La Megaelección de mayo dejó con la boca abierta a la clase política, ya que los resultados no cuadraron con los pronósticos de los “expertos electorales” de los partidos y ni siquiera en las encuestas privadas que organiza el gobierno de Sebastián Piñera.
Lo curioso es que en la casa “donde tanto se sufre” iniciaron esta administración, hace más de tres años, con gran apego a las redes sociales y a los sondeos de opinión pública, que son encargados a empresa de confianza de los partidos de derecha.
Es evidente que, en las encuestas y redes sociales, “hacen pebre” (destrozan) al gobierno, me comenta un periodista que cubre informaciones de palacio.
Con el correr de los meses hasta el “estallido social”, no le iba tan mal a la coalición conservadora en el poder, pero con el inicio de las movilizaciones sociales en la calle y que tuvieron una culminación de grandes proporciones el 18 de octubre de 2019, el cuadro cambió radicalmente.
La famosa frase “no son 30 pesos, son 30 años”, no solo le rayó la pintura a la gestión derchista. La Nueva Mayoría fue gobierno y antes la Concertación de Partidos por la Democracia y el rayón también afectó a los partidos de ambas coaliciones.
La represión fue brutal y las violaciones a los derechos humanos frecuentes por una policía uniformada fuera de control, con muertes y mutilación de jóvenes que salieron a la calle en Santiago y regiones, levantando reivindicaciones más allá del reajuste de los pasajes de locomoción. Las pensiones miserables, una salud para ricos y otra para pobres (en Isapre 20%, en FONASA 80% de los ciudadanos), el endeudamiento de los estudiantes con el tristemente famoso Crédito con Aval del Estado (CAE), la falta de vivienda con un déficit de 600 mil casas, los sueldos precarios y un ejército de trabajadores informales, sin derechos sociales. En fin. La lista es larga.
Sebastián Piñera, como buen apostador de bolsa, se la jugó por la represión generalizada para sofocar el descontento de hombres y mujeres.
La justificación: Grupos terroristas, que quieren destruirlo todo y aquí vamos a poner orden.
De esa manera enfrentó a pequeños grupos radicales, mezclados con el lúmpen-proletariado, que incendiaron el Metro y propiedades privadas.
Si a todo esto lo sumamos la errada estrategia para enfrentar la pandemia, comenzó a calentarse la caldera. (lo único positivo fue la compra anticipada de vacunas). Cuarentenas, despidos masivos de trabajadores y escasa ayuda estatal para que la gente pobre pudiera comer, acentuaron la indignación. Mucho show con las cajas de alimentos, pero insuficientes y tardías. En muchos casos llegaron casi dos meses después.
De apoyo económico del Estado ni hablar.
Entonces surgió la idea del retiro de los 10% de los fondos previsionales.
Los que no padecen hambre ni angustia, se opusieron tenazmente a tocar los dineros de los trabajadores en manos en empresas privadas, que lucran excesivamente con esos recursos. El gobierno y parte de la derecha se opusieron.
Al mismo tiempo la gente se organizó para implementar las ollas comunes y los comedores populares. El hambre es cosa seria. Las mujeres lideraron el proceso hasta hoy día con el apoyo de algunos municipios con sentido social.
Esa es parte de la historia de 15 meses de crisis sanitaria y social. El lector podrá agregar otros párrafos con sus experiencias de barrio o personales.
Y llegó la hora de la verdad
Los estudiosos de la sociedad saben que los pueblos le pasan la cuenta a los gobernantes indolentes, como es el caso de la administración Piñera, símbolo del neoliberalismo que en algún momento fue modelo para el continente. A costa del sacrificio de las grandes mayorías, claro está.
Las elecciones de constituyentes y gobernadores por primera vez, y de alcaldes y concejales iban a marcar la pauta para los comicios de noviembre.
Se elegirá presidente de la república, la mitad del senado, toda la cámara de diputados y los consejeros regionales.
Pensando en que “a quien madruga, Dios lo ayuda”, la derecha sacó a relucir varios nombres para gobernar a Chile. Lo mismo hizo la oposición. Todos proyectando que la elección de mayo les daría músculo suficiente para llegar a la meta con la elección en el bolsillo.
Pero hubo un pequeño gran detalle. En todo este tiempo, desde octubre de 2019 y antes también, hasta la hora de los comicios, la indignación acumulada era inconmensurable. Y los ciudadanos empoderados fueron a sufragar en la cámara secreta con la intención de “incendiar” la pradera política y provocar un cambio político sustantivo. Derrotaron a la derecha y al gobierno. A los partidos tradicionales de la oposición, los dejaron mirando para la pared.
El estallido en las urnas dejó en los cargos más importantes a representantes del mundo popular. Muchos de ellos, nunca habían aparecido en los medios. Solo en la franja televisiva, pero con mucha calle y empleo de las redes sociales. Las mujeres y los jóvenes fuera del sistema tradicional de los partidos estarán en los municipios y en la asamblea para hacer la carta fundamental.
El gobierno de Piñera perdió hasta la manera de caminar.
El presidente salió a reconocer su falta de sintonía con la ciudadanía y ahí embarcó a medio mundo. Desconoció que en un regimen presidencial, el jefe de estado tiene casi superpoderes, que nunca usó para el salvataje que las personas estaban requiriendo. Una ayuda en gotario y con forceps resintió aún más su ya escuálida popularidad y confianza ciudadana.
Así los ciudadanos le acaban de poner la lápida en la cámara secreta. Ni con eso ha sido capaz de reaccionar frente a la interpelación hecha por el parlamento y las organizaciones sociales, con documento donde se proponen medidas reales y específicas con el debido financiamiento.
No hay respuesta aceptable frente a los “mínimos comunes”: Así la oposición toma distancia del diálogo con el gobierno tras el resultado electoral. La presidenta del Senado, Yasna Provoste Campillay, dijo que la administración gobernante, en vez de responder con proyectos de ley, ha hecho un “show mediático”.
Manuel Castells, sociólogo y comunicólogo español, nos dijo en su momento que la desconfianza ciudadana que surge cuando la clase política no atiende los intereses de la gente resta legitimidad a los gobernantes.
Con la experiencia vivida, las organizaciones sociales nos están diciendo que tienen que haber un cambio cultural.
La gente cuando no puede más explota. Esto no termina aquí, nos dice la evidencia de los últimos tiempos. Lo peor que podríamos hacer como sociedad, es “hacernos los lesos” como si esto fuera transitorio.
(*) Premio Nacional de Periodismo