Munch y la historia detrás de “El grito” Por Tomás Vio Alliende

por La Nueva Mirada

En tiempos de amor y desamor, confinamiento y desconfinamiento, bien vale la pena darle a una vuelta a una obra plástica universal como lo es “El grito” (1893), del noruego Edvard Munch (1863 – 1944). Para empezar, hay que decir que se trata de cuatro obras similares y no de una sola. La más conocida y famosa de todas se encuentra en la Galería Nacional de Noruega. El resto de ellas se encuentran en el museo Munch de Oslo y en una colección particular.

Las obras han sido robadas y recuperadas en varias ocasiones. Incluso una de ella fue subastada hace unos años a un precio altísimo en Nueva York, pero lo cierto es que más allá de toda la parafernalia que esconden las distintas versiones del cuadro, persiste la interrogante sobre lo que se encuentra detrás de la pintura y por qué es tan atractiva para todo el mundo.  La crítica ha considerado “El grito” como una de las obras más importantes de Munch y del movimiento expresionista porque muestra al hombre moderno dando una manifestación de desesperación y de verdadera angustia en una atmósfera especial. La luz del cuadro es cálida y se complementa con colores azules y oscuros, el individuo que grita es de aspecto cadavérico, se toma la cara con ambas manos, viste de negro y está apoyado sobre una cerca de madera que cruza el cuadro entero. Más atrás vienen caminando dos personas. Se podría decir que la obra es el perfecto reflejo de la desesperación de un sujeto en pleno espacio abierto, un grito de desahogo, la angustia de sentirlo y también hacerlo.

Más allá de lo que pueden ser supuestas y antojadizas interpretaciones, la obra de Munch tiene una explicación que radica profundamente en la vida del pintor. El artista fue educado de manera estricta por su padre, vio morir a su madre y a una hermana por la tuberculosis, mientras que Laura, su hermana favorita, fue diagnosticada de trastorno bipolar y encerrada en un manicomio. Con todos estos antecedentes pasando por su cabeza, fue el propio Munch el que confesó en su diario de vida que tuvo la visión del cuadro un día en que caminaba junto a dos amigos. Una vez que el sol se puso en el horizonte, el cielo cambió a un color rojizo. Munch se detuvo cansado y se apoyó en una cerca. Se quedó quieto y sintió “un grito infinito que atravesaba la naturaleza”. Primero pintó el cuadro con un hombre usando un sombrero de copa. Le llamó “La desesperación” y no le gustó, posteriormente hizo otra versión – la definitiva- con una figura cadavérica que, según expertos, rescató de una momia peruana que vio en una exposición en París en 1889. El resultado final del cuadro fue presentado en una muestra más amplia que conmovió a la crítica y fue catalogada como arte demente y perturbador. Fue tan así, que los nazis lo prohibieron en Alemania y en algunas exhibiciones donde fue llevado no se les permitía la entrada a mujeres embarazadas para que, por la impresión, no tuvieran síntomas de pérdida. La obra fue una verdadera conmoción para la época. Incluso, hoy en día, sigue provocando inquietud y desasosiego.

Fue en pleno Siglo XX cuando “El grito” llegó a ser un símbolo cultural, logrando ser portada de la revista Time en los años 60. Desde entonces ha sido parte de numerosas reinterpretaciones y reproducciones en tazones, chapitas, camisetas, muñecos, etc, que desacralizan la figura inicial del hombre desesperado y angustiado para dejarlo como un objeto de culto que puede ser de uso masivo y doméstico, de la misma manera que se ha hecho con la figura de la Mona Lisa, de Leonardo Da Vinci.

Así como Da Vinci era considerado un estudioso de la anatomía, Munch se sentía un diseccionador del alma, las emociones, pasiones, la soledad.

Así como Da Vinci era considerado un estudioso de la anatomía, Munch se sentía un diseccionador del alma, las emociones, pasiones, la soledad. Mucho de eso se puede interpretar en su obra. Como protagonista de “El grito”, el propio artista parece ser una víctima directa de una tortuosa agorafobia; de la irremediable angustia que padecen aquellos que, encerrados por meses, se asoman al exterior con miedo, sin saber qué hacer con sus vidas porque el mundo ha cambiado y está lejos de ser el mismo. En “El grito” se palpa claramente el temor a lo extraño, al contagio, a los otros, a la luz natural, la naturaleza, a la capacidad de observar más allá. Es también el horror al eterno retorno, a volver a vivir y enfrentar la vida de antes, con las mismas ganas y la misma suerte.

Es también el horror al eterno retorno, a volver a vivir y enfrentar la vida de antes, con las mismas ganas y la misma suerte.

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2 comments

Isabel Alliende octubre 8, 2020 - 1:35 pm

Es una mirada diferente al menos para mí ,que no conocía los antecedentes e historia del pintor ,me llamó la atención que los nazis prohibieran su exhibición.

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Maria del Pilar Clemente marzo 18, 2021 - 2:33 pm

Interesante proceso creativo del pintor. La unión de los dramas vitales y de la expresión artística. Gracias por el artículo.

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