No somos máquinas

por La Nueva Mirada

Por Tomas Vio Alliende

Para el escritor británico Ian McEwan, la realidad ya no es la misma. En su última novela “Máquinas como yo” (2019), ambientada en la Inglaterra de los años ochenta, la realidad no es la misma. El mundo ha seguido destinos distintos y su obra se ambienta en un Londres, donde, por ejemplo, Reino Unido ha perdido la Guerra de las Malvinas y el científico Alan Turing sigue vivo, desarrollando inteligencia artificial. En este Londres vive Charlie, un hombre de 32 años que compra un robot creado por Turing que le puede servir como compañía y ayudarlo en los quehaceres de la casa. Pero en una realidad distópica, nada es lo que parece.

La actualidad del libro de McEwan demuestra el valor del poder que se quiere ejercer sobre los otros, la dominación, el desparpajo del orden establecido.

Frente a un mundo convulsionado, McEwan busca dar la respuesta a muchas inquietudes en un robot de características humanas, programado a gusto del consumidor. Nada más universal que pensar que los humanos pueden programar a otro tipo de máquinas que no son humanas para manejarlas de la manera que ellos quieren. Pero eso no es tan fácil. La actualidad del libro de McEwan demuestra el valor del poder que se quiere ejercer sobre los otros, la dominación, el desparpajo del orden establecido. Pueden ser la Guerras de Las Malvinas, las marchas en Plaza Italia, en Santiago, o en Hyde Park Corner, en Londres; la desazón social sigue siendo la misma en los ficticios ochenta de McEwan y hoy en día. El descontento es simplemente desgarrador y las respuestas siguen repitiéndose.

El descontento es simplemente desgarrador y las respuestas siguen repitiéndose.

Ian McEwan, autor de “Amor perdurable” y “Expiación”, entre muchas obras destacables, se enfrenta esta vez a un libro que cuenta con un escenario de ciencia ficción que cada vez se acerca más a una realidad cotidiana, donde los personajes permanecen motivados por el amor a la vida y a la subsistencia. Para los humanos las baterías no se agotan, el descontento social permanece, la inteligencia artificial se manifiesta en la obra como la explicación lógica a lo que está pasando. No es la solución, es simplemente el complemento que vuelve a traer a la vida la genialidad creadora del científico Alan Turing, sometido a un juicio en los años cincuenta por su homosexualidad, terminó suicidándose en la vida real. McEwan reinventa al personaje y experimenta lo que habría pasado en los años ochenta con Turing en Inglaterra.

Un escenario de ciencia ficción que cada vez se acerca más a una realidad cotidiana

Al igual que el doctor Víctor Frankestein, Turing entrega vida a seres inanimados planteándose dilemas morales tales como la sensibilidad de las máquinas ¿Qué es lo que nos hace humanos? ¿Dónde están los límites? ¿Quiénes son los que toman las decisiones? Las respuestas pueden ser complejas, pero en definitiva obras como la de McEWan y “Frankestein” (1818) de Mary Shelley, por mencionar algunas, demuestran que la ciencia ficción tiene sus propias respuestas y que los procesos sociales, a pesar de los siglos, se repiten, son circulares, intermitentes. La dominación del hombre por el hombre ha sido una constante. Los abusos y la apropiación de las máquinas dan a conocer, en definitiva, que el mundo está inmerso en un proceso de crecimiento imparable que está muy lejos de llegar a su fin. Se sufre y vive por culpa de las injusticias de la propia condición humana. No somos máquinas, nunca los seremos, pero a veces el hombre explota a sus semejantes para que se parezcan a ellas en cualquier parte del mundo como en Mozambique, Hong Kong, Chile o Inglaterra. Ahí está el problema.

Se sufre y vive por culpa de las injusticias de la propia condición humana.

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