El argentino Federico Falco escribe un texto donde el protagonista viaja a vivir al campo para cambiar de vida y olvidarse de una expareja. La construcción de una huerta unida a una existencia tranquila y solitaria, asemejan su experiencia a la descrita en 1854 por el norteamericano Henry David Thoreau en su libro autobiográfico “Walden”.
Hay algo muy sanador en la novela “Los llanos” (2020) del argentino Federico Falco (1977). Se trata de una vuelta al origen, a la calma, al campo, después de que Fede, el protagonista del libro, sufre una ruptura sentimental. El personaje deja la capital argentina y se va a vivir solo a una parcela cerca de Zapiola, en la provincia de Buenos Aires. Allí, lejos del mundanal ruido, descubre el valor de lo natural creando una huerta con elementos básicos, comprendiendo el avance del clima y del tiempo. De espíritu retraído, tiene muy poca relación con el resto de los habitantes de su nueva localidad y se contacta solamente con Luiso, quien lo ayuda con las cosechas y el cuidado del campo, con Anselmo, su proveedor de víveres, y observa de lejos a su vecino, un extraño criador de cerdos, con el que nunca logra cruzar una sola palabra.
El protagonista combina e intercala de buena manera la relación con su familia y su expareja dentro de los capítulos campestres de la obra. Sus recuerdos lo atormentan bastante, pero se respira dentro de las páginas del libro una inocua liberación por trasladarse a las afueras de la ciudad, a un paisaje que lo invita a vivir intensamente de la tierra, de lo que ella le entrega y enseña. Guardando las diferencias y respetando los espacios narrativos creados por el tiempo, se podría decir que “Los llanos” es una especie de “Walden”, la obra de Henry David Thoreau, moderna. Ambos protagonistas se ven enfrentados a un medio ambiente natural agreste, distinto al de la ciudad. Deben cultivar sus alimentos y aprender de sí mismos para lograr empaparse de un conocimiento fértil, de una vida salvaje, interesante y nueva que los obliga a reinventarse día a día.
En “Los llanos” y “Walden” no existe el afán de sobredimensionar lo que significa una cosecha, se trata simplemente de describir una vida ética, que se realiza con gusto, con el alma y el corazón. Fede y Thoreau no cumplen con el afán de evangelizar al resto, solo intentan volver a los orígenes, vivir lo que no han podido vivir, hastiados de una existencia citadina, ruidosa y mundanal, una realidad donde no existe el olor a pasto, a plantas o a árboles, donde no hay insectos ni pájaros que se coman las siembras, donde el calor no atrapar al cielo azul, donde la lluvia no invade e inunda junto al barro y donde el frío no arrasa con los animales y el viento.
“Vivo el paisaje con la vista, con la piel, con los oídos, pero no lo pongo en palabras. Ni siquiera lo intento. O lo intento solo acá, para mí, palabras clave para no olvidar. Palabras puerta que dentro de diez, quince años, cuando pase el tiempo, me abran al recuerdo de mi cuerpo moviéndose por estos lugares, a las sensaciones y sentimientos de esta época de mi vida”, reflexiona Fede en uno de los capítulos de la novela que fue finalista del premio Herralde.
La intensidad es grande para un autor como Federico Falco que se ha especializado en el género del cuento, también en la poesía y que con esta su segunda novela, logra avanzar en su carrera como escritor y tallerista literario. Al final todo queda en el aprendizaje, en la manera como se entrega la información, en el amor y el cariño con que se construyen las cosas, ya sea una casa, una huerta o una parcela. Es la entrega la que vale, lo que se hace de manera irrestricta, sin esperar nada a cambio.
“Y por momentos la ficción es la única manera de pensar lo verdadero”, es una de las frases sobre las que cavila Fede en medio del escenario campestre, aclarando el autor en los agradecimientos del libro que se trata de una afirmación de la psicoanalista argentina Alexandra Kohan. En una época de incertidumbres, odios, cambios políticos y destrucción masiva, bien vale la pena llegar a lo verdadero, aunque sea a través de lo irreal. Y quizás esa es la mayor reflexión que plantea esta novela de ficción que viaja en capítulos, de enero a septiembre, por el campo profundo, por la naturaleza que entrega la provincia de Buenos Aires. Posiblemente la diferencia radical entre “Los llanos” y “Walden” se encuentre en que esta última no salió de la ficción y describió la experiencia personal de Thoreau que cautivó a miles de lectores a partir de su publicación en 1854. Desde eso han pasado muchos años, demasiados, y al parecer ahora han cambiado los modelos y lo que se inventa es lo que logra crear realidad. Por eso vale la pena tomar en cuenta el sonido de la alarma del reloj o del celular cuando indica que el cuerpo debe levantarse, empezar de nuevo o, quizás, simplemente parar. Posiblemente un respiro, una estadía en el campo, un paseo a lo natural, a lo primigenio, sea lo indicado para escapar del agobio, el avance desgarrador de una vorágine citadina destructora que constantemente va cambiando. Y no se detiene nunca.