La candidatura de José Antonio Kast(JAK) es un retroceso en materia de derechos de las mujeres. Él ha sido y sigue siendo un agresor constante, violentando a miles de mujeres, incluida su propia esposa.
La violencia hacia las mujeres es una problemática global, social, económica y de salud pública relevante. Para abordar las desigualdades que enfrentan las mujeres a diario, se hace necesario una perspectiva de género. JAK habla de “desterrar la ideología de género” y la considera “peor que el marxismo”. Esto no sólo habla de su ignorancia, transformando los derechos de la mujer en un “tema ideológico”, también de ausencia total de empatía y desprecio a las consecuencias de la violencia hacia las mujeres.
Durante 30 años se ha esmerado en frenar los avances en el respeto a los derechos sexuales y reproductivos. JAK se opuso a la ley de identidad de género. En 2008 lideró la petición al Tribunal Constitucional que prohibió por dos años la anticoncepción de emergencia (PAE) y el uso de dispositivos intrauterinos en la salud pública, violentando de esta manera a miles de mujeres.
En la sexología moderna se habla de “coerción reproductiva” en referencia con actos o comportamientos que interfieren con la planificación de embarazos o con la anticoncepción, limitando o impidiendo la autonomía de las mujeres en su decisión sobre su reproducción. Lo que ha hecho por años JAK es ejercer coerción reproductiva hacia todas las mujeres chilenas, limitando sus accesos a métodos anticonceptivos, a la anticoncepción de emergencia y a la educación sexual.
Los comportamientos de coerción reproductiva pueden impedir, negar o sabotear la toma de anticonceptivos o presionar para imponer un embarazo o un aborto, sin respetar las intenciones reproductivas de las mujeres. La coerción reproductiva tiene impactos sobre la salud sexual y reproductiva, además de otros muy severos en la salud mental y física.
Los expertos en sexología consideran actos de coerción reproductiva: reducir la autonomía reproductiva de la mujer; interferir con la anticoncepción; así como con la planificación de embarazos y su libertad para decidir cuando quiere hijos y en qué tiempo. Limitar o prohibir la selección de métodos anticonceptivos y su uso es otra forma de coerción sexual.
La coerción reproductiva genera en la mujer afectada stress, ansiedad, confusión, pérdida de autoestima, rabia, vergüenza y hasta sentimientos suicidas. Por cierto, en ese contexto, se reduce drásticamente el deseo o el placer en la relación.
JAK también ejerció coerción reproductiva con su esposa. En entrevista que recoge The Clinic (28 de octubre, 2017), Pía Adriasola Barroilhet revela que un médico le recetó pastillas anticonceptivas para controlar su natalidad. Cuando ella se lo cuenta a JAK, diciéndole: “esto es lo que tenemos que hacer”, él le responde “Estás loca? No se puede”. La esposa reclama “¿cómo que no se puede? Si todas mis amigas lo hacen”… Cierto, todas sus amigas lo hacían, pero ella no pudo. Eso fue pura violencia sexual y coerción reproductiva. Ella relata que luego fueron a visitar a un sacerdote y allí “vio la luz al conocer el método natural”. Entonces JAK y el mencionado sacerdote decidieron su futuro reproductivo.
Pía Adriasola no fue libre para decidir en torno a métodos anticonceptivos existentes. Se vio presionada a “elegir” una visión sesgada y limitada de la sexualidad: la abstinencia y el método natural. Eso es coerción reproductiva.
La coerción reproductiva se relaciona con el control y poder de una persona frente a la mujer. Muchas veces esta dinámica de coerción se manifiesta en dinámicas en donde ya hay violencia conyugal (física, psicológica, u otra). Muchas mujeres no identifican este tipo de violencia. Por eso es muy importante aprender a distinguir los comportamientos coercitivos y las diferencias de relaciones marcadas por la violencia, manipulaciones y control, con aquellas íntimas, igualitarias y de respeto.
La violencia hacia la mujer venía en aumento antes de la pandemia. Luego de ella se disparó. Y ahora aparece un candidato que en fuero íntimo desea eliminar el Ministerio de la Mujer, desprecia la perspectiva de género y en su programa no recoge disminuir la tasa de embarazos no deseados, lo que inevitablemente conduce a un mejor acceso a métodos anticonceptivos, así como a privilegiar políticas de educación sexual y aborto seguro.
Sin énfasis en estos temas, la prevención de la violencia hacia la mujer y las múltiples consecuencias psicológicas, sexuales, económicas y sociales que ello acarrea a más de la mitad de la población chilena, termina en un discurso vacío. Eliminar toda forma de violencia contras las mujeres, incluyendo la “coerción reproductiva”, significa avanzar en democracia y respeto de los derechos humanos.
Por Valeria Rosales Pincetti
Psicóloga UDP. Estudiante de Doctorado en Sexología (UQAM). Unidad de Laboratorio de Investigación sobre la Salud Reproductiva y las Violencias (UQAM), Montreal, Canadá. Master en Ciencias de la Familia y de la Sexualidad, con mención en Sexología, Universidad Católica de Lovaina(UCL), Bélgica. Especialización en Estudios de Género (Master interuniversitario, 6 universidades de Valonia Bélgica.