¿Por qué llama tanto la atención esta obra? Posiblemente por su belleza, el talento natural de las certeras pinceladas realizadas por el artista, su vegetación agreste, sus trazos bien definidos y sus claroscuros. Lo imponente de una pequeña isla convertida en cementerio, a la que, a pesar de su tenebrosidad, dan ganas de conocer inmediatamente.
Lejos de cualquier expresión cotidiana, “La isla de los muertos” es una conocida serie de cuadros del pintor suizo Arnold Böcklin (1827 – 1901), realizada en cinco versiones de las que actualmente solo existen cuatro porque una de ellas fue destruida en Rotterdam durante la Segunda Guerra Mundial. En la obra se muestra a un remero y a una figura vestida de blanco que navegan sobre un bote hacia una isla rocosa que al centro cuenta con un pequeño bosque de cipreses. En el bote se divisa un ataúd y se interpreta que el hombre de blanco es Caronte, el barquero de Hades, el dios de los muertos, encargado de conducir las almas de los difuntos de un lado a otro por el rio Aqueronte.
En este caso no es un rio el que cruza el bote. Se nota a simple vista que atraviesa un océano calmo y aunque la imagen se ha interpretado numerosas veces de distintas maneras, Böcklin -que se inspiró en el paisaje del Cementerio Inglés de Florencia, donde está enterrada su hija- nunca quiso explicar el verdadero significado de su pintura y ni siquiera le quiso poner nombre a su obra. El tratante de arte, Fritz Gurlitt, la bautizó así en 1883. Desde entonces “La isla de los muertos” y todas sus versiones se han convertido en el máximo referente del simbolismo pictórico mundial.
¿Por qué llama tanto la atención esta obra? Posiblemente por su belleza, el talento natural de las certeras pinceladas realizadas por el artista, su vegetación agreste, sus trazos bien definidos y sus claroscuros. Lo imponente de la pequeña isla convertida en cementerio, a la que, a pesar de su oscuridad, dan ganas de conocer inmediatamente. El tema de la muerte nunca ha estado ajeno a una humanidad accidentada, casi siempre en la UCI, plena de pestes, desolación y guerra. Quizás por eso es que la obra también ha atraído la atención de diversas personalidades como Adolf Hitler que, se dice, llegó a poseer uno de sus originales. Freud, Lenin y Clemenceau, entre muchos, tenían una reproducción en su oficina. Incluso el escritor ruso Vladimir Nabokov señaló en su novela “Desesperación” (1936) que el cuadro podía ser “encontrado en todas las casas de Berlín”.
Böcklin también sabía de pérdidas. A los 22 años vivió en París donde vio pasar por las calles las carretas con los condenados a muerte de la revolución de 1848. Posteriormente, de manera lamentable, la meningitis se llevó a su mujer antes de poder celebrar con ella el primer aniversario de matrimonio. Después se casó con la italiana Angela Pascucci con la que escapó varias veces de la fiebre del cólera. Juntos tuvieron que enterrar a ocho de los catorce hijos del matrimonio producto de las pestes y enfermedades. Para coronar la mala suerte del artista, un brote de tifus estuvo a punto de quitarle la vida.
La serie de pinturas “La isla de los muertos” (1880 -1886) hizo popular en Europa a Böcklin y fueron los surrealistas Max Ernst, Dalí y De Chirico, entre muchos otros, los que reivindicaron su creatividad con interpretaciones de esta obra, rescatando su simbolismo e imponente belleza. Fueron ellos los que le dieron una intensa mirada psicológica a un cuadro que, por sí mismo, penetra en las profundidades de la mente y del alma.
Dentro de todas estas interpretaciones, destaca la del suizo H.R. Giger (1940 – 2014), el artista futurista y biomecánico, inventor de la imagen de “Alien, el octavo pasajero”, que dio sus primeros pasos en el cine de la mano del chileno Alejandro Jodorowsky con el proyecto inconcluso de la película “Duna”. Giger con su particular estilo transportó “La isla de los muertos” al futuro de las máquinas y las bestias deformes. Con la implementación de la técnica del aerógrafo creó en 1975 un espacio surrealista que tituló “La isla de los muertos (Después de Böcklin)”. En 1977 realizó otra pintura llamada “Homenaje a Böcklin”, inspirada en el mismo espacio y bajo los mismos designios que han caracterizado todo su arte visual. Muy vinculado al cine norteamericano como diseñador de escenarios y personajes de las películas “Poltergeist II”, “Species” o “Prometheus”, Giger trabajó también para videojuegos, portadas de discos y libros, siempre muy cercano a la ciencia ficción y la fantasía. El tímido artista suizo convirtió sus dos pinturas sobre la obra de su compatriota Böcklin en complejos bunkers y paisajes particulares, propios de su imaginario mecánico y erótico, donde sueños grises parecen convivir con fortalezas inmensas de las que nadie parece poder escapar jamás. Los espacios creados por Giger cumplen cabalmente la idea inicial del pintor simbolista sobre la isla: “Una imagen de ensueño”. Una verdadera oda a la simpleza y magia de un talento que continúa reinterpretándose y reviviendo en el tiempo.