“Mantén a tus amigos cerca y a tus enemigos aún más cerca” es una de las frases más recordadas de Michael Corleone en la inolvidable película El Padrino II, que hoy parece ser un consejo con eco en el Presidente del Perú, Pedro Castillo.
Su aterrizaje en el Palacio Pizarro no ha sido nada de fácil, no sólo por el ajustado resultado del balotaje, ni por el entramado de maniobras jurídicas que el fujimorismo operó –270 pedidos de anulación de votos que el tribunal electoral denegó- para evitar su acceso al poder. Increíblemente ha sido el elenco previsto para su Gabinete, lo que más problemas le ha significado, así como la tensa relación con el partido que lo patrocinó, Perú Libre, sin el cual podría ser inviable la continuidad de la actual administración al frente del Perú. De tal manera que si soslayamos la schmittiana diada política amigo/enemigo (El concepto de lo político, 1932), y de la fragmentación de un Congreso signado por la polarización ideológica, Castillo ha encontrado cierto adversariado desde la propia coalición que lo sostiene, lo que ha dificultado precozmente el inicio de un mandato que no todos apuestan a que termine en la fecha fijada institucionalmente, un imprevisto tan común en Perú que siempre hay que preverlo.
Es difícil ignorar que son 6 los expresidentes acusados de corrupción ante los Tribunales (Alberto Fijimori, Alan García, Alejandro Toledo, Ollanta Humala, Pedro Pablo Kuczynski, Martín Vizcarra). Uno de éstos, Alan García con dos periodos presidenciales (1985 al 1990 y de 2006 a 2011), ante la perspectiva de una temporada en prisión optó por pegarse en tiro en la sien el 17 de abril de 2019. Este drama político ha sido atizado en los últimos años por la figura de la vacancia presidencial prevista por la Constitución del Fujimorato, esgrimida en contra del propio Alberto Fujimori el 21 de noviembre de 2000, así como con Kuczynski el 23 de marzo de 2018 (2 días antes había renunciado) y su sucesor, Martín Vizcarra el 9 de noviembre de 2020. La práctica alcanzó el paroxismo durante la semana en que Perú tuvo 3 jefes de Estado: el propio Vizcarra, Manuel Merino entre el 10 y 15 de noviembre, y finalmente Francisco Sagasti, juramentado 2 días después. Tiempos turbulentos que podrían replicarse y ante lo cual Castillo ha echado mano a su habilidad negociadora, una condición que marcó su vida sindical, para urdir vínculos políticos más allá de las fronteras de una alianza oficialista, que podría ser sumamente inestable, por lo que el diálogo con la oposición moderada resulta clave para sobrevivir.
La sesión del 26 de agosto para votar la confianza del Congreso al Gabinete asemejaba inicialmente a una ordalía para Castillo y su Premier Guido Bellido. Éste comenzó su discurso en quechua, siendo impugnado por la mesa parlamentaria, aunque en sus 3 horas de exposición recogió aspectos tranquilizadores para los sectores menos hostiles a Castillo, como la promesa de no reproducir estatalmente el sistema de rondas campesinas en las urbes peruanas. La aprobatoria a la nueva administración llegó al día siguiente, y contó con 73 votos a favor, 50 en contra y 0 abstenciones. Las bancadas de la fujimorista Fuerza Popular –segunda en escaños después de Perú Libre-, la ultraconservadora Renovación Popular y la hiper liberal Avanza País, habían anticipado durante esa semana que votarían en contra del Consejo de Ministros, a los que se sumaron tres congresistas del Partido Morado, y otros de Podemos Perú. Incluso ciertos sectores habían amenazado con una moción para declarar “criminal” a algunos miembros del Gabinete, particularmente contra Bellido por los elogios formulados hace casi una década a Sendero Luminoso, expresión inequívoca de la beligerancia retórica de una derecha peruana endurecida ideológicamente. Sin embargo, Castillo pudo respirar aliviado después del respaldo del Legislativo a un Gabinete que seguirá en funciones. No era para menos si se atiende la frustrada combinación que ensayó el oficialismo para alcanzar la mesa del unicameral, la que finalmente fue constituida por María del Carmen Alva Prieto (Acción Popular), Lady Camones (Alianza para el Progreso), Enrique Wong (Podemos Perú) y Patricia Chirinos (Avanza País), es decir sin partidarios del Gobierno peruano. Para la confianza del Congreso al naciente Gobierno, era necesario obtener 66 anuencias, lo cual fue posible sumando a los votos de la coalición de Perú Libre y Juntos por el Perú, el beneplácito de otras formaciones centristas. Es lo que hicieron Acción Popular, y la mayoría de Alianza para el Progreso, una parte de Somos Perú-Partido Morado, aliado circunstancial del oficialismo para la constitución de la directiva Legislativa, y que en esta ocasión dividió su votación.
Queda claro que el nombramiento del Gabinete había provocado crispación, no sólo entre la oposición más inflexible, sino que también entre los sectores moderados que advirtieron en la nominación de Bellido y otros ministros que había primado el fortalecimiento del partido eje en el Gobierno antes que la intención de tender puentes con la variopinta representación en el Congreso, lo que podría afectar a la gobernabilidad del país. Al fondo era patente que permanecía la irreconciliable fractura entre quienes seguían defendiendo la versión del fraude electoral y aquellos que deseaban dar una oportunidad a Castillo.
Y aunque éste se anotó un indiscutible punto con la aprobación ministerial, no se puede descartar que el relativo desequilibrio de origen de la estructura de la alianza oficialista conspire contra el primer objetivo de la administración presidencial que no es otra cosa que durar todo el período. La composición del unicameral no hace inconcebible la posibilidad de una nueva vacancia. Toda destitución presidencial requiere 87 votos a favor, que en el papel podría parecer lejana si se consideran los 42 votos con que cuenta la coalición oficialista en el Congreso. Requeriría dos apoyos adicionales para neutralizar una eventual iniciativa de desalojo del Palacio Pizarro. Aquello, si es que los partidos que le apoyan profesan una estricta lealtad al Gobierno de Castillo, lo que aparentemente no es el caso.
Desde luego sólo si el Presidente garantiza que la vacancia no ocurrirá, el Gobierno podría pensar en enfocarse en otras metas de gestión más ambiciosas, como la aparcada promesa de cambio constitucional. Este proyecto parece muy lejano si se atiende a la aparente volatilidad estructural del oficialismo, particularmente del partido eje Perú Libre, una formación con la que el Presidente tenía escasa relación hasta que se le invitó a encabezar la plantilla partidaria de cara a las elecciones presidenciales. El actual Jefe de Estado había transitado desde la tienda del ex Presidente Alejandro Toledo, Perú Posible, a encabezar el Sindicato único de trabajadores de la Educación en Perú. Una huelga nacional de 2017 le confirió proyección en todo el país, haciendo pensar al líder de Perú Libre, Vladimir Cerrón, que el sindicalista oriundo de Cajamarca podría representar al partido en la papeleta de la carrera presidencial, dado que él mismo estaba inhabilitado debido a su condena de tres años y nueve meses de prisión suspendida, por negociación incompatible y aprovechamiento del cargo mientras era gobernador de Junín.
“No hay humo sin fuego, y no cabe ninguna duda que la causa de los rumores puede hallarse en un hecho real”, decía el historiador y antropólogo ruso Lev Gumilev (En Busca de un Reino Imaginario, 1970). Es decir, el rumor pretender dotar a situaciones ambiguas de una valoración acerca de potenciales resultados peligrosos o benéficos para un colectivo social. El susurro político que recorre Perú es que el “adversario estaría dentro del Palacio Pizarro”, aunque más que una quinta columna, se trataría de una “camarilla” con su propia agenda a menudo colisionando con la dirección presidencial. En los imaginarios de la prensa local este “buro” incidente desde las sombras, estaría constituido por Vladimir Cerrón; el Premier Guido Bellido, más el coordinador programático de Perú Libre, Róger Najar, y el congresista partidario Guillermo Bermejo (con una acusación de la Fiscalía por conexiones con Sendero Luminoso) todos, parte de la facción más radical. Se les responsabiliza de imponer decisiones estratégicas y presionar con nombramientos al Presidente Castillo –como el del propio Premier- con espíritu intolerante a cualquier tipo de desviación a la línea política ortodoxa de la agrupación, representada por el programa original de Gobierno de Perú Libre. Este podría parecer un infundio fabricado por una oposición juramentada contra Castillo, aquella del herido fujimorismo o la del conservadurismo radical de López Aliaga, que encuentra audiencia en públicos aficionados al conspiracionismo del tipo Juego de Trono. No obstante, existe una veracidad indiscutible en ciertos mensajes de texto emitidos desde la cuenta de Vladimir Cerrón.
La admisión de la renuncia de Héctor Béjar al frente de la Cancillería, después de divulgarse unas declaraciones en que responsabilizaba a la Armada peruana de iniciar el terrorismo en el país, abrió un boquete en la relación entre el Presidente y Perú Libre. Béjar fue reemplazado por el diplomático de carrera, Óscar Maúrtua, siendo recibido por una serie de tweets de Cerrón en que afirmaba que “Maúrtua no representa el sentir de Perú Libre”, seguido por otro en que aseguraba que al interior de su partido “cualquier disidencia es una traición”, una solapada invectiva contra el titular del poder.
Al mismo tiempo, Bermejo denunciaba al nuevo ministro de Relaciones Exteriores de ser partidario de la línea injerencista de Washington y que por lo tanto era incapaz de representar a una administración de izquierda. Se trató de una puesta en escena para escorar las posiciones de Cerrón al interior de su formación, aunque a costo de comprometer la sensación de gobernabilidad del mismísimo gobierno. Este personaje podría convertirse en el Rasputín del Presidente Castillo si es que sigue insistiendo en proyectar la imagen ante la opinión pública de jugar un papel dirimente desde los márgenes del Gobierno, análogo al que en su tiempo desempeñara Vladimiro Montesinos, un poder fáctico sibilino en el Fujimorato.
El ideario y programa original del Partido del Lápiz, obedeció a Cerrón y su círculo. Allí estamparon sus posiciones sobre Justicia Social (capítulo XV), la revisión de los Tratados de Libre Comercio, tachando a Alianza del Pacífico y el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP) de formas coloniales (capítulo XVII), y la propuesta de una Política Exterior fuertemente inspirada en la experiencia de Rafael Correa (el más mencionados en una larga lista de figuras de la Nueva Izquierda de inicios siglo XXI), así como con impugnaciones a la Organización de Estados Americanos, los Centros Internacionales de Arbitraje (como la Corte de la Haya), el Sistema Interamericano de Derechos Humanos, y a Organizaciones No Gubernamentales (ONGs) temáticas motejadas de “Caballo de Troya” de Estados Unidos y Occidente (capítulo XXI). Se trata de un proyecto con clara vocación de incidencia internacional, articulando alianzas para fortalecer la posición doméstica, lo que no parece ser la línea del mandatario peruano. No obstante, y en cualquier caso, uno de los apartados programáticos que más llama la atención fue el acápite XVI dedicado a la mujer socialista en el que asevera que “la familia es el Estado en miniatura” –como para pensar que definitivamente los extremos se tocan y el conservadurismo puede estar en todas partes-, además de prevenir contra la “instalación del feminismo” definido como el extremo opuesto al machismo.
Se trata de una visión de mundo fuertemente identitaria, como se desprende de su disputa contra otras formas de entender el género –casi ausente en la puesta en marcha del nuevo Gobierno-, aún muy lejos de abordar la relación con las diversidades sexuales. El patriarcalismo, ínsito de estas miradas, explican las declaraciones homofóbicas a las que acostumbraba el ahora Premier del Gabinete, además de explicar por qué en la composición del gabinete de 19 miembros sólo hay 2 mujeres al frente, la primera vicepresidenta Dina Boluarte, en la cartera de Desarrollo e Inclusión Social; y Anahí Durand (de Nuevo Perú), en el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables. Se trata de la participación femenina numéricamente más magra en 15 años.
Es que no en todas partes las minorías étnico-nacionales de cuño tradicional logran articularse con otras minorías de vocación posmoderna. La cuestión es que en el gobierno peruano hay un desajuste ideológico entre las posiciones de una izquierda que combina la reivindicación de la herencia cultural de la Sierra con un verticalismo leninista, con otra corriente abierta a las condiciones de la modernidad tardía en sus diversidades múltiples, representada por Verónika Mendoza. Fue precisamente esta última quien lideró el 5 de mayo pasado la suscripción, por el entonces candidato Castillo, del denominado “Compromiso con el Pueblo Peruano” en el que el ahora Presidente prometió respetar el entramado institucional vigente, incluso para plantear el reemplazo del mismo. Quizá el más insigne representante de esta sensibilidad sea el ministro de Economía Pedro Francke, quien habría sido originalmente resistido por el Premier Bellido, aunque a la postre funge de bisagra entre la izquierda mendocista y los sectores más centristas del Congreso. Por cierto, la pregunta de fondo es qué pasa cuando el poder, un epoxi que suele pegar firmemente a fragmentos políticos muy heterogéneos, no suele cumplir esa función cohesiva derivada, dejando expuestos en su lugar intereses divergentes que dañan la viabilidad de una coalición política y provocan efectos adversos sobre la conducción de un país.
En cualquier caso, Castillo no puede perder de vista que, aunque ganó en regla la elección presidencial, en la primera vuelta apenas alcanzó el 18,92% de los votos (contra el 13, 41% de su competidora, ambos con baja representatividad inicial), seguido por un balotaje en el que se impuso ajustadamente con 44 mil votos de diferencia. El sentir anti fujimorista explica su triunfo por lo que se puede aseverar que más bien fue Keiko quien perdió, por lo que el programa de Castillo no tiene necesariamente un respaldo social mayoritario. La negociación será clave en la relación con la oposición centrista: “mantén a tus amigos cerca y a tus adversarios aún más cerca ”