Es raro el miedo, encuentro yo. Supongo que le tengo miedo a los toros porque son obviamente peligrosos; pero no es el caso del torero. La inversionista sabe que el mercado financiero es riesgoso, pero si es competente, no le teme; yo sí. El político sazonado sabe que las elecciones son inseguras, pero no las enfrenta con temor. O sea, el miedo convierte el peligro, el riesgo y la inseguridad – lo que amenaza – en aterrorizante, no al revés.
¿Y el miedo, de dónde sale? Para mí, el miedo nace de una incompetencia. La percepción de mi falta de habilidad para enfrentar lo que percibo como amenaza, convierte lo amenazante en medroso. Incluso la percepción de amenaza – peligro, riesgo, inseguridad – anticipa de antemano el miedo, las incompetencias con las cuáles observo y evalúo.
Debido a la pandemia y los inesperados resultados electorales recientes, la percepción de amenaza parece haber crecido exponencialmente en ciertos ambientes sociales. El riesgo financiero se ha disparado, la inseguridad política también, y la sensación de peligro de ciertas identidades, incluso por la integridad biológica. Los poderes políticos, sociales y económicos establecidos se han debilitado. Para quienes han experimentado la disminución, el futuro de pronto se ha vuelto impredecible. No se puede controlar, que era exactamente lo que el poder aseguraba. Emergen sueños escapistas de estar en otros lugares, seguros, estables, predecibles, calculables. Pero son quimeras. Creo que pocos se engañan con ellos.
¿Entonces, cuál es la incompetencia que ha depositado miedo como una nube espesa sobre ciertos barrios de la ciudad? La ausencia de habilidades para moverse en un medio contingente se me ocurre que debe ser la más relevante. Quizás la costumbre de calar sandías, calcular riesgos, actuar sobre seguro en yacimientos, tierras y aguas bajo control, y de moverse en juegos políticos bien definidos, se dio demasiado por supuesta. Convertida sin cuestionar en hábito, en memoria operante olvidada, impidió prepararse para actuar en un mundo con sorpresas inesperadas, como virus inéditos y votantes impredecibles.
Imagino que el miedo anda por rincones en los que se presupone que las decisiones racionales necesitan ambientes estables, fundados en poderes de control dados por supuesto. Emerge del hábito de creer que un mundo contingente es, por definición, amenazante si se carece de poder para controlarlo. Si no me equivoco, el capitalismo liberal de mercado es un ambiente así. O sea que el reflejo poder-control-acción lleva su tiempo incubando obsolescencia y ansiedad en esta tierra.
Chile no es el lugar quimérico que no existe en ninguna parte, como quizá se pensó en su momento. El rincón utópico realmente existente en el sur del mundo. El reino de la estabilidad de una figura en un pizarrón universitario. Hace rato. Cachárselo a tiempo habría evitado el miedo. Se me ocurre.