Está de moda criticar a Friedman por sostener que el aporte de las empresas al bienestar social es máximo cuando maximizan el retorno del capital de sus inversionistas, excluyendo cometer fraude. Por lo tanto, deben abstenerse de acciones solidarias, ecológicas o pías de cualquier clase.
A Friedman nunca le preocupó que las generalizaciones fueran verdaderas o falsas. Sostenía que lo único que importa es que permitan sacar conclusiones que funcionen en la práctica. O sea, son para él dispositivos de poder, de creación de capacidad de acción. ¿Cómo luce la afirmación friedmaniana bajo esta luz? Bueno, como un dispositivo extremadamente poderoso. Durante cuatro décadas, una generación, contribuyó de manera fundamental a producir la movilización inédita del capitalismo mundial que conocemos como neoliberalismo, globalización, tecnologización digital. Funcionó estrujar el capital hasta la última gota para acumular al máximo, rearticular los sistemas productivos y logísticos globalmente, competir en forma despiadada…
A Friedman nunca le preocupó que las generalizaciones fueran verdaderas o falsas.
Funcionó estrujar el capital hasta la última gota para acumular al máximo, rearticular los sistemas productivos y logísticos globalmente, competir en forma despiadada…
Hoy, cuarenta años después, comienzan a acusarse los primeros síntomas de debilidad en el dispositivo. Emerge una idea reparadora que parece obvia: relajarlo un poquito. Hacer ver a los capitalistas que rentabilizar al máximo sus inversiones empresariales es un poco corto de vista, y animar a sus empresas a tomar algo de responsabilidad por los problemas sociales y ambientales de las comunidades en las que están situadas. Encuentro que tiene algo buenito esta proposición. Demasiados empresarios actualmente la consideran la nueva pomada autocrítica indolora. Y me produce especial sospecha que sea la preferida de marketeros con escrúpulos residuales izquierdistas, que quisieran tener clientes con los cuáles sentirse bien. No sé si el grado de competencia global que existe hoy día da mucho espacio para obras sociales de entidad significativa, o solamente para salir bien en la foto.
No sé si el grado de competencia global que existe hoy día da mucho espacio para obras sociales de entidad significativa, o solamente para salir bien en la foto.
Otra posibilidad, más probable creo yo, es que el dispositivo de poder friedmaniano continúe generando resultados parecidos a los que ya produce. El más relevante: un mundo social pragmático de transacciones y un ser humano sin interés por las verdades generales, enfocado en acrecentar su poder personal. Puede que entonces se encuentre con un perro de su tamaño. Un sublevado, producto inesperado de ese mismo dispositivo friedmaniano, que no presta atención a normas generales ni leyes que se interpongan con sus demandas personales y el incremento de su poder individual. Uno que no se detiene ante el fraude salvo con un garrote. Esta es otra chichita, que obligará al sediento de ganancias a beberla de otra manera, que ya empapa las calles, inconforme con el estado y el sistema, dispuesta a dejarse atraer por el populismo.
El más relevante: un mundo social pragmático de transacciones y un ser humano sin interés por las verdades generales, enfocado en acrecentar su poder personal.
El capitalismo y los empresarios que lo encarnan han demostrado tener tanta resiliencia y flexibilidad que quizá inventen nuevos dispositivos de poder – reinventarse, dirían marketeros consigneros — para adaptarse a la tormenta sublevada que se insinúa y de alguna manera navegar en ella de una manera histórica nueva. Puede ser.
Decirle al tonto que tiene fuerza es un dispositivo muy poderoso para producir acción forzuda. Pero menor que mostrarles a los capitalistas zanahorias, suculentas escondidas tras desafíos que parecen imposibles. Puede que sean otros los inversionistas, eso sí, que lo temerosos de hoy.
Decirle al tonto que tiene fuerza es un dispositivo muy poderoso para producir acción forzuda.