“Muerte en Venecia”, historia de una triste agonía. Por Tomás Vio Alliende

por La Nueva Mirada

La película de Luchino Visconti, estrenada en 1971, se inspiró en la novela corta de Thomas Mann del mismo nombre, con bellos pasajes y pocos diálogos muestra la historia de un hombre que viaja a Venecia después de sufrir una crisis personal que le cambió la vida.

Esta columna podría convertirse en un obituario extemporáneo de actores famosos. Lo digo porque ya escribí antes sobre lo que me pasó cuando murió Klaus Kinski y esta vez me toca hacerlo con Dirk Bogarde, el gran protagonista de “Muerte en Venecia”. Corría mayo de 1999 y yo estaba de turno de fin de semana, en espectáculos, en un conocido diario. Me avisan que murió Bogarde, entonces debo hacer una nota a la altura, nada de poner cables fomes de agencias de noticias ni mucho menos. Me tocaba hacerle un homenaje. Y yo pensé en su papel de Gustav Von Aschenbach, el compositor de “Muerte en Venecia” (1971) y ahí lo vi, decadente, moribundo, pensando en la belleza y en los años que se le escurrían de las manos. Ese fue mi punto de partida y final que me acercó al popular actor.

Ambientada en 1911 en Venecia, la película muestra como Von Aschenbach llega a la capital venéta en un vapor con el propósito de recuperar su salud emocional después de una terrible tragedia familiar. Se hospeda en un lujoso hotel donde divisa a una familia polaca. Desde ese momento el músico queda prendado de la belleza andrógina de Tadzio, un adolescente de 14 años. El joven representa para el artista cincuentón el sentimiento del amor. De acuerdo al director Luchino Visconti “No se trata de una pasión sodomítica, es una relación donde se admira la belleza, la atracción platónica”. Tanto en el libro como en la película no hay atisbos de homosexualidad, solo la inclinación por lo estético. De hecho, el protagonista jamás en la película cruza palabras con Tadzio y se sumerge en esta idea de la contemplación obsesiva en un decadente y elegante ambiente al que se somete en una ciudad corroída por la peste y la degradación.

Filmar la película fue toda una odisea, partiendo por la elección del joven Tadzio. Visconti viajó por varios países europeos sin encontrar nada. Incluso en Polonia se dio cuenta que los jóvenes habían perdido la elegancia de otros tiempos. Finalmente logró dar con el sueco Bjorn Andresen en Estocolmo “Apenas apareció me di cuenta que era la persona que estaba buscando”, señaló el director. El año pasado se estrenó un documental que muestra con imágenes de archivo los pormenores del casting y los padecimientos del actor y músico sueco que hasta el día de hoy no se ha podido despegar de Tadzio, considerado el niño más lindo del mundo, a pesar de que han pasado más de 50 años desde que se estrenó la película.

Con un presupuesto escaso para una obra de grandes proporciones, Visconti emprendió la aventura, invirtiendo en dirección de arte y pagándole solo 25.000 dólares a Bogarde por un rol protagónico que le demandó un duro trabajo psicológico, a pesar de que solo tenía 18 líneas en toda la película. “Jamás en mi vida he trabajado tanto, y eso que he hecho 60 películas”, comentó el actor en su momento.

La película es una oda a la vida y a la desesperanza, a la imposibilidad de alcanzar una belleza perfecta y absoluta, Von Aschenbach y Tadzio representan el contrapunto. Mientras uno empieza a vivir, el otro ve llegar el fin, se acaba lentamente. Visconti eligió la música de Mahler y dio un giro con la novela, dejó al protagonista como un músico, mientras en el libro de Mann es escritor. Son varios los guiños, los tiempos de la película orientados al dolor, a lo inalcanzable. Se trata de una obra para meditar, para revisar y quizás ver un par de veces. El desencanto de Von Aschenbach es inmenso, llena la pantalla con sus anteojos, su mirada sombría. No hay vuelta atrás en su vida, lo ha perdido todo, su familia, sus ganas de vivir. Es una persona opaca, que ni siquiera llega a iluminarse con sus trajes claros bajo el sol de la playa. Tadzio le entrega atisbos de lo que ha perdido, de lo que ya no vuelve.

Afortunadamente salí airoso con la nota de la muerte de Bogarde en 1999. Al menos no hubo quejas de parte de los editores y de los lectores del diario. En el turno de noche no la reemplazaron con información de último minuto como a veces me solía pasar. Lo cierto es que la colorida degradación de Bogarde en “Muerte en Venecia” es tan fuerte y real que para muchos críticos esta película es una de esas escasas joyas que se acerca a la perfección. Para mí también. En 1971, la cinta obtuvo el premio especial de Cannes, creado especialmente para festejar los 25 años del evento. Un galardón más que merecido para una obra maciza, diferente.

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