Podría hacer los mayores esfuerzos del mundo y nunca lograría escribir sobre Cuba y su revolución simplemente razonando, despojándome de mis sentimientos. No sería de izquierda si no hubiera sido por Cuba en los primeros años 60. Mi compañera Selva y su familia tuvieron su refugio, toda la solidaridad durante su exilio en Cuba y tengo muchos compañeros y amigos cubanos, sobre todo de mi generación.
Además, cuando era dirigente del PCU, tuve entrevistas con Fidel y Raúl Castro, incluso le hice a Fidel un extenso reportaje. He viajado muchas veces a la isla y también escribí diversos materiales, incluso en mis libros. El que más quiero, Las Viudas Rojas, termina en La Habana, donde se está terminando la vida de su protagonista. No fue una elección turística.
Desde hace bastante tiempo que no visito Cuba, pero hace unos días tuve algunas conversaciones telefónicas con viejos y queridos amigos. Personas que se han batido por la revolución y que han ido cambiando radicalmente de opinión. Que están en contra del bloqueo, como el que más, que nunca querrían que los norteamericanos dominaran la isla, que no reniegan de sus convicciones de izquierda, incluso comunistas bien definidas, que reconocieron siempre los aportes y avances de la revolución.
¿En que cambiaron? Prácticamente todos y con matices, pero en las mismas opiniones. En que el «modelo», como los llaman todos, se agotó o fracasó. Para algunos es el modelo económico, otros hablan del conjunto del modelo político y económico que lo consideran indivisible. Y todos coinciden que no se trata de cifras, de estadísticas, de promesas, sino de la vida concreta y cotidiana de la inmensa mayoría de los cubanos, que ya no aguantan más.
«Chico, aquí la gran diferencia es que casi todos somos pobres y vivimos como los pobres, aunque seamos profesionales, médicos, funcionarios, maestros o lo que carajo sea» «Se salvaban los que trabajaban en el turismo, por las propinas en divisas, ahora ni eso»
Vivir en Cuba es durante muchos años y en forma recurrente, no tener casi nada para comprar o tener que hacer terribles colas para acceder a las cosas básicas, es sufrir apagones prolongados, es vestirse y calzarse muy mal, con lo que se puede, es en medio de la pandemia no estar seguros de cuándo comenzarán a vacunar con la vacuna propia, pero comenzar de una buena vez y si te internan en un hospital si habrá alguna de las medicinas y antibióticos básicos.
Los cubanos, la gran mayoría de los cubanos a menos que tengan parientes o amigos que les envían dinero del exterior no solo no pueden comprar lo básico, mucho menos darse un gusto.
El cambio es, que antes de esos temas se hablaba solo entre los más íntimos y con extremo cuidado de no pasar ciertos límites y, lentamente la bronca, el cansancio, el desánimo se hace público, mucho más allá de la familia y de los amigos más próximos. Ahora es un clamor que ruge, que se extiende.
Hay dos Cuba, cuando antes había una sola en la superficie. La Cuba oficial, con sus dirigentes, sus funcionarios, su aparato, sus ceremonias, sus discursos, sus medios de prensa todos alineados, su única organización política, el Partido Comunista y sus organizaciones sociales, sin ninguna independencia, pero que trataban de existir y todo el resto era subterráneo. Más o menos profundo, pero por debajo de la piel «oficial» de la sociedad y de las instituciones.
A la Cuba subterránea no se le ocurría siquiera organizarse, buscar formas de expresarse colectivamente. Solo algunos lograban levantar su voz por encima de alto muro de la burocracia.
En el medio de esas dos realidades, había una corriente de cubanos que emigraban, con permiso la mayoría. Se iban a EE.UU. algunos o a otros países, donde pudieran. Incluso a Uruguay.
El cambio es que el agotamiento, que tiene mucho de generacional y cultural ya no se expresa solo entre cuatro bien conocidas paredes, salió a las calles, a los lugares de trabajo, a los colectivos culturales. Al principio fue un rumor sordo y con toda la carga subterránea, porque las limitaciones y el temor, eran sobre todo autoimpuestas, automatizadas. Eso está cambiando, la gente, mucha gente ya perdió el principal freno: el miedo.
Cuando en una sociedad, así sea la que yo admiré en mi juventud, el miedo es una componente fundamental para su funcionamiento, es porque además de la cultura del miedo, la ideología del miedo, hay un aparato del miedo en pleno funcionamiento. Y es una sociedad fracasada, que seguirá fracasando.
Ya no les quedan ni siquiera los símbolos históricos vestidos de verde olivo, porque esas personas no se pueden substituir, ni pueden volver. Se agotaron como parte del «modelo».
El «modelo» copiado, que la revolución irreverente y triunfante a 90 millas del imperio, se tragó entera de la URSS y el «socialismo real», hizo de la pirámide inexorable y sagrada el sostén de todo: el líder, el partido y todo su aparato, el estado propietario de todo, absolutamente de todo, hasta de la forma de pensar. Eso no hay manera de reconstruirlo, ni los ensayos de a abrir la canilla para que gotee en algunas áreas cambiarias, económicas o de cualquier tipo solucionarán el problema. Simplemente alimentan el discurso oficial, que además entre las grandes frases y la realidad tiene una malla burocrática espesa y viscosa que todo lo atora, lo empeora y lo enfanga.
Las grandes palabras que movilizaron a nuestro continente a lo largo de su historia, sobre todo libertad, soberanía, democracia, justicia e incluso revolución, ahora en Cuba tienen forma de frijol, de arroz, de aspirina, de zapatos, de aceite, de dentífrico, de un programa de televisión libre, de un diario que no diga siempre lo mismo y en lo que cada vez la gente cree menos.
Las protestas no son porque existen las redes sociales, no es cierto que las financian los servicios norteamericanos, los primero que lo saben son las autoridades cubanas. Y convocando al choque en las calles entre cubanos, civiles contra civiles, policías y cuerpos especiales, pero también fuerzas de seguridad vestidas de civil, lo que se está disfrazando es la realidad, la Cuba subterránea ahora tiene raíces demasiado profundas para callarlas con violencia y con frases hechas.
Recuerdo que hace unos cuantos años, hubo una movilización popular en el Malecón, espontánea y de protesta y, Fidel Castro, personalmente se fue para allí y se mezcló con la gente y logró cambiarle el tono y el sentido y terminaron aclamándolo. Fidel Castro no existe más, pero, aunque existiera, la situación es radicalmente diferente. Solo cambios reales, audaces, valientes que rescaten el espíritu original de la REVOLUCIÓN y no la protección de los burócratas o de los militantes bien intencionados pero anclados en el pasado puede evitar una escalada muy dolorosa.
Esta nueva Cuba que aflora, que incluye, naturalmente oportunistas de todo tipo y enemigos de la revolución, no se resuelve con sangre, con presos y con más silencio. Se perdería lo poco que le queda al espíritu al alma de la revolución y quedaría solo el aparato.
¿Qué uruguayo, de que partido es capaz de soportar un año viviendo en las condiciones de vida de Cuba y sin protestar, sin levantar la voz? ¿Cuánto aguantarían los supuestos incondicionales de Cuba en Uruguay, que nuestro pueblo tuviera que vivir en esas condiciones y sin el mínimo derecho a protestar? Las respuestas son tan abrumadoras que no necesito escribirlas.
No serán soluciones fáciles, deberían ser negociadas en serio, abriendo la participación a la otra Cuba en la búsqueda de caminos radicalmente nuevos, en la política, en la economía y con libertad y democracia. No una «democracia» prefabricada a gusto del poder, sino realmente de los ciudadanos.
Abajo el estúpido y retrogrado bloqueo y embargo de los EE.UU. a Cuba
No a la injerencia de los EE.UU. y otras potencias en la realidad cubana ni de cualquier otro país. Menos de algunos hipócritas que miden la democracia por el porcentaje del comercio exterior o por las reservas petroleras, como Arabia Saudí (por ejemplo)
Protestemos siempre que haya represión y violencia contra los pueblos, en Venezuela, en Nicaragua, en Colombia, en Birmania y en cualquier tierra donde se oprima a la gente.
Y seamos coherentes, todos los pueblos tienen derecho a las libertades básicas, de elegir, de escribir y difundir sus ideas, de organizarse política, socialmente, culturalmente y de gritar «Patria o Muerte» o «Patria y Vida».
(*) Periodista, escritor, director de Bitácora (bitacora.com.uy) y Uypress (uypress.net), columnista de Wall Street Internacional Magazine (wsimag.com/es) y de Other News (www.other-news.info/noticias). Uruguay