el líder de la ultraderecha chilena.
No es un detalle menor que la derecha nacional celebre con júbilo la victoria de este populista ultraconservador, sin una mínima preocupación por el futuro de la democracia y plena vigencia de los derechos humanos en Brasil.
Kast está lejos de ser el único que celebra en la derecha nacional. El propio Sebastián Piñera ha destacado que Bolsonaro apunta en la dirección correcta con su propuesta económica. El senador Manuel José Ossandón ha afirmado que “los brasileños se cansaron, despertaron y hoy salieron en masa a decir no más izquierda” Declaraciones respaldadas por el timonel de su colectividad, Mario Desbordes, interpretando el sentir mayoritario de la coalición oficialista.
Lejos de representar una opción de centro derecha, que pretende encarnar Chile Vamos, Jair Bolsonaro representa a una derecha extrema, ultra conservadora, no democrática, autoritaria, xenófoba y misógena, que bien pudiera caminar hacia un régimen cívico militar, como el que intentó perpetuar Augusto Pinochet en nuestro país.
Es comprensible que los agentes del mercado -que no defienden principios sino intereses- celebran alborozados el triunfo de Bolsonaro, por sus promesas de reducir el Estado, privatizar empresas públicas, recortar gastos y reformar el sistema de pensiones, favoreciendo la inversión y los emprendimientos del sector privado.
Pero no es un detalle menor que la derecha chilena celebre con júbilo la victoria de este populista ultraconservador, sin una mínima preocupación por el futuro de la democracia y plena vigencia de los derechos humanos en ese país.
La derecha muestra su peor cara. Desecha la oportunidad para defender principios democráticos, hoy amenazados por la probable llegada al poder de quien representa una seria amenaza para la democracia en Brasil, también para el mundo, como lo expresa el reconocido intelectual Manuel Castells.