La pandemia. Una encrucijada para la igualdad de género. Por Constanza Tabbush

por La Nueva Mirada

El cierre de brechas de género ha sido un camino largo y sinuoso. En los últimos años, gracias al activismo feminista, se fueron logrando grandes avances que hicieron que la vida y las expectativas de las niñas de hoy sean, en varios sentidos, más auspiciosas que las de sus madres y abuelas. Sin embargo, la pandemia de covid-19, en un contexto de profundas desigualdades, amenaza con revertir importantes pero frágiles logros obtenidos. 

A lo largo de la historia, el cierre de brechas entre varones y mujeres respecto de sus oportunidades y derechos ha sido un camino largo y sinuoso. Antes de que el covid-19 azotara al mundo, durante 25 años y gracias al activismo de los movimientos feministas, lentamente se habían ido logrando importantes avances que hicieron que la vida y las expectativas de las niñas de hoy sean, en varios sentidos, más auspiciosas que las de sus madres y abuelas. La mejora en los indicadores de salud y educación de mujeres y niñas a escala global, por ejemplo, es uno de los principales logros de las últimas décadas. Si bien América Latina y el Caribe es una región con profundas desigualdades sociales que hay que atender con urgencia, desde mediados de la década de 1990 la autonomía económica de las mujeres se ha fortalecido. También hubo un avance constante en la promulgación de leyes para prevenir y erradicar la violencia de género, y se duplicó la proporción de mujeres en bancas legislativas. Sin embargo, apenas tres días después del Día Internacional de las Mujeres, el 11 de marzo de 2020, la declaración por parte de la Organización Mundial de la Salud (oms) de la pandemia global marcó un punto de inflexión que amenaza con revertir este proceso. 

Es que la crisis sanitaria, que ya ha cobrado más de tres millones de vidas a escala mundial y arrasado las economías en el proceso, ha tenido un gran impacto negativo para las mujeres, ahondando las desigualdades de género preexistentes. Si bien los varones, en general, han sufrido tasas más elevadas de hospitalización y mortalidad como consecuencia del covid-19, las mujeres han sido más afectadas por sus consecuencias económicas y sociales, debido a la posición desfavorable que ellas ya ocupaban en el mercado y en los hogares. En el mundo, 70% de quienes trabajan en el sector salud como primera línea de contención del virus son mujeres. En muchos países del Sur global, la economía informal (donde muchas mujeres se insertan) ha recibido menor apoyo y atención que los sectores formales. El cierre de las escuelas y la saturación de los servicios de salud ha afectado particularmente a las mujeres, que siguen siendo las principales responsables del cuidado de niños y niñas y familiares afectados por el virus, y ya antes de la pandemia dedicaban tres veces más tiempo a las tareas domésticas y de cuidados no remunerados que los varones. Por otra parte, hubo un claro incremento del riesgo de violencia de género debido a las medidas de aislamiento social, en tanto muchas mujeres se vieron confinadas en sus casas con sus agresores1.

Más allá de lo inmediato, lo que es menos claro es cuáles serán las transformaciones más profundas y de largo plazo que esta encrucijada traerá para el devenir de los procesos y las demandas por la igualdad de género. Entre otras cuestiones, ¿llevará la pandemia finalmente a reconocer la importancia de la economía del cuidado y a priorizarla en las políticas públicas de recuperación de la crisis, como muchas economistas feministas reclaman hace tiempo? ¿Contribuirá a que se tome conciencia de la necesidad de invertir en servicios públicos y protección social universales para construir sociedades más solidarias que prioricen la autonomía económica de las mujeres? ¿Dejará más clara la importancia de los movimientos feministas como fuente de innovación e imaginación política? Duncan Green plantea que la historia reciente sugiere caminos contrapuestos: por ejemplo, la Primera Guerra Mundial fue seguida de un incremento en la emancipación de las mujeres en Europa, mientras que el fin de la Segunda Guerra Mundial empujó a las mujeres a abandonar la fuerza de trabajo y regresar a su rol tradicional de cuidadoras y amas de casa, de la mano de fuertes recortes en la producción militar y del surgimiento del Estado de Bienestar2. ¿Qué rumbo tomará esta crisis?

¿La crisis como amplificadora de desventajas preexistentes o como oportunidad de cambios estructurales?

A un año del inicio de la crisis, la pandemia amplificó la injusta división del trabajo entre varones y mujeres en el interior de los hogares y la precaria inserción laboral de estas últimas, y marcó así retrocesos importantes en su autonomía económica. En particular, el peso de la demanda de cuidado que recae en sus espaldas es tan intenso que las visiones más pesimistas pregonan que la pandemia ha sido un verdadero «desastre para el feminismo»3. Sin embargo, como veremos, la demanda no recae en la espalda de todas las mujeres con la misma intensidad.

Las mujeres han reducido sus horas de trabajo pago y han perdido empleos a un ritmo más acelerado que los varones, con consecuencias negativas para su seguridad económica, que ya era precaria antes de la crisis. En 55 países de ingresos bajos e ingresos medios, 29,4 millones de mujeres de 25 años o más perdieron sus empleos en la fase inicial de la pandemia4. En América Latina y el Caribe, la pérdida de empleo en el último año se concentró en trabajos informales sin protección social y en sectores como el comercio, la manufactura, el turismo o el servicio doméstico, donde las mujeres ocupadas, particularmente las más jóvenes, se encuentran sobrerrepresentadas5. Esto llevó a que haya perdido el empleo una mayor proporción de mujeres que de varones. Hay también un franco deterioro de las condiciones laborales de las mujeres en el trabajo doméstico remunerado, donde 76% de ellas no cuenta con cobertura previsional6

Es altamente esperable que los efectos de esta crisis en los ingresos de las mujeres sean graves y duraderos. Sabemos por crisis anteriores, por ejemplo, que el empleo y los ingresos de las mujeres se recuperan mucho más lentamente que los de los varones. Las proyecciones de onu Mujeres muestran no solo que habrá un aumento significativo de la pobreza como resultado de la pandemia, sino también que las brechas de género se profundizarán. En 2021, se prevé que 435 millones de mujeres y niñas vivan con menos de 1,90 dólares al día en todo el mundo, incluidas 47 millones que han sido empujadas a la pobreza como resultado de la pandemia, de las cuales 3,1 millones residen en América Latina7

La severidad del impacto del covid-19 en la autonomía económica de las mujeres se debe en parte a que la pandemia empuja a un número más importante de mujeres a salirse del mercado laboral, proceso que no se da de manera tan acentuada para los varones. En las últimas tres décadas, la tasa regional de participación laboral femenina ha mejorado sustancialmente: entre 1998 y 2018, la proporción de mujeres en edades productivas (25 a 54 años) que están activas pasó de 56,9% a 66,8%8. El efecto de la pandemia podría implicar un retroceso de por lo menos una década en la inclusión laboral de las mujeres, que ya era incompleta y desigual9

El hecho de que un número importante de mujeres sean expulsadas del mercado laboral está por supuesto íntimamente ligado a los roles de género en el interior de las familias y a la organización social del cuidado. Mientras golpean las olas de la pandemia, la saturación de los sistemas de salud, las nuevas prácticas de prevención y la suspensión de las clases presenciales en escuelas y centros de primera infancia generaron un incremento del trabajo doméstico y de cuidados en las familias, demanda que recae mayormente en las mujeres. Una mayor proporción de mujeres que de varones reportan un aumento del tiempo que dedican a limpiar, cocinar, cuidar y apoyar a hijas e hijos en su aprendizaje para compensar el cierre de las escuelas y otros servicios de cuidado, mientras que otras opciones como el trabajo doméstico remunerado y la ayuda de otros familiares no convivientes, como abuelas o abuelos, tías o tíos, no están disponibles10

Esto lleva a que las mujeres que son madres, en particular, estén siendo empujadas fuera del trabajo remunerado. No es casual, por ejemplo, que en América Latina sean las mujeres con hijos menores de seis años las que experimentaron la caída más pronunciada en la participación laboral. Esta situación empeora en los hogares más vulnerables. Ya en 2019, en los hogares del primer quintil de ingresos, una de cada tres mujeres de 20 a 59 años se encontraba fuera del mercado laboral por atender responsabilidades familiares11

En efecto, ante las crisis, las desigualdades entre grupos de mujeres también se amplifican. Especialmente en una región tan estratificada como América Latina, donde las mujeres de diferentes grupos socioeconómicos ya habitaban mundos laborales y realidades familiares bien distintas antes de la pandemia, lo que la creciente demanda de cuidado y la recesión económica no han hecho más que profundizar12. De hecho, antes de la pandemia, las diversas formas de resolver obligaciones familiares y generar ingresos dan como resultado tres escenarios diferenciados de empoderamiento económico de las mujeres, que reflejan brechas de fecundidad, de participación laboral y de tiempo dedicado al trabajo de cuidado no remunerado entre distintos niveles socioeconómicos. El primer escenario se refiere a las mujeres de mayores ingresos que han podido transformar sus ganancias educativas en mejores oportunidades laborales, pero se encuentran limitadas por los «techos de cristal» y sin que se haya generado una redistribución del trabajo de cuidados en el hogar. El segundo escenario, de «escaleras rotas», hace referencia a la situación de las mujeres de hogares de ingresos medios-bajos que cuentan con cierto nivel educativo e ingresan en el mercado, pero a empleos precarios o de poca calidad y con poca movilidad social. Con frecuencia estas mujeres deben optar por empleos de menor calidad o informales debido a la falta de oferta de servicios de cuidados accesibles y de calidad, o bien recurren a familiares como hijas o abuelas. Por último, el escenario de «pisos pegajosos» describe la situación de las mujeres de menores ingresos y bajo nivel de instrucción que tienen mayores dificultades para ingresar en el mercado laboral, asociadas a sus obligaciones familiares y a una temprana formación familiar13

El efecto de la pandemia y la crisis socioeconómica asociada a ella no es homogéneo en estos tres contextos, ya que las mujeres en cada uno de estos escenarios cuentan con diferentes estrategias para resolver la creciente demanda de cuidados producto de las medidas de aislamiento social y la presión sobre su seguridad económica y la de sus hogares debido a la recesión económica. Como veremos más adelante, es esperable que los impactos más nocivos y duraderos recaigan sobre las mujeres con menos recursos.

Además del impacto en la autonomía económica, la pandemia de covid-19 devela la absoluta centralidad del cuidado (pago y no pago) para nuestras sociedades y abre una oportunidad para su politización y puesta en valor. De repente, las sociedades consideran «esencial» el trabajo de atender a personas enfermas, cuidar de niños o niñas y/o de adultos mayores o con alguna discapacidad, trabajo que había sido por años devaluado por los mercados e inadecuadamente subsidiado por los gobiernos14. Varias economistas feministas identifican en este reconocimiento una luz al final del camino, donde la tragedia puede convertirse en una ventana de oportunidad para repensar los modelos económicos, de modo de centrarlos en la provisión de bienestar y cuidados a la población y la sostenibilidad del medio ambiente, más que en la acumulación de riqueza o el crecimiento económico15. Desde la sociedad civil, la fuerte y coordinada respuesta a la pandemia de parte del activismo feminista, el movimiento de mujeres y las organizaciones territoriales apoya esta visión de la crisis como una oportunidad para impulsar cambios estructurales16. Campañas, peticiones y protestas a escala local, regional y transnacional reclaman desde un mejor acceso a infraestructura y servicios de calidad, o medidas ante el incremento de la violencia de género, hasta un mayor financiamiento internacional y acceso inmediato a vacunas para los países del Sur global, presionando a organismos intergubernamentales, gobiernos y actores estatales a dar respuesta a los desafíos que enfrentan las mujeres17

De las demandas feministas a la respuesta estatal

Entonces, ¿el reclamo feminista de reconocer el cuidado como trabajo «esencial» ha repercutido en la respuesta de los gobiernos a la pandemia? Lamentablemente, aquella hipótesis más esperanzadora de la crisis como oportunidad de cambio todavía no se ve reflejada de manera significativa en las respuestas estatales ni de América Latina ni de otras regiones, aunque existen ejemplos prometedores. 

El monitoreo global de medidas económicas, de empleo y de protección social en respuesta a la pandemia que desde septiembre de 2020 llevan adelante onu Mujeres y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (pnud) permite analizar dos cuestiones vinculadas al interrogante arriba planteado: en qué medida las políticas gubernamentales tienen como objetivo reducir la inseguridad económica de las mujeres (por ejemplo, dirigiendo hacia ellas las transferencias monetarias o respaldando a sectores feminizados de la economía); y en qué medida apoyan los cuidados no remunerados (por ejemplo, proporcionando licencias para las trabajadoras y los trabajadores con responsabilidades familiares o manteniendo abiertos los servicios de cuidado infantil durante la cuarentena)18. Los hallazgos son aleccionadores, particularmente cuando se trata de los cuidados no remunerados.

En América Latina y el Caribe, aproximadamente 20,5%de las 396 medidas de protección social y empleo en 44 países de todo el mundo que analizamos tiene como objetivo apoyar la seguridad económica de las mujeres. Si bien esto claramente no es suficiente, es más elevado que el promedio mundial (13%), lo que significa que a América Latina le está yendo mejor en esta área que a la mayoría de las otras regiones. Esto no es una coincidencia y se basa en los esfuerzos de la región por fortalecer los sistemas de protección social durante las últimas dos décadas. Pero estas acciones descansan, en gran medida, en la asistencia social, que otorga beneficios mucho menores que los sistemas de seguridad social. En la región, las medidas más comunes han sido la extensión o creación de programas de transferencias monetarias o de ayuda alimentaria (41 medidas en 21 países). Los países que ya habían invertido recursos en estos programas antes de la pandemia pudieron ampliar el apoyo a las poblaciones vulnerables con relativa rapidez, ya sea proporcionando pagos adicionales a las mujeres que se encontraban entre sus destinatarios (como es el caso de Familias en Acción en Colombia, entre otros), y/o extendiendo la cobertura a nuevos grupos, incluyendo a trabajadores y trabajadoras informales (como en el caso de Argentina y Brasil, entre otros). El segundo conjunto de medidas más relevantes que apoyan la seguridad económica de las mujeres en la región se dirige al empleo e incluye el apoyo focalizado a mujeres emprendedoras y trabajadoras autónomas y al empleo informal (32 medidas en 12 países). Argentina, Bolivia, Costa Rica, Ecuador y Perú, por ejemplo, han utilizado campañas públicas y han ajustado la legislación laboral para proteger los derechos de las trabajadoras domésticas19. Son contados los países, tanto en la región como en el mundo, que implementaron programas que facilitan el regreso de las mujeres al trabajo y/o les brindan oportunidades de empleo; entre ellos se incluyen Australia, Chile, Colombia y Corea20

El cuidado no remunerado, por el contrario, sigue siendo un área muy descuidada a escala global, con solo 11% de las medidas de protección social y empleo que abordan esta problemática. América Latina y el Caribe está mejor posicionada que otras regiones, en tanto registra el segundo mayor número de medidas después de Europa y América del Norte, aunque se sitúa muy por debajo del promedio global, con un porcentaje de 6,8%. Solo un tercio de los países de la región (12 de 45) tomó medidas en esta área. A diferencia de las medidas de apoyo económico que se concentran en la asistencia social, en este caso se registran medidas en tres grandes categorías, que mayormente benefician a quienes trabajan en el sector formal:

A) Entre las medidas de protección social (seguridad social y asistencia social), se destaca la ampliación de licencias familiares para empleados y empleadas con responsabilidades de cuidado (siete medidas en seis países). Por ejemplo, Trinidad y Tobago creó un nuevo tipo de licencia remunerada llamada «licencia pandémica», especialmente dirigida a madres y padres que trabajan en el sector público mientras dure el cierre de las escuelas, y aconseja al sector privado seguir un protocolo formal.

B) De las medidas dirigidas a apoyar el funcionamiento de los servicios de cuidados y su adaptación a la pandemia (12 medidas en siete países), el apoyo estatal a los servicios de cuidado infantil ha sido insuficiente, considerando que las tareas de cuidados se incrementaron exponencialmente con el cierre de las escuelas: en total la región registra cinco países con medidas al respecto. Costa Rica es una notable excepción ya que, durante el aislamiento social, mantuvo abierta su red pública de guarderías para las hijas e hijos del personal de salud y otros trabajadores esenciales. Más recientemente, Guyana lanzó un programa especial para brindar cuidado infantil gratuito a los trabajadores esenciales; y a medida que las tasas de contagio descienden, algunos países desarrollaron un plan seguro para la reapertura de escuelas.


C) En relación con el empleo, los gobiernos dictaron medidas para reducir la carga horaria y/o permitir el teletrabajo para quienes tengan responsabilidades de cuidados, así como para subsidiar salarios de madres y padres (seis medidas en cinco países). Por ejemplo, en Argentina y Bolivia se permitió a madres y padres reducir las horas de trabajo para el cuidado familiar relacionado con el covid-19. Cuba, por su parte, estableció subsidios para cubrir el salario de madres y padres o de quienes atienden a familiares enfermos durante la pandemia. 

Si bien estas medidas implican un reconocimiento importante de las responsabilidades de cuidado no remuneradas, su alcance sigue siendo limitado, particularmente en países donde el empleo informal está generalizado.

La respuesta segmentada amplifica las desigualdades entre mujeres

Si retomamos los tres escenarios de empoderamiento existentes antes de la pandemia, podemos vislumbrar algunos de los efectos diferenciales que tiene esta respuesta estatal segmentada, en la cual las mujeres ocupadas en el sector formal acceden a las medidas provistas por la seguridad social y los subsidios al empleo, mientras que aquellas con inserciones laborales más precarias o que viven en hogares en situación de pobreza acceden a la asistencia social. La inversión en servicios públicos de calidad e infraestructura, que podría cerrar brechas entre grupos sociales y de mujeres, reducir la carga de cuidados de las familias, apuntalar el desarrollo de nuevas generaciones y reactivar las economías generando empleo de calidad, es una deuda pendiente que es urgente saldar. 

Comparativamente, las mujeres insertas en el empleo formal, aun estando bajo los «techos de cristal», pudieron acceder a un número de medidas de empleo y seguridad social con mayores beneficios y que atienden en cierta medida a la sobrecarga de cuidado familiar. En muchos casos, pudieron continuar trabajando bajo la modalidad del teletrabajo o acceder a licencias (a menudo pagas) por embarazo, enfermedad, parentales o para el cuidado de parientes cercanos que lo requieran. Su tiempo total de trabajo aumentó, sí, así como el estrés por los malabares y el multitasking requeridos por la triple tarea de ser trabajadoras, cuidadoras y maestras auxiliares durante las medidas preventivas de aislamiento social. Este grupo es el que recibe el mayor apoyo de medidas estatales para lidiar con la doble presión sobre su tiempo e ingresos provocada por la pandemia. 

En el contexto actual, y frente a la respuesta segmentada de los gobiernos, la brecha entre el escenario de los «techos de cristal» y los de «escaleras rotas» y «pisos pegajosos» se amplía. Y los procesos de pauperización, inseguridad alimentaria y movilidad social descendente cobran fuerza en estos dos últimos escenarios. Retomando la metáfora, se puede pensar que, en el escenario intermedio, las «escaleras rotas» se aplanan para volverse «toboganes descendentes»: debido a la mayor pérdida de empleo informal y al limitado acceso a la protección social de quienes no cuentan con acceso a la seguridad social, se incrementa el endeudamiento y se vuelve casi imposible el ascenso social futuro. En el contexto de la pandemia, la extensión temporaria a los sectores informales de medidas de emergencia, tales como transferencias monetarias, subsidios salariales o licencias, fue una importante innovación en los sistemas de protección social que ha beneficiado directa e indirectamente a las mujeres. Donde se combinaron con aumentos en las transferencias a grupos vulnerables, las medidas han sido exitosas en mitigar parte del aumento de la pobreza y la desigualdad como efecto de la pandemia. Los efectos auspiciosos de estos programas en países como Brasil y Argentina son un ejemplo concreto que subraya la necesidad de extender la protección social a sectores informales de manera permanente y a largo plazo21. Sin embargo, estas medidas han tenido muy corta duración (en promedio,3,3meses)22. Si antes el malabarismo entre cuidado y trabajo remunerado colocaba a este grupo en una situación precaria, con la crisis el riesgo de retrocesos fuertes es inmenso. Como primer paso, es indispensable que las medidas de protección social para el sector informal se extiendan de forma permanente. Más allá de eso, en la recuperación de este grupo van a ser fundamentales las políticas de empleo focalizadas, que deben ir de la mano de la inversión en servicios de cuidados. 

Las presiones para las mujeres en el escenario de «pisos pegajosos» son aún mayores. A la falta de acceso a servicios de cuidados públicos o privados y al shock en los ya bajos ingresos y baja actividad laboral, se suman las precarias condiciones habitacionales y la falta de acceso a infraestructura básica que, por un lado, presionan a un punto límite el tiempo que estas mujeres dedican al trabajo doméstico y de cuidados, y por el otro, vuelven casi imposible acatar las medidas de salud pública, lo que incrementa la tasa de contagios en asentamientos informales. 

Retomando la metáfora, el escenario de «pisos pegajosos» para las mujeres de los primeros quintiles de ingresos se vuelve así uno de «pisos de arena movediza», en los que la falta de infraestructura y acceso a servicios tracciona hacia abajo y agudiza la crisis de salud, cuidados e ingresos para este grupo de mujeres y sus hogares, con retrocesos significativos en la seguridad alimentaria, y donde la transmisión intergeneracional de la pobreza irá en aumento. En este contexto, diversos movimientos de mujeres y movimientos territoriales han actuado como un estabilizador informal de este triple shock, llegando a lugares donde el Estado no llega y compensando la magra ayuda asistencial. Gracias en gran medida al trabajo comunitario de mujeres pobres, periféricas y/o afrodescendientes, se organizan comedores populares y servicios de cuidado comunitarios, se asiste a víctimas de violencia de género, se suple la desinformación, en parte compensando deficiencias estatales, en parte abogando por mayor justicia de género, social y racial. Pero esta red informal de protección es frágil y no puede compensar la ausencia de políticas públicas. Para que la pandemia verdaderamente se vuelva una oportunidad de transformación, se deben escuchar estas voces en la construcción de un Estado social activo.

Conclusión

Se dice que quienes no aprenden de la historia están condenados a repetirla. Esperemos que este no sea el destino de América Latina en lo que queda de esta crisis y en las que vendrán. La región no es ajena a las crisis económicas ni a las desigualdades sociales, y bien podría hacer valer esa experiencia. Desde 2020 nos enfrentamos a una situación inesperada que afecta en forma desproporcionada a las mujeres, amenazando con socavar los logros alcanzados en las últimas décadas. Si no se toman acciones inmediatas, la pandemia ampliará de manera profunda y duradera las brechas entre varones y mujeres, y entre mujeres de distintos grupos sociales.

Quienes analizan tendencias de largo plazo suelen repetir que el progreso en materia de igualdad de género no es lineal y hablan de avances y retrocesos. A simple vista, pareciera que ambos movimientos, avanzar y retroceder, fuesen equiparables, o que llevaran el mismo tiempo o esfuerzo. Nada más alejado de la realidad. Avanzar siempre cuesta más. El cuarto de siglo que llevó en América Latina y el Caribe reducir la proporción de mujeres en edad reproductiva (25 a 34 años) sin ingresos propios de 47% en 1990 a 30% en 2014 es un ejemplo claro del esfuerzo mancomunado que implica construir sociedades más igualitarias23. Retroceder, en cambio, siempre cuesta menos. Las 3,1 millones de mujeres de la región en un solo año empujadas a la pobreza en 2021 por la pandemia son un lamentable ejemplo de la fragilidad de nuestras conquistas. Por ende, ante una crisis, resulta imperioso cuidar los logros alcanzados.

Las demandas y la imaginación política de feministas y de movimientos sociales promueven un orden global más justo y un contrato social más igualitario. Ojalá, al salir de la emergencia, se atiendan por fin sus reclamos y se encienda este potencial transformador.

       °3.Helen Lewis: «The Coronavirus Is a Disaster for Feminism» en The Atlantic,   
          19/3/2020.

  • 4.ONU Mujeres: «Fallout of covid-19: Working Moms are Being Squeezed Out of the Labour Force», 2020, disponible en https://data.unwomen.org/features/fallout-covid-19-working-moms-are-being-squeezed-out-labour-force.
  • 5.Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal): Panorama social de América Latina 2020, LC/PUB.2021/2-P/Rev.1, Naciones Unidas, Santiago de Chile, 2020.
  • 6.Ibíd.
  • 7.ONU Mujeres: «Covid-19 Is Driving Women and Girls Deeper into Poverty», 2020, disponible en https://data.unwomen.org/features/covid-19-driving-women-and-girls-deeper-poverty.
  • 8.ONU, Consejo Económico y Social: «Examen y evaluación de la aplicación de la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing y de los resultados del vigésimo tercer periodo extraordinario de sesiones de la Asamblea General. Informe del Secretario General», E/CN.6/2020/3, 13/12/2019, disponible en https://undocs.org/es/e/cn.6/2020/3.
  • 9.Cepal: Panorama social de América Latina 2020, cit.; Fernando Filgueira y Juliana Martínez Franzoni: «Growth to Limits of Female Labor Participation in Latin America’s Unequal Care Regime» en Social Politics vol. 26 No 2, 2019.
  • 10.ONU Mujeres: «Whose Time to Care: Unpaid Care and Domestic Work during covid-19», 25/11/2020, disponible en https://data.unwomen.org/publications/whose-time-care-unpaid-care-and-domestic-work-during-covid-19.
  • 11.CepalPanorama social de América Latina 2020, cit.
  • 12.CepalCuidados y mujeres en tiempos de covid-19. La experiencia en la Argentina, documento de proyecto, LC/BUE/TS.2020/3, Naciones Unidas, Santiago de Chile, 2020.
  • 13.ONU Mujeres: «El progreso de las mujeres en América Latina y el Caribe 2017. Transformar las economías para realizar los derechos», Panamá, 2017.
  • 14.Mariana Mazzucato: «Re-Empowering Governments for Green, Equitable and Resilient Development» en Comité de Políticas de Desarrollo: Development Policy and Multilateralism After covid, Naciones Unidas, 2020, disponible en www.un-ilibrary.org/content/books/9789210051828c005.
  • 15.ONU Mujeres: «Beyond covid-19: The Feminist Plan for Sustainability and Social Justice», 2021, disponible en www.unwomen.org/en/digital-library/publications/2021/06/feminist-plan.
  • 16.C. Tabbush y Elisabeth Jay Friedman: «Feminist Activism Confronts covid-19» en Feminist Studies vol. 46 No 3, 2021.
  • 17.ONU Mujeres: «Covid-19 and Women’s Rights Organizations: Bridging Response Gaps and Demanding a More Just Future», Policy Brief No 20, 2021, disponible en www.unwomen.org/en/digital-library/publications/2021/03/policy-brief-covid-19-and-womens-rights-organizations.
  • 18.Para más detalles, v. nota metodológica en PNUD: «Covid-19 Global Gender Response Tracker», https://data.undp.org/gendertracker/.
  • 19.ONU Mujeres, OIT y Cepal: «Trabajadoras remuneradas del hogar en América Latina y el Caribe frente a la crisis del covid-19», 2020, disponible en https://lac.unwomen.org/es/digiteca/publicaciones/2020/06/trabajadoras-del-hogar-frente-a-la-crisis-por-covid-19.
  • 20.Chile provee dos líneas de apoyo («Retorno» y «Contrata») para que las trabajadoras y los trabajadores con contratos suspendidos regresen a sus puestos de trabajo y para que las empresas contraten nuevo personal mediante un subsidio de salarios de hasta seis meses, con mayores beneficios para mujeres, jóvenes y personas con discapacidad.
  • 21.Merike Blofield, Nora Lustig y Mart Trasberg: «Social Protection in Argentina, Brazil, Colombia, and Mexico During the Pandemic», Center for Global Development, 2021, disponible en www.cgdev.org/blog/social-protection-argentina-brazil-colombia-and-mexico-during-pandemic.
  • 22.Ugo Gentilini, Mohamed Bubaker Alsafi Almenfi y Pamela Dale: «Social Protection and Jobs Responses to covid-19: A Real-Time Review of Country Measures», COVID Living Paper, Banco Mundial, Washington, DC, 11/12/2020.
  • 23.F. Filgueira y J. Martínez Franzoni: «The Divergence in Women’s Economic Empowerment: Class and Gender under the Pink Tide» en Social Politics: International Studies in Gender, State & Society vol. 24 No 4, 2017.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 293, 2021, ISSN: 0251-3552

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