El conclave oficialista se realiza en condiciones particularmente complejas para el gobierno. La derrota de la propuesta de nueva constitución así como la sostenida baja de apoyo en las encuestas obligan a una reflexión muy de fondo respecto de sus causas y desafían un nuevo diseño, no tan sólo para darle continuidad al proceso constituyente sino para asumir las demandas y urgencias ciudadanas en tiempos de urgencias económicas, abriendo paso al proceso de reformas.
Sectores de Apruebo Dignidad han tendido a asumir la participación del socialismo democrático como una suerte de “toma hostil” del gobierno, pretendiendo imponer una supuesta hegemonía sobre sus aliados, como ha quedado en evidencia con reiteradas declaraciones de algunos de sus dirigentes.
Sin embargo, lo cierto, es que ha sido el propio presidente el que ha optado por sumar estas fuerzas a su gobierno, entregándole importantes responsabilidades en su gestión. Todo aquello sobre la base del proceso de convergencia programática desarrollado en la segunda vuelta presidencial, que posibilitara el holgado triunfo de Gabriel Boric.
Es más que evidente que ningún sector puede pretender ejercer hegemonía sobre el otro, sin un grave riesgo de división y fractura de las fuerzas que hoy apoyan al gobierno. El desafío es avanzar en un proceso de convergencia política y programática entre ambas coaliciones, asumiendo su diversidad como un valor y las diferencias como un reto a superar.
De poco o nada ayudan declaraciones destempladas o los enfrentamientos mediáticos. El gobierno necesita de la mayor cohesión y apoyo de ambas coaliciones para enfrentar una agenda desafiante y un escenario muy complejo, en lo político, económico y social. Sería muy torpe que ambas coaliciones, olvidando las contradicciones principales-como se decía antiguamente- se enfrascaran en disputas por la hegemonía, que tan sólo contribuirían a paralizar la acción del gobierno y el cumplimiento de su programa. La unidad y cohesión de sus fuerzas de apoyo es un requisito de subsistencia para el gobierno.
La corresponde al presidente, en su calidad de líder de las coaliciones oficialistas, marcar ese camino, con un diseño claro y realista, en donde no sólo queden explícitas las metas y prioridades, que contribuyan a la cohesión oficialista, otorgando un renovado dinamismo al gobierno en su gestión después de los exigentes primeros ocho meses en La Moneda.
La diáspora y fragmentación política favorece a la derecha
Hoy en día existen 18 partidos con representación parlamentaria, además de un sinnúmero de otros y algunos movimientos en formación sin representación parlamentaria, que poco contribuyen a la gobernabilidad del país. Es cierto que la democracia representativa requiere de partidos, pero nunca de tantos y tan variada índole. El sistema binominal conducía a las exclusiones y debía ser superado (y vaya que costó), pero la proliferación de partidos, sin definiciones políticas o ideológicas claras, unidos tras un liderazgo mesiánico o la anti política, torna crecientemente ingobernable a un país.
La derecha política que esencialmente defiende intereses económicos es bastante más pragmática que la izquierda. No duda en unirse con quienes escuchen sus cantos de sirena, obviando diferencias. En 1964 desecharon la candidatura de Julio Duran para apoyar a Eduardo Frei e impedir el triunfo de Salvador Allende, pese a lo cual lo tildaron del “kerensky chileno”. Durante la UP forjaron una alianza con la DC (la Confederación Democrática) para declarar la ilegalidad del gobierno.
Apoyaron a José Antonio Kast, líder republicano, en la pasada elección presidencial y hoy buscan una alianza con el llamado Partido de la gente, ofreciéndoles la presidencia de la cámara de Diputados. Y miran con esperanza la formación de nuevos partidos, como Amarillos y Demócratas, pensando en ampliar las fronteras de la oposición al gobierno.
Los sectores de izquierda o progresistas, son bastante más ideológicos. Se dividen y fragmentan por ideas. Y generalmente constituyen coaliciones mal avenidas, con serias dificultades para asegurar su disciplina y cohesión. Como sucediera durante la UP con las diferencias entre un polo reformista y otro revolucionario. Algo asimilable al riesgo que hoy enfrentan las fuerzas políticas que sostienen al actual gobierno.
La Democracia Cristiana, que marcó todo un ciclo político en la historia del país, se apresta a celebrar una esperada Junta Nacional el próximo 12 de noviembre, que bien puede marcar un quiebre definitivo entre sus dos almas o sensibilidades que arrastran problemas de convivencia interna, acentuadas por sus divergencias frente al proceso constituyente.
Los disidentes de la actual directiva llegan debilitados a este encuentro partidario. No son pocas las figuras emblemáticas que ya optaron por la renuncia. Algunos acogiendo la invitación de Amarillos (como René Cortázar, José Pablo Arellano o Jorge Burgos). Otros, como Ximena Rincón y Matías Walker, lanzan y relanzan el partido Demócrata. El gobernador Claudio Orrego toma distancia de unos y otros, jugando cartas para un nuevo derrotero, después de haber apostado por el apruebo a la nueva constitución. Y no son pocos los militantes que optan por renunciar para mantenerse como independientes.
Muchos piensan que la crisis que hoy vive la DC es de carácter terminal. Y no les faltan argumentos. La falange no sólo ve menguado su caudal electoral, sino que ha generado una verdadera sangría de militantes y una reducida representación parlamentaria.
Con todo, la DC cuenta hoy en día con más de 30.000 militantes, que mayoritariamente reconocen domicilio político histórico en la centroizquierda, en una opción por los cambios que llevó al partido a un resuelto apoyo a Gabriel Boric en la segunda vuelta presidencial.
Un apreciable número de alcaldes, cores y concejales mayoritariamente apoyan a la actual directiva. Y no son pocos los profesionales que se sumaron al esfuerzo programático del actual mandatario. En términos de representación parlamentaria, la DC cuenta con los liderazgos de Yasna Provoste y Francisco Huenchumilla, con interrogantes abiertas en el resto de sus bancadas.
Liberada de sus contradicciones internas y con una clara identificación de centro izquierda, la DC asume un proyecto progresista que podría llevarla a formar parte de las heterogéneas fuerzas políticas que apoyan al gobierno, sin descartar un eventual ingreso a la nueva administración.
Ello le permitiría al gobierno ampliar su base de apoyo, bajo la máxima de sumar y multiplicar, antes que restar y dividir, como parece ser la tendencia predominante en la política hoy en día.