Los temores por una segunda ola de contagios

por La Nueva Mirada

Pese a las advertencias de la Organización Mundial de la Salud (OMS) acerca de los riesgos de un rebrote o segunda ola de contagios, la mayoría de los países europeos han iniciado una osada “desescalada”, abriendo sus aeropuertos, playas, hoteles y comercios. El verano llegó y el turismo no puede esperar. Mal que mal, para algunos países representa cerca del 20 % de su economía.

Para quienes aún sufrimos largas cuarentenas, que superan los 100 días, nos resulta extraño ver (con una cierta dosis de envidia y no poca nostalgia) a la gente pasear, ir a los bares, hacer deportes o tomar el sol en traje de baño. Como si la pandemia hubiese quedado definitivamente atrás.

Pero es más que evidente que no es así. Hasta Nueva Zelandia, el primer país que proclamara su victoria sobre la pandemia tuvo que volver a encender las luces de alarma frente a un rebrote importado.

Lo mismo sucedió con China, que tempranamente había anunciado que tenía controlada la pandemia y debió tomar medidas de urgencia ante nuevos rebrotes. Suecia está pagando muy cara su lentitud para reaccionar frente a la epidemia.

 Y si bien es cierto que en la mayoría de los países europeos la curva de contagios y fallecimientos ha bajado ostensiblemente, está aún lejos de tener controlada la enfermedad. Y nadie puede asegurar que no deba enfrentar una segunda ola de contagios. En buena medida por una descalada extemporánea y sin las debidas precauciones,

Una desescalada extemporánea

Pero están lejos de ser los únicos países en intentar volver lo antes posible a la “normalidad”, buscando reactivar sus alicaídas economías, que registran recesos históricos. Tal es el caso de EE.UU., que lidera la cifra de contagiados y fallecidos por la pandemia, pese a lo cual Donald Trump, con la mirada puesta en su reelección insiste en desestimar los riesgos, retoma actos de campaña presenciales con sus partidarios y presiona a los gobernadores para minimizar las medidas preventivas y retomar la actividad económica.

Su ejemplo es seguido muy de cerca por países tan disímiles como México (con más de 20.000 fallecidos) y Brasil que lidera la cifra de contagios (más de un millón de contagiados y 50.000 fallecidos), que perseveran en retomar la normalidad a cualquier precio. Al parecer estos gobiernos le temen más al fantasma del hambre y riesgo de caos social que al coronavirus.

Perú es otro caso extremo. Con más de 250.000 contagios y 8.000 fallecidos,  intenta una descalada gradual que permita retomar las actividades económicas, que ya registran severos impactos por la crisis sanitaria.

Tempranamente el gobierno chileno, en los momentos en que se suponía que estábamos en una meseta de contagios, anunció, con bombos y platillos, un retorno a la nueva normalidad que rápidamente se transformó en un retorno seguro en los momentos en que se disparaba la cifra de contagios y fallecidos en el país.

Cual más cual menos, ansía en dar por superada la emergencia sanitaria e iniciar el retorno a esta nueva normalidad. Es la reacción casi natural al inesperado efecto de esta gran crisis mundial del último siglo con graves impactos sociales y fuerte crisis económica.

Desgraciadamente la emergencia sanitaria no se supera con mera voluntad política. Diversos países que, con exceso de voluntarismo, han iniciado estos procesos de desescalada para transitar rápidamente por las fases uno, dos y tres llegando a la ansiada fase cuatro, han debido retroceder ante la amenaza de rebrotes masivos.

Desgraciadamente la emergencia sanitaria no se supera con mera voluntad política.

Así ocurre en Argentina que, comparativamente con otros países de la región, parece haber controlado bastante mejor la propagación del virus y últimamente debe retomar nuevas medidas preventivas ante el disparo de contagios y fallecidos. O, en otra escala, el propio Uruguay que, con sus envidiables resultados, también debe ajustar su política de prevención.

Una pandemia que profundizó la crisis que vive la región

Nadie puede dimensionar aún el impacto social y económico que ha implicado la pandemia para la región. Una de las más desiguales del planeta, con mayor grado de informalidad en sus economías y vastos sectores viviendo bajo la línea de la pobreza y con clases medias emergentes que han sufrido duramente el impacto de la pandemia, acentuando la ya larga crisis tras el fin del ciclo de altos precios de las materias primas que benefició a la región.

Se proyecta que, en promedio, las economías latinoamericanas sufrirían una caída en torno al 7,5 % del PIB, Ha caído el precio de las materias primas, la industria del turismo está prácticamente paralizada, las remesas han sufrido una sensible merma y se calcula que la pandemia dejará más de 20 millones de desempleados.

Brasil arrastraba una crisis económica, social y política que llevó al poder a Jair Bolsonaro, el ultraderechista líder populista que hoy encabeza un régimen cívico militar que no tan sólo amenaza seriamente el sistema democrático en su país, sino que también la salud y la vida de la población, como lo muestran sus cifras de contagiados y fallecidos.

Argentina ha vivido una crisis ininterrumpida en los últimos treinta o cuarenta años. Un país que tradicionalmente gasta más de lo que produce, que arrastra una deuda histórica, agravada por el default y el millonario crédito concedido por el FMI al gobierno de Macri del cual una buena parte se fugó al exterior. Con casi un 40 % de pobreza, importantes grados de corrupción y escasa productividad. Hoy el gobierno de Alberto Fernández, en medio de la crisis sanitaria, hace denodados esfuerzos por renegociar una deuda impagable en sus actuales condiciones y así evitar un nuevo default.

Perú vive una crisis similar. Quizás con menor endeudamiento y mayor productividad, pero con similares grados de corrupción, que han generado la aguda crisis política que arrastra el país y la ya referida crisis sanitaria.

Tras un largo periodo de estabilidad y bonanza económica, Bolivia entró de lleno en una crisis política tras el verdadero golpe de Estado que implicó la renuncia de Evo Morales y la impugnación de los resultados de la pasada elección presidencial en donde el mandatario buscaba una tercera (o cuarta) reelección consecutiva. La pandemia, que tardíamente se percibió en el altiplano, ha puesto en evidencia las precariedades de su sistema sanitario, pese a lo cual la presidenta interina, tras muchas resistencias, ha confirmado la fecha de las nuevas elecciones para el próximo mes de septiembre, que hoy tiene como principal favorito al candidato del MAS, el economista Luis Arce, acompañado, como candidato a la vicepresidencia por el excanciller David Choquehuanca.

Venezuela vive una larga y profunda crisis económica, política, social y humanitaria, con record inflacionario, desabastecimiento, éxodos masivos y dos presidentes. Uno que ejerce el poder, instalado en el palacio de gobierno y otro virtual, un presidente” encargado”, reconocido por más de 50 países, pese a lo cual no ejerce prácticamente ningún poder real y al cual Trump le ha asestado un duro golpe, no descartando reunirse con Nicolás Maduro. No deja de ser curioso, más propio del realismo mágico, que ambos “mandatarios” hayan acordado sumar esfuerzos para enfrentar una emergencia que las estadísticas no muestran en su real dimensión.

Daniel Ortega enfrenta su propia crisis de legitimidad, en medio de contundentes acusaciones de corrupción y violación a los derechos humanos en Nicaragua.

Y nadie habla hoy de Haití. El país más pobre de la región, que arrastra una profunda y prolongada crisis integral, en donde la pandemia puede generar verdaderos estragos, sin que se conozcan cifras oficiales de contagiados y fallecidos

Chile, presentado por largos años como modélico en la región, no es inmune a la crisis en curso que acentúa los efectos del prolongado estallido social desde el 18 de octubre pasado. Liderando, junto a Brasil y Perú, las cifras de contagiados y fallecidos, registra un fuerte impacto social y económico. Cerca de un millón y medio de trabajadores han sido suspendidos o despedidos de sus empleos y las proyecciones económicas apuntan a una baja de entre 6 a 7 % del ingreso.

Una región dividida y atomizada frente a una compleja agenda post pandemia

Pese a las numerosas iniciativas integracionistas (algunas de las cuales aún subsisten con intrascendencia) América Latina se encuentra atomizada y dividida, sin verdaderos lazos de cooperación entre los diversos países que la integran. MERCOSUR, un ambicioso proyecto de integración regional, se encuentra prácticamente paralizado por fuertes diferencias entre Brasil y Argentina. La Alianza del Pacífico no pasa más allá de un limitado acuerdo comercial entre sus integrantes, UNASUR cayó en la inanición luego que varios países, entre ellos el nuestro, decidiera cancelar su participación en la instancia regional. PROSUR, la ambiciosa propuesta del mandatario chileno para reemplazar a UNASUR, terminó en un foro virtual, de escaso o nulo funcionamiento.

Luis Almagro, recién reelecto como Secretario General de la OEA con el patrocinio y auspicio del gobierno norteamericano, terminó por restarle toda relevancia y trascendencia al organismo interamericano.

Y para colmo de males, contraviniendo un acuerdo no escrito (¿de caballeros?), Estados Unidos ha decidido levantar la candidatura de un cubano norteamericano, Mauricio Claver-Carone, jefe para América Latina del Consejo de Seguridad Nacional de EE.UU., para reemplazar al colombiano Luis Alberto Moreno en la presidencia del BID.

En estas condiciones, es muy difícil que la región pueda enfrentar unida la compleja agenda tras la superación de la emergencia sanitaria. Una agenda marcada por una grave crisis social, que se proyectará mucho más allá de la crisis sanitaria, con más de 20 millones de desempleados, un fuerte incremento de los niveles de pobreza extrema, el fantasma del hambre y las amenazas de caos social.

La reactivación económica de la región se proyecta larga y compleja. A diferencia de lo que sucede con las grandes potencias y los países desarrollados, América Latina no tiene la posibilidad de inyectar cuantiosos y suficientes recursos para reactivar la economía, a la par que atender la emergencia social. Y no es claro como pueda conseguirlos

La referida crisis política que se vive con distinta intensidad en la mayoría de los países de la región condiciona de manera significativa la superación de la crisis social y la necesaria reactivación económica.

Atrapada por la disputa entre EE.UU. y China, difícilmente la región puede optar por inclinarse por una u otra potencia. Para varios países de la región China se transforma en un “socio” comercial fundamental, pero continúan dependiendo de lo que suceda en el poderoso vecino del norte.

Finalmente, tampoco los países  pueden desentenderse de lo que pase en el conjunto de la región. La crisis en un país no tan sólo afecta a sus vecinos sino al conjunto. Y no están claras las vías de cooperación regional.

Todo apuntaría a que tras la emergencia sanitaria la región vivirá procesos de fuertes convulsiones sociales y políticas, así como enormes desafíos en el terreno económico.

Todo apuntaría a que tras la emergencia sanitaria la región vivirá procesos de fuertes convulsiones sociales y políticas, así como enormes desafíos en el terreno económico.

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