Heredera directa de Julio Cortázar, la escritora argentina que reside en Berlín, tiene la gracia de contar en el cuento “Pájaros en la boca”, una particular historia que muestra de manera velada una aterradora realidad cotidiana con atisbos de horror y fantasía.
No es fácil enfrentar un relato de Samanta Schweblin (1978) y menos “Pájaros en la boca”. Un cuento aterrador con todas sus letras que viaja por los senderos más recónditos de la mente humana. La obra trata de Sara, una niña de unos trece o catorce años que se alimenta solo de pájaros. Sus padres están separados y su madre ya no aguanta más esta extraña conducta de su hija. Es entonces cuando aparece el padre para llevársela a su casa y se da cuenta de la situación.
Heredera directa de Julio Cortázar, Schweblin tiene la gracia de contar el relato de manera sutil y toma la mirada del padre, un individuo bastante poco proactivo, agobiado por la vida y al que le toca hacerse cargo de su hija por obligación. Es tal su desgano y desubicación en su rol de padre que incluso cuando ve la falda corta de la niña recuerda la imagen de una película porno. Esta falta de compromiso es la que hace que el lector imagine las razones por las que Sara come pájaros. Se siente sola y sus padres no la comprenden. Incluso se los come enteros, sin dejar rastro. Las escenas del rito de alimentación podrían formar parte de una película gore o de zombis, y harían las delicias del autor de “Cine bizarro”, Diego Curubeto, pero no, Samanta Schweblin se encarga de realizar solo suaves insinuaciones donde lo aterrador no se ve a simple vista, pero se siente y se imagina.
Sara mira el jardín de la casa de su padre, se queda pegada como esperando algo. Habla poco. En el instante que transcurre el cuento ni el progenitor ni la madre llevan a la niña al psiquiatra. Y ella vive de comer pájaros, de tenerlos en la boca. La sensación posiblemente viene de la libertad de las aves, de volar. La única manera que Sara tiene para sentirse libre y bien es comiendo pájaros, engullendo la libertad que no tiene, la que ha perdido. Aquella que no le pueden dar sus padres. La desesperación se esconde dentro de ella. En sus entrañas aguarda el grito mudo que no alcanza a salir porque no es capaz. Es tanta su desazón interna que, aunque lo busque, no puede encontrar el lugar perfecto para esconderse.
“Cada tanto, haciendo mis cosas, encontraba una pluma. En el piso junto a la puerta, detrás de la lata de café, entre los cubiertos, todavía húmeda en la pileta de la cocina. Las recogía, cuidando de que ella no me viera haciéndolo, y las tiraba por el inodoro. A veces me quedaba mirando cómo se iban con el agua. A veces el inodoro volvía a llenarse, el agua se aquietaba, como un espejo otra vez, y yo todavía seguía ahí mirando, pensando en si sería necesario volver al supermercado, en si realmente se justificaba llenar los changos de tanta basura, pensando en Sara, en qué es lo que habría en el jardín”. Es el papá de Sara el que en el párrafo anterior habla y no entiende muy bien lo que pasa con su hija, no logra comprenderla.
“Pájaros en la boca” es parte del libro “La furia de las pestes” de Schweblin que ganó el premio Casa de las Américas en 2008 y que ahora se puede encontrar en una nueva edición de relatos con el mismo nombre del cuento. Todas las historias de la publicación contienen personajes que son padres, hijos, hermanos, familias enteras que se encuentran en lugares cotidianos, pero que tienen que pasar por circunstancias terroríficos o fantásticos que los sacan de lo habitual.
“Creo que, en los primeros años de vida, en la niñez y en la adolescencia están ancladas todas nuestras primeras tragedias y ellas nos marcan, por más pequeñas que sean son horrores gigantes para ese momento. El amor que un padre o una madre puede sentir por un hijo debe ser el amor más auténtico que existe sobre la faz de la tierra, más generoso y leal, y sin embargo no deja de ser un amor peligroso. Cuando nosotros formamos al otro, también lo estamos deformando. Cuando lo cuidamos, lo estamos limitando, estamos bajándole líneas, diciéndole lo que tiene que pensar, ocultándole o intentándolo apartar de todos los mundos que nos parecen peligrosos”, dijo Samanta Schweblin sobre “Pájaros en la boca” cuando vino a Chile a hablar sobre su libro hace unos años. Después de esta reflexión, pienso en Sara y no puedo dejar de imaginar su delirio por comer pájaros. La veo un poco triste, perdida. Es la penetrante ficción de Schweblin, una narradora que, como las aves de presa, deja en los que la observan, una huella indeleble que caracteriza cada uno de sus movimientos.
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Inquietante y oscuro