Mientras iniciaba la lectura de La palabra escondida, texto que me interesó desde sus primeras páginas, supe que el libro había recibido uno de los premios a Mejores obras literarias (MOL) 2021. Otorgado por el consejo del libro y la lectura. Publicado por Edics UDP 2022, reúne conversaciones discontinuas entre la periodista Claudia Donoso y la poeta Stella Díaz Varín, (1926-2006).
La conversación es una práctica privada, sucede entre amigos, amigas. Como toda oralidad es efímera y más que condensarse en un texto reflexivo o argumentativo, las palabras quedan balbuceando en el aire, algo que (no) se recoge; una experiencia irrepetible. Claudia Donoso supo trasladar a la escritura la práctica de una larga conversación realizada con Stella Díaz Varín, en distintos tiempos y lugares: la cocina de su casa, un banco del jardín, el living de una casa. El tono el ritmo, la risa, la concentración que emerge en los lapsus y silencios de las palabras dan cuenta de una afectividad entre ambas que son constitutivas de una particularidad estética del lenguaje utilizado, producto de la ética de la amistad que apela a la lectura a ingresar en una relación, que nos hace decir, tal como dice un personaje de Edith Warthon en alguna página de La Edad de la Inocencia, nada hay mejor que una buena conversación.
Aunque, en un primer registro, podría ser referido a la entrevista, el texto que leemos excede con creces ese género periodístico: la estructura, el lenguaje, su tono y su ritmo, los silencios, las posiciones y la forma de circulación de la palabra entre ambas, rebalsan la dinámica y estrictez de la forma pregunta/ respuesta que caracteriza ese género. Lo que pone en escena el texto construido por Claudia Donoso está situado en la circulación del afecto, las curiosidades que se ponen en escena para hacer emerger esa palabra que es indicio de una voz que solo comparece en la empatía que la produce, como efecto de la apertura y la confianza en que aquí no habrá traición alguna. La conversación se despliega en una complicidad que plenifica de sentido la situación comunicativa, donde gestos furtivos, graciosos e imprecisos hacen posible ingresar a quien lee a intimidades y goces – abiertas en el diálogo-, los que hacen surgir de los archivos de la memoria la revelación del mundo de quien habla, como un sedimento donde permanecen ocultos sentidos, que la palabra así soltada porta y entrega al lector. Cuánta palabra atragantada pudo, de este modo, ser dicha sin miedo, ni premura en este modo único de la conversación, me pregunto.
Acto de deseo, de seducción, de puntos de vista en cuestión, puestos en juego por los tiempo y espacios de la gratuidad que fluye en la palabra soltada por el deseo de decir de sí misma lo que antes no dijo, lo que no pudo mostrar, ni menos refutar, en el caso de Stella; decir lo que quizás eludió y ocultó, porque ya otros habían dicho de ella, en la mitificación de su figura a semejanza de un imaginario masculino de época que le exigía ser musa y no poeta, bella, pero recatada, colorina pero decolorada; todo, menos la bomba de energía, de desfachatez lúcida literaria y políticamente, de poeta antes que nada que fue Stella Díaz Varín.
Testigo y parte de la interesante generación de poetas – algunos malditos, otros no tanto – de una bohemia que se hacía la parisina, en las discusiones del mítico café El Bosco, de un Santiago bohemio y culto, donde, como dice Claudia, “la plata no era motivo de conversación ni de prestigio”, Stella se adentra en el laberinto de un tiempo de derrumbe del conservadurismo criollo. Claudia por su parte, más que preguntar cede y otorga tiempo y espacio con intervenciones y acotaciones que tienen el mérito de dar en el justo blanco, de abrir la espontaneidad de su interlocutora; en ausencia de cálculos, de beneficio o sensacionalismo.
La Stella Díaz Varín de estas páginas, construye la narración de la joven provinciana, inquieta y talentosa que en 1936 vino de la Serena a Santiago para conocer otro mundo: participar de la vida literaria, conocer escritores. Escribir, transformarse en poeta. El texto, sin embargo, no habla de un programa ni proyecto de vida, ni menos de un constructo que intencione sentido; es el fluir de la palabra, que arma una conversación entre dos mujeres que, de manera inteligente, sensible y afectuosa, indagan en sus saberes y memorias: una como testigo de su tiempo, la otra con la voluntad de descubrir. Claudia Donoso, sin preguntar demasiado, más bien acota, obtiene, no solo información, sino confidencias de Stella que, en una singularidad afianzada por la forma de (no) inquirir, sino de abrir, de punzar el decir, cursa el humor, la gracia y el desparpajo, que ensambla las voces. De ese modo la palabra de ambas fluye libre, sin violencia, sin presión comunicando su verdad, nunca toda; dando a conocer con generosidad, una interioridad apasionada en la persecución de su deseo a cualquier precio. “No he tenido el don de administrar con éxito ni mi vida ni mi obra”, dice Stella, pero lo que el texto construye es mucho más que una vida bien o mal administrada, es el sentido del transcurso apasionado de la vida de una poeta comprometida políticamente, que no transó nunca con la complacencia social o estética. El relato es memoria cultural y social de sesenta años de la vida literaria chilena.
Conocí a Stella en años noventa, en Santiago, años prolíferos en figuras críticas, espacios de encuentro y discursos que comenzaban a mostrar los primeros efectos del nuevo orden que consolidaría la postdictadura. En torno a su figura imperaba el mito construido por el escritor Enrique Lafourcade, quien le dio fama de mujer ahombrada, buena para los combos y el trago, que fascinó a jóvenes poetas, seguidores de entonces, lo que si tuvo algo de verdad no lo fue de la manera burda, divulgada por el autor de la antología consagratoria de la generación, que por supuesto no incluyó a las mujeres de esa generación.
Stella quedó fijada a esa aura mezquina, de la que no se liberaría sino hasta, los tiempos de la re – edición de su obra por la Editorial Cuarto Propio, por su amistad con la poeta Elvira Hernández, la propia Claudia Donoso y otras poetas que comenzaron a leerla y admirarla. Hoy sabemos que Stella, poeta legitimada en la crítica y la historia literaria, entonces, solo supo hacer lo que muchas mujeres de su tiempo –y de este- no saben hacer: ser contestataria, marcar su territorio rebelde, decidir vivir su tiempo a contrapelo y por sobre todo escribir. Escribir. Stella fue una mujer maltratada por su generación.
Claudia Donoso, en este libro como en Enrique Lihn en la cornisa …. opera la apertura de nuevos derroteros para el género que tan auspiciosamente trabaja, desocultando mitos y mitologías; resignificando desde otra mirada figuraciones literarias, necesarias de releer y valorar. Vendrán otras escrituras de estas buenas conversaciones. Lectores y lectoras esperamos su anuncio.