La pandemia no perdona, aunque la isla comience su planificado retorno a esa discutible nueva normalidad, con aristas y desafíos tan diferentes en la diversidad del planeta. En el caso cubano con resultados sanitarios que nuevamente le permiten levantar la frente ante los desastrosos números del amenazante Trump y esperanzarse en la reapertura del turismo tan esencial para sus vapuleadas arcas fiscales.
Nadie se pudo librar del implacable encierro, tampoco Leonardo Padura, el fecundo y exitoso narrador que lo vivió cuidando a su madre de 92 años, en la misma casa en que nació, y finalizando su esperada nueva novela “Como polvo en el viento” a presentarse mundialmente cuando la resistencia al coronavirus lo permita.
Allí ha estado centrada la atención del cubano más leído en el mundo actual. Ciertamente, uno de los escritores contemporáneos más celebrados del continente, autor de más que una docena de títulos traducidos a 30 idiomas y multipremiado (entre algunos, el Premio Princesa de Asturias en 2015 el y Premio Nacional de Literatura, en 2012).
No son pocos los que disfrutan enumerando los libros de Padura, entre ellos: Pasado perfecto; Vientos de cuaresma; Máscaras; Paisaje de otoño; Adiós Hemingway; La neblina del ayer y La cola de la serpiente. O favoreciendo otros, como La novela de mi vida, El hombre que amaba a los perros (Premio de la Crítica en Cuba), Herejes (Premio de Novela Histórica Ciudad de Zaragoza), el libro de relatos Aquello estaba desando ocurrir, o la novelización del guion de Regreso a Ítaca.
Quienes se autosatisfacen en sus dogmáticas y provincianas miradas de las complejidades contemporáneas no pueden comprender que este crítico narrador desencantado de la ilusión de un socialismo utópico viva en la isla junto a otros emblemáticos creadores tan cuestionadores como Pablo Milanés o Silvio Rodríguez.
En su anterior novela “La Transparencia del tiempo” su cautivador protagonista, el investigador Mario Conde, ya sesentón y más escéptico que lo acostumbrado de su país, indaga en la trama del robo de la valiosa estatua de una virgen negra traída de una ermita del Pirineo Catalán por uno de los que huyeron de la guerra civil española. Todo se complicará con el asesinato de un sospechoso en quién Conde ya había puesto sus ojos.
“Como polvo en el viento”, que ahora tantos esperan, transita por otros territorios, pero en los tiempos que Padura ha vivido más intensamente desde sus 35 años, coincidentes con la caída del Muro de Berlín y la extinción de la Unión Soviética que sacudieron tan severa y dramáticamente la vida de los entonces ilusionados cubanos. Aquello que eufemísticamente se denominó “período especial en tiempos de paz” estimulando, entre otros efectos, un creciente exilio –configurado de muy diversos orígenes y formas – para tantos habitantes de la isla. Así la diáspora continúa siendo un tema recurrente, inagotable e inspirador para el prolífico autor que transita ahora con su novela de más de quinientas páginas entre los años 1989 y 2016.
Algo más de los efectos de un destierro que Padura ya ha abordado desde otros orígenes muy pretéritos de la historia cubana – como ocurrió, por ejemplo, con “La novela de mi vida” – y que, como la inmensa mayoría, el prolífico autor ha optado por vivir sin abandonar la entrañable isla en que escribe y revisa textos en compañía de su madre. Esperando ahora el tiempo preciso para viajar a presentar su nueva novela por un planeta que lo lee con buenos ojos.
Recientemente el incansable Padura concedió, en La Habana, una entrevista a la periodista de IPS, Lucía López, donde repasa sus ocupaciones e inquietudes desde el encierro obligado por la pandemia. Es la que ustedes leen a continuación
Luego de dos años de trabajo, por simple azar poético, el confinamiento preventivo coincidió con la cuidadosa revisión final del manuscrito que entregará próximamente a sus editores españoles, aunque la salida del libro en España, prevista inicialmente para el mes de septiembre, tal vez se vea aplazada a la espera de un momento más propicio.
Planes, viajes, encuentros con familiares y amigos…, todo parece quedar en suspenso hasta nuevo aviso; sin embargo, atento a las expectativas de sus lectores, el novelista comparte ahora en su Esquina algunas reflexiones sobre esta experiencia inédita.
A pesar de la posibilidad de trabajar en casa, ¿qué ha supuesto para ti como individuo y como escritor la experiencia que se vive hoy en Cuba debido a la pandemia? Según tú, ¿cuáles serían las secuelas que dejará tras su paso?
El trabajo del escritor contemporáneo tiene dos facetas importantes: la creativa y la promocional. La actual situación de cierre de fronteras y confinamiento me ha obligado a reducir al mínimo el trabajo promocional, y digo al mínimo pues no es un cese total: en tiempos normales suelo responder hasta cinco entrevistas a la semana. Ahora como promedio respondo dos y he grabado algunos mensajes para lectores de Alemania, Reino Unido, España, Brasil, además de escribir artículos que circulan en espacios internacionales.
Todo esto forma parte de mi rutina desde que dejé mi trabajo como periodista en el año 1996 y me profesionalicé como escritor independiente para que la parte creativa tuviera mejores condiciones para desarrollarse. Sin embargo, desde que comencé a editar en España con Tusquets Editores, el trabajo promocional se multiplicó y ya en los últimos años, como promedio, paso entre cinco y seis meses fuera de Cuba participando de presentaciones, conferencias, ferias del libro y otros tipos de eventos en distintos países, todos con un sentido que alimenta la promoción de mis libros. Por eso cuando estoy en Cuba trabajo todos los días sin excepción, y cuando no escribo novelas pues hago periodismo, cosas para el cine, ensayos…, pero siempre escribo.
Entonces he querido aprovechar al máximo esta coyuntura para dedicarme casi a tiempo completo a la revisión final de esta nueva novela. Ha sido un proceso bastante intenso, pero al mismo tiempo muy satisfactorio.
Por otra parte, pienso que esta experiencia tan peculiar nos va a dejar muchas huellas en lo personal y lo profesional a todos. Algunas, incluso, pueden ser provechosas, como tener la verdadera noción de lo pequeño que somos cuando una simple molécula puede enfermar y matar a tanta gente. Otras pueden ser muy complicadas, como la inevitable apertura de nuestras intimidades al ámbito social y a los poderes políticos y científicos. En nombre de nuestro propio bien, claro, pero con un coste palpable de nuestras libertades individuales pues se pueden fortalecer los autoritarismos. ¿Te acuerdas de 1984, de Orwell? Pues mi temor es que podemos estar acercándonos peligrosamente a la experiencia de ese mundo…
Como polvo en el viento, ¿es una novela de Mario Conde o está más en la línea de tus novelas de corte más “histórico”?
No es una novela de Conde, aunque se cruza con el mundo de Conde. Tampoco tiene contenidos históricos, si consideramos que 1990 todavía no es Historia pues fue un año que muchos de nosotros vivimos. Es una novela que arranca con la década de 1990 y llega hasta el año 2016, con una estructura que asemeja a un caracol, que va y vuelve, que avanza y regresa. Se trata de la historia posible de la dispersión geográfica de nuestra generación y por eso hay momentos en que salgo de Cuba y voy a Miami y Hialeah, Tacoma, Madrid, Barcelona, Buenos Aires, Toulouse; San Juan, de Puerto Rico, Florencia… con personajes de mi camada que se van o permanecen y reflexionan y viven lo que significan esas opciones vitales y existenciales.
¿Significa esto que exploras un nuevo camino en tu literatura?
No es nuevo, porque lo contemporáneo cubano siempre ha estado presente en mis libros. Aquí lo diferente son el lenguaje y la estructura, que se fueron creando en la misma medida en que iba avanzando en la primera redacción del libro. Por lo general yo empiezo a escribir sabiendo a dónde quiero llegar, pero sin saber cómo, hasta que consigo descubrirlo durante ese proceso de primera redacción, lo cual me obliga a realizar después ni sé cuántas lecturas y versiones de las novelas. En ese sentido, esa estructura fragmentada es bastante diferente a la del resto de mis libros, pues en cierta forma sigue la lógica de las evocaciones y los recuerdos —que casi nunca respetan las cronologías—, aunque al mismo tiempo tenían que ir hilvanando el sentido dramático de los acontecimientos narrados y de la propia evolución de los personajes entre los que abundan las mujeres (que son de los personajes más difíciles, por lo menos para mí). Además, el texto tiene unas quinientas páginas, lo que implica cargar con una enorme cantidad de información que debe conservar una lógica y un desarrollo dramático coherentes.
Lo que sí puedo asegurar es que se trata de una historia absolutamente cubana, si bien ocurre en muchos escenarios fuera de la isla, con ese sentido de crónica de mi tiempo que he explorado en las novelas de la serie de Conde y que aparece en muchos de mis libros.
¿Por qué escogiste este título?
Durante meses trabajé con un título que le pedí prestado a Carpentier: El clan disperso. Justamente porque estaba escribiendo la historia de la dispersión de un clan. El problema es que la Fundación Alejo Carpentier tiene en planes publicar en algún momento los fragmentos que se han encontrado de esa novela inconclusa de Alejo y me pidieron que no utilizara el título. Entonces opté por Los fragmentos del imán, jugando con un título de Lezama, pues mis personajes son como esos pedazos del imán que siempre son atraídos por una fuerza mayor. Pero la palabra “imán” no es demasiado precisa, tiene varias lecturas. Y entonces ocurrió que hace poco estaba cerca de Playa del Carmen, en México, caminando con mi colega y amigo Francisco López Sacha por un lugar muy bello. Desde la terraza de un restaurante nos llegó la canción del grupo Kansas Dust in the Wind y Sacha, que sabía de mis problemas con el título me dijo: “Oye, oye… el título de tu novela… porque tus personajes son eso: polvo en el viento”. Así que le agradezco a Sacha, que es un melómano empedernido, su ayuda con este título.
¿Es que somos en verdad como polvo en el viento? ¿Sería este el sentido de este nuevo libro?
Es increíble, pero ese es el mejor título posible para esta novela. Una generación de la que muchos miembros se han movido como polvo en el viento por los cuatro puntos cardinales, y porque en realidad, en la vida y en la historia, somos como polvo en el viento. Dice Kundera que la vida como tal es una derrota. Que luchamos contra un fin que ya sabemos y que no podremos vencer. Y ese es el sentido de todo. Pasaremos, nos iremos, como polvo en el viento. El resto es vanidad, como eso de pretender ser históricos a costa de los demás.
¿Y qué vas a hacer ahora que has terminado esta novela?
Pues… seguir escribiendo. Ya tengo el compromiso de escribir un texto sobre la fotografía de Raúl Cañibano, un magnífico artista. Tengo dos propuestas de trabajo para el cine que miraré con mucha cautela. Además, me anda rondando una idea ya bastante clara de una nueva novela de Conde, con un contrapunto histórico entre La Habana y Cuba de 1910, y la de esta década que cerramos. Tal vez incluso la parte contemporánea ocurra en estos días tan locos de coronavirus, cuando tantos paradigmas se han alterado y hasta miramos con nostalgia hacia un pasado que nos va a parecer mejor de lo que fue, mientras tenemos la sospecha de que el futuro ya nunca será como lo soñábamos.