Por Luis Breull
¿A qué nos referimos cuando tratamos de analizar los contenidos y el modo en que son entregados desde los canales que conforman la industria de TV generalista o de libre recepción?
La televisión chilena remite a frecuentes y múltiples críticas, pero no existen manuales expresos de lo que actualmente se entiende por hacer TV. Menos con la fragmentación de audiencias y los cambios en el ecosistema de medios que han llevado a las nuevas plataformas tecnológicas a concentrar buena parte de la entretención globalizada de mayor valor y popularidad.
Hoy se entiende que en un contexto en crisis la primera regla de los canales nacionales es seguir subsistiendo, aunque sea desde la precarización de sus ofertas y la chabacanización creciente de sus lenguajes y formas de explotación clasista de los formatos.
La clave del punto de vista
El comunicólogo británico Denis McQuail desde fines del siglo pasado viene dando luces sobre cómo analizar los medios y segmentar ciertos campos de intereses para comprender de mejor modo cómo operan estas industrias. Uno es el de los propios medios y sus lógicas; otro, el de la sociedad y sus instituciones y organizaciones.
Por eso, lo primero que hay que entender es que los medios se revisten de una lógica de autodefensa y autojustificación, parecida al discurso político. Condicionado por sus sesgos de privilegio de búsqueda de ciertas audiencias –de mayor valor económico para los avisadores- en vez de todas, sus metas de negocio y sus intereses/objetivos de influencia editorial.
los medios se revisten de una lógica de autodefensa y autojustificación, parecida al discurso político.
En cambio, la sociedad civil, las organizaciones no gubernamentales, las instituciones públicas, el Estado, las universidades, los entes reguladores u otros que operan en este ámbito serán movidos por demandas de representación, inclusión, diversidad y calidad que no calzan necesariamente con los que los canales quieren, pueden o están en condiciones de ofrecer.
Por lo mismo, dentro de los canales de TV siempre su discurso será autocomplaciente, marketero y de realce de las bondades de los contenidos y rostros. Mientras que el foco crítico vendrá de los públicos y organizaciones que reciben los mismos y que están interesados en incidir en esta industria, desde sus propios prismas, valoraciones y prioridades.
las limitantes de tamaño de mercados, inversión, rentabilidad, costos tecnológicos, sumado a aspectos geográficos, técnicos y legales también incidirán en la potencialidad de acción desde los propios canales.
Complementariamente a este eje, hay dos aspectos que aplican tanto a la sociedad civil como a la industria televisiva que refieren a condiciones culturales versus circunstancias materiales del quehacer del medio en el contexto país que se trate. De allí se desprende la presión de la sociedad por incidir en los contenidos de la pantalla abierta, para que se acojan sus modas, debates sobre temas emergentes y nuevos códigos y lenguajes. Sin embargo, las limitantes de tamaño de mercados, inversión, rentabilidad, costos tecnológicos, sumado a aspectos geográficos, técnicos y legales también incidirán en la potencialidad de acción desde los propios canales.
Parte de la crisis industrial que atraviesa a la TV abierta en Chile es que somos un país chico en tamaño poblacional para soportar siete canales de TV abierta de alcance suprarregional o nacional, comparado con otras industrias de países desarrollados o en vías de desarrollo. Esto considerando la cantidad de audiencia a la que se puede llegar y que puede ser rentabilizada mediante la venta de avisaje.
Grandes y chicos
los dueños no tienen “espaldas económicas” o recursos para soportar años de pérdidas, será poco lo que se pueda esperar en materia de innovación y calidad.
Las posibilidades de hacer de los canales locales está directamente relacionado con su disponibilidad de recursos y expectativas de ingreso. Por lo mismo, si los dueños no tienen “espaldas económicas” o recursos para soportar años de pérdidas, será poco lo que se pueda esperar en materia de innovación y calidad. Tanto es así que Mega, la señal líder en rating y la única que desde el 2014 exhibe cifras azules –aunque esto puede cambiar al conocerse el total 2019 post estallido social- es un canal que programa bajo una estrategia conservadora y de extensión de los formatos o programas que mejor le resultan. Así lleva dos años y medio con la misma teleserie nacional de sobremesa y es el único capaz de producir más de una ficción chilena a la vez. Chilevisión tiene Pasapalabra también hace ya dos años en el prime time. En tanto TVN y Canal 13 buscan consolidar un estilo o estrategia de competencia. Este año el canal de Luksic apostará por el riesgo de franjear un costoso formato de entretención de baile y la estación pública se alista a repetir series de contenido bíblico matizadas con otras teleseries turcas. En el caso de los canales más pequeños, se asientan en los paneles de conversación de actualidad, entrevistas o farándula liviana.
Este año el canal de Luksic apostará por el riesgo de franjear un costoso formato de entretención de baile y la estación pública se alista a repetir series de contenido bíblico matizadas con otras teleseries turcas.
Por eso, al hablar de TV abierta se debe considerar aspectos culturales y materiales que compitan por las audiencias disponibles, que en los últimos 15 años han caído en más de un tercio. Una baja que también desde el 2016 en adelante afecta además a la TV de pago por la popularización de las plataformas de consumo audiovisual de streaming como Nétflix, Amazon Prime, Disney +, Apple, HBO Go, Atres media y otros…
Por eso, al hablar de TV abierta se debe considerar aspectos culturales y materiales que compitan por las audiencias disponibles, que en los últimos 15 años han caído en más de un tercio.
TV abierta como vínculo con el espacio social
Como los canales de TV abiertos no pueden competir con las grandes superproducciones internacionales de HBO, Nétflix o BBC, por ejemplo, la alternativa radica en dar cuenta cada vez con mayor especificidad sobre las realidades locales. Explotar entonces programas de conversación, noticieros y espacios que refieran a la realidad país. Y desde allí volver a instalarse como un espejo de la realidad, cuestión que se deformó en las últimas dos décadas de banalización discursiva enajenante, sobre todo con la explotación de la telerrealidad y la farándula, dos géneros en baja o en retroceso por agotamiento.
Un proceso que se ha agudizado desde el estallido social, que sinceró el malestar con esta vieja TV del exitismo banal y que volvió a abrir espacios a debates más complejos sobre los problemas que debe enfrentar Chile para superar su actual crisis.
Un proceso que se ha agudizado desde el estallido social, que sinceró el malestar con esta vieja TV del exitismo banal y que volvió a abrir espacios a debates más complejos sobre los problemas que debe enfrentar Chile para superar su actual crisis.
Queda aún la tarea pendiente de revalorizar los noticieros desde el rescate del periodismo más duro y dejar de lado el abuso de extensos reportajes de costumbrismo orientado a entretener más que a informar de asuntos relevantes. Retornar a las clásicas seis preguntas del periodismo (qué, quién, cuándo, dónde, cómo y por qué) y abandonar el exceso de cercanía dramatizada.
Saber auscultar y comunicar las políticas públicas más complejas y que siguen descansando en sustratos ideológicos, por más que hayamos perdido la capacidad de comprenderlos.
Los periodistas –mutados en obreros mediáticos o jornaleros de lo intrascendentemente entretenido- tienen la obligación en el contexto país actual de regresar a los relatos que permitan comprender qué nos está pasando como sociedad y como país en demanda de cambios, dignidad y superación de las inequidades. Saber auscultar y comunicar las políticas públicas más complejas y que siguen descansando en sustratos ideológicos, por más que hayamos perdido la capacidad de comprenderlos.
Adiós al simplismo efectista y repetido
A la hora del balance final de los relatos de la TV abierta contemporánea que se abra al futuro, resulta clave dejar de lado las prácticas programáticas y discursos televisivos consagrados al círculo perverso entre la repetición de contenidos o programas a destajo por ahorro y el simplismo en la manera de abordar la realidad, sobrevendiéndola de modo efectista como si se tratara de grandes e imperdibles sucesos.
Un triste final que se puede cambiar si se prioriza la sincera calidad de los contenidos, dignificando a los públicos, por sobre la mantención rutinaria de un trabajo que tiene fecha de vencimiento.
Todo en medio de un triste espectáculo –que desde su interior están incapacitados de percibirlo- como si se tratara de una decadente danza fúnebre de sobrevivientes de una espeluznante tragedia. Un triste final que se puede cambiar si se prioriza la sincera calidad de los contenidos, dignificando a los públicos, por sobre la mantención rutinaria de un trabajo que tiene fecha de vencimiento.