Hay distintas maneras de medir los “pesos” y de valorar los “años”, habitualmente se mide más con la emoción que con la razón. Así se hace la política y se estructura la sociedad.
Este martes se cumplieron 33 años desde el triunfo del NO en el plebiscito convocado por la dictadura cívico-militar que rigió en Chile desde 1973 hasta 1990, para ratificar o no, la continuidad del mando de su líder, Pinochet, por ocho años más.
Hace tres años, con motivo del 30 aniversario de ese momento decisivo para nuestra patria, convocamos a un acto público en Santiago. La convocatoria resultó masiva, pero el proceso de convocar fue dificultoso, unos queríamos celebrar y otros solamente conmemorar.
La discusión no era semántica, sino tenía un trasfondo de gran profundidad, tal como se reflejó en el acto mismo y, con mucha mayor energía en los acontecimientos que el país vivió a partir del octubre siguiente. El tema era si los treinta años siguientes al plebiscito habían sido positivos para el país o si habían sido frustrantes.
Tal vez, si analizamos con un intento de objetividad, ambas posiciones tienen razón, pero una de ellas niega la otra.
Me explico, se puede afirmar que los treinta años transcurridos desde el fin de la dictadura han sido positivos para el país, lo que se refleja en múltiples indicadores políticos, sociales y económicos, pero al mismo tiempo reconocer que simultáneamente hay cosas que no se hicieron y que se cometieron errores.
Pero si afirmo, apelando a las frustraciones, que “no son 30 pesos son 30 años”, estoy negando los avances e, implícitamente, asimilando la democracia a la dictadura, lo que no es real.
Porque no es lo mismo que todas las autoridades nacionales, locales y regionales sean designadas por un autócrata, que poder elegirlas.
No es lo mismo privilegiar con impunidad y cargos públicos a los violadores de derechos humanos, que someterlos a juicio y encarcelarlos.
Porque hay una ley de medio ambiente y una legislación que protege los derechos de los pueblos indígenas, cuando antes no las había.
Porque la pobreza se redujo de ser la condición de vida de más de un 60% de las familias a menos de una sexta parte, antes de la crisis de la pandemia.
También es un cambio que hermanos de otros países de América quieran venir a nuestro país, cuando en la dictadura éramos nosotros los que emigrábamos.
Pero, al mismo tiempo hay grandes frustraciones, algunas que tienen explicación en las expectativas no cumplidas, y otras que son producto de los mismos avances.
Las pensiones entregadas por un sistema que concentra la riqueza, las AFP, no corresponden a lo prometido y los cambios en el sistema no han sido suficientes para resolverlo.
El acceso, inimaginable en su volumen, a la educación superior no tiene relación con los limitados campos ocupacionales ni con las expectativas de mejoras de remuneraciones.
Aunque ya no hay que llevar sábanas para hospitalizarse, no se resuelven las listas de espera y sigue habiendo proporcionalmente más recursos para la salud privada que para la pública.
Puede que no se haya cambiado lo suficiente, porque sigue existiendo más de un país en este mismo territorio, un país en que muchos se acostumbraron a la segregación y a no respetar al otro. En que sigue siendo mejor saltarse la fila acudiendo a un amigo, adelantar por la berma en la carretera o no pagando el pasaje de la locomoción colectiva, porque hay gente que lo hace y le va bien, o no tiene sanción.
Entonces cabe la pregunta, ¿son 30 pesos o son 30 años?
De alguna manera son 30 pesos.
Son los pesos que acumulan los hiper ricos, aún en período de pandemia, pérdidas de empleo y recesión.
Son los pesos asociados a los casos Penta, Soquimich y Dominga. Y a las municipalidades de Coquimbo, Vitacura, San Ramón y varias otras.
Son el peso de los Milico gate y Paco gate, el abuso en el uso de recursos por un ex director de la PDI y los contratos de obra con los hermanos del exintendente.
Son los pesos que te cobran por atrasarte un día en tus pagos, asociados a amenazas de embargos y cárcel.
Son el peso de la arbitrariedad con que cualquiera se siente tratado por quienes detentan algún grado de autoridad, desde carabineros hasta jueces, pasando por periodistas y opinólogos.
Son el ser discriminado.
Son treinta pesos y no treinta años porque en muchos aspectos la alegría sí llegó, pero también son treinta años y no treinta pesos porque sigue siendo cierto el que “basta ya de abusos, es el tiempo de cambiar”.
Pero son treinta pesos porque, a fin de cuentas, hay democracia, y la democracia es el espacio para el cambio permanente.
Y lo que no cambió ayer, tendrá que cambiar mañana.